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La mujer de Potifar

Me encanta el relato de José y la esposa de Potifar (Génesis 39). En esta novela bíblica vemos algunas cosas que llamarán nuestra atención.

1. LA MUJER DE POTIFAR 
No sabemos exactamente cómo era ––físicamente hablando––, pero sí sabemos que era controladora, abusiva e infiel; y que su relación con su esposo no andaba bien. Expertos en Biblia aseguran que se trataba de una mujer madura, de unos 45 años de edad, que mantenía relaciones sexuales con algunos de sus esclavos , como era la costumbre de las damas de alta alcurnia egipcia de la época. Esta mujer pasaba sola en casa pues su marido era funcionario del palacio de Faraón y jefe de la guardia real, acostumbraba por tanto a salir en campañas por varios meses. Ojo, con esto no quiero decir que las damas de esa edad o que pasan mucho tiempo solas o con problemas con su esposo se asemejen a esta mujer, estoy describiendo un caso particular, el caso de la esposa de Potifar. En la Biblia leemos: “Después de un tiempo la esposa de su patrón empezó a echarle un ojo y le propuso: Acuéstate conmigo” (v. 7). Pero esta no fue la primera “directa” de la patrona, ella fue insistente: “…ella lo acosaba (a José) día tras día para que se acostara con ella” (v. 10 paréntesis agregado).

2. POTIFAR 
Un hombre adinerado, súbdito de confianza del faraón a tal punto que trabajaba como Jefe de Seguridad Personal; es decir, pasaba mucho tiempo cerca de su majestad dejando su casa a solas por cumplir su rol. Era un terrateniente, con tierras, cultivos, animales y esclavos.

3. JOSÉ 
No hablaremos de toda la vida de José, para eso mejor leemos la Biblia. Pero en este relato descubrimos algunas cosas interesantes:

  • Era un esclavo hebreo, comprado por un gran señor Egipcio, Potifar.
  • El Señor, Jehová, estaba con él y todo le salía bien; en otras palabras, su administración era tanto efectiva como eficiente (v. 2)
  • Era un hombre digno de confianza (v. 4)
  • Potifar lo puso como Mayordomo de toda su casa, es decir, de sus tierras, ganado, esclavos y de todos los bienes en sus propiedades, a excepción de su mujer. A causa de José los bienes de Potifar prosperaron (v. 5)
  • Era un hombre con un cuerpo atractivo, era guapo (v. 6). No sabemos cuáles eran los cánones de belleza para esa época, quizá muy diferente a lo que hoy se nos muestra en Hollywood o las revistas de moda. El asunto es que el tipo era más guapo que yo, eso es seguro


Y aquí viene lo bueno de esta “novela venezolana” (sin ofender a mis amigos de ese bello país)… José se negó a acceder a la petición de esta mujer. Piense en esto: José era joven, guapo, era el mandamás en todas las tierras de Potifar, próspero, bueno para los negocios y más encima traía loca a una súper woman que lo único que quería era tener sexo con él; o sea, era un hombre “exitoso” según los patrones mundanales (nótese las comillas). Pero lo mejor de todo es que era un TRIUNFADOR. José logró conquistarse a sí mismo, dominar sus impulsos varoniles, doblegar los pensamientos inmorales que seguramente cruzaban por su mente cuando veía a su patrona seduciéndolo, tocándolo, mostrándole su cuerpo. ¡Vamos señores, no seamos mojigatos! Hay que tener los pantalones bien puestos para rechazar una oferta tentadora como la que tuvo José.

Nuestro guapo amigo tomó la mejor decisión: Huyó de la tentación. 

A veces imaginamos a los personajes bíblicos con alas, aureolas en sus cabezas y flotando a 30 centímetros del suelo… ¡nada más lejos de la realidad! ¿Acaso no crees que ver a esa mujer egipcia, desnuda o posando para él no despertó ciertos instintos en José? ¿crees que José no sentía su piel en llamas cuando la mujer del patrón le susurraba palabras indecentes al oído? ¿O es que nuestro José era célibe? Claro que no, ése no era su don. Era tan hombre como tú o yo, con ojos para ver, manos para tocar y una mente que se dispara rápidamente ante imágenes que despiertan nuestros deseos sexuales.

Muchachos, quien les escribe es hombre, con sentimientos, emociones y pensamientos. Y aunque no he tenido “una mujer de Potifar” acosándome ––Dios me libre––, al igual que ustedes debo luchar para mantenerme fiel en primer lugar a Dios, en segundo lugar a mi esposa y en tercer lugar a mis hijas. Una lucha que ocurre en mi mente y en mi cuerpo, una batalla que he logrado ganar en la medida que mi fe madura y que mi esposa y yo hemos avanzado en edad, pues una cosa es cierta, mi amada es más que suficiente para mí pues la amo con locura y pasión; pero eso no quita que pueda flaquear, ¿o acaso no han leído a Pablo cuando dice, “el que esté firme mire que no caiga”? Por eso debo (y ustedes también) luchar contra las tentaciones diarias, y a veces es mejor huir que combatirlas.

No obstante, la sociedad de hoy nos bombardea con imágenes, palabras y situaciones reales donde un roce, un toque de manos, un abrazo demasiado apretado, un escote pronunciado, una sonrisa seductora, una falda ajustada puede ser el detonante para gatillar una tragedia en algunos varones que luchan con estas cosas. Ante tal situación, ¿qué hacer? Luchar, pedir ayuda, huir, vencer. 

En mi carrera pastoral he tenido buenos mentores quienes sin decir una palabra me han enseñado cómo tratar con el sexo opuesto, cómo mostrarse caballero con las damas de la iglesia sin emitir señales equívocas, mentores que han marcado límites para sí mismos y para sus seguidoras. ¡Wow! Cuánto he aprendido con esos maestros, les agradezco en verdad. Pero con tristeza he visto también que algunos colegas no soportaron la tentación y cayeron, a los tales no juzgo, sólo aprendo.

Fuente:
Gabriel Gil

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