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La música urbana corrompe la juventud y desafía la Iglesia

Lo grotescamente vulgar de la llamada música urbana está pasando de ser una subcultura marginal a establecerse como una cultura con la que todos tendremos que convivir en este mundo de la comunicación ampliada a través de las redes sociales y la tecnología digital.

En medio del libertinaje imperante, la vida sexual disoluta y desenfrenada, con el incentivo de ritmos musicales que motorizan contenidos que alteran significativamente el lenguaje, la conducta y valores de la juventud, estamos como iglesia ante un desafío del que no nos podemos evadir.

La reacción que condena y descalifica a la juventud por este espantoso destape, ya no tiene ninguno efecto. Sacar los escrupulosos religiosos y ponerlos de manifiesto tampoco. Decir que esta degeneración y perversidad es lo que esperamos y lo que está anunciado para estos últimos tiempos, no cambia nada. El problema está ahí, una juventud que todo lo reduce a sexo y promiscuidad como si esto fuera el último y único fin de la existencia. Esta es una situación que preocupa.

No hay espacio vedado, todo pudor, toda reserva de la intimidad está echada a la calle, y no hay reglas ni límites para promover sin rubor toda suerte de actos sexuales, de actos soeces e indecorosos de manera abierta y sin ningún tapujo. Estamos ante una mezcla compleja y difícil de abordar: Se trata de música, sexo, drogas, alcohol, dentro de una forma de vivir donde todo limite moral estorba y es anticuado.

Estamos ante una peligrosa y preocupante degradación de la vida. Los valores que pueden sostener los fundamentos de una existencia saludable y fructífera se están yendo al suelo. ¿Qué hacemos? ¿Optamos por la indiferencia y la apatía, o nos enfrentamos a este monstruo contemporáneo que gana cada día más espacio?

Percibo que estamos ante un problema de proporciones sobrecogedoras y monstruosas. Los simplismos religiosos sirven de poco. La opción más atendible es ver el problema con los ojos de Dios, irse delante del Altísimo y de manera sabia, compungida y unánime y pedirle su dirección, y no para quedarnos de brazos cruzados sino para poner, como Moises frente al Mar Rojo, la vara de Dios en acción restauradora y en medio de liberación.

Los cantos de desesperación y placer desenfrenado, las composiciones llenas de vulgaridad degradante y espurias vilezas, no pueden silenciar las voces de esperanza, decoro, pudor y santidad de una juventud que tomado la decisión de seguir los más altos valores como muestra de que es posible disfrutar la vida como lo que es, un regalo de Dios, sin degeneración ni menoscabo.

Sería oportuno un gran congreso de perspectiva misionera dirigido a la juventud. Pienso en gran encuentro de reflexión, un conclave restaurador y profético que convoque profesionales, pastores, lideres diversos, músicos, cantantes, comunicadores, teólogos, pensadores para abordar esta realidad y desarrollar acciones de reconciliación, liberación y rescate de jóvenes que no parecen tener otra opción que consumirse en este arrebato de locura y placer que se vive a través de una música que exalta la lujuria y que enciende todas las pasiones sin dejar brechas para lo razonable y prudente.

Un encuentro de unción, reflexión y pasión misionera capaz de darle a una iniciativa que ponga en acción la iglesia para trabajar con esta realidad que es la música urbana, vulgar, procaz y degenerada.

El desafío parece aplastante, pero la iglesia del Señor que vive en el Poder del Espíritu en esta hora difícil que vive nuestro pueblo no puede agacharse.

Fuente:
Tomás Gómez Bueno

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