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La Misión es Enseñar

El mandato de la Gran Comisión tiene varias palabras de acción, pero a veces perdemos de vista lo que como creyentes tenemos que hacer.

El Señor dice: id, predicad, bautiza, enseña.  Tenemos que ir, no nos podemos limitar al templo.  Por eso es que tenemos que levantar iglesias en otros países, en otros estados, en otros pueblos; hay que ir y hacer algo.  No dice id y dad comida.  Dice id y predicad.  En medio de todo lo que tú hagas, que nunca falte la predicación.  No hay nada malo en repartir comida, pero si lo haces sin predicar, es como una agencia de gobierno, que te da de comer pero tu vida se queda igual.  Cristo multiplicó los panes y los peces, pero esto fue después que se quedaron allí hasta tarde por oír la Palabra.  Fue tan poderosa la predicación, que la gente no se quería ir para la casa.  Y a Jesús le dio pena porque tenían hambre.  Así que, no es que no ayudemos, es que ayudar sin predicar es igual que cualquier ayuda de gobierno.

No hay nada malo en ayudar, pero no es nuestra misión.

Nuestro llamado es ir, predicar, bautizar.  ¿Por qué bautizar?  Porque bautizar a alguien que ha aceptado el compromiso de entrar en una relación genuina con Dios, renunciando al mundo; esa persona dice: voy a dar el próximo paso, voy a bautizarme y que me identifiquen como un cristiano loco; no me da pena yo ahora ser parte de ese grupo.  Y no se termina ahí el trabajo.  La Gran Comisión termina con enseñar.  Pero ¿cómo vas a enseñarles a otros si no enseñas a tus hijos y tú mismo no quieres aprender?

Este tiempo de pandemia ha probado quién es un verdadero discípulo.  Los que vienen a la casa del Señor, se conectan por Facebook, por Zoom, van al Drive-in, lo hacen porque están hambrientos de aprender porque no hemos tenido todos los recursos teníamos antes.  No hemos tenido congresos, no ha habido invitados.  El que asiste sabe que lo que va es a aprender, a oír una palabra.  Pensamos que para abrir una iglesia hace falta capital, un templo, música; pero no hace falta ni un pastor siquiera.

Para abrir una iglesia, lo que hace falta es un maestro que se siente con alguien y le enseñe.  Y ese le enseña a otro; y ese a otro.  Y entre todos los que enseñamos nos vamos ganando a todos los que cubrirán las diferentes funciones de la iglesia.

La solidez de una iglesia se va a basar en el discipulado y en la palabra que enseñe porque esa es la misión que tenemos que cumplir.

Así que, si vas a la iglesia únicamente a sentirte bien y realmente no te dedicas a aprender, tú necesitas entender que lo que hacemos para cumplir el gran mandato es enseñar.  Porque es en la enseñanza que cambiamos la vida de una persona.

La regeneración y la transformación de una persona espiritualmente es Dios quien se la da.  Solo el Espíritu Santo, a través de la obra redentora de Cristo puede hacerte salvo.  Pero nos toca a nosotros ir a enseñar a la gente a conducirse.  Pablo dice a las ancianas de la iglesia que enseñen a las jóvenes a cómo tratar a sus maridos.  Pero ¿de dónde aprenden nuestros jóvenes las relaciones?  De la calle, del mundo, de afuera, de lo que ven, de lo que oyen.  ¿Por qué no está esa enseñanza en la iglesia?  Porque en la iglesia la gente lo que quiere es el altar y no se dan cuenta que la edificación de la iglesia ocurre desde el altar, en los salones y en nuestras casas, mientras todos enseñamos.

Si tú eres contable, se puede abrir un espacio en tu iglesia para que enseñes a presupuestar; se le cambia la vida a una persona si sabe administrar sus finanzas.  Lo que pasa es que la gente quiere enseñar a muchos, pero no le enseñan a uno.  Cámbiale la vida a uno, a dos, a cinco; enséñales la palabra de Dios, los principios.  Al fin y al cabo, tú no lo haces para los hombres, sino para Dios.  Pero lo que quieren es reconocimiento.  Salte tú del camino y pon a Cristo en ti.  Motivemos también a otros que se levanten a enseñar, y enseñemos uno a la vez, poco a poco dondequiera que vayamos.  Eso es lo que tenemos que hacer.

16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.”  2 Timoteo 3:16

Lo que tenemos que enseñar a la gente es a vivir la palabra de Dios.

Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?”  Deuteronomio 4:5-8

Hay quienes critican diciendo que la Biblia es injusta, pero no saben que cuando se escribió vino a ser la vara más justa que había en aquel tiempo porque enseñaba la verdadera conducta para tratar a los hombres.  Dicen que en la Biblia se promueve la esclavitud, por ejemplo, pero eso no es cierto.  En aquel tiempo, la esclavitud era algo culturalmente aceptado; pero no era lo mismo ser esclavo de un romano, que ser esclavo de un judío.  Cuando judío trataba con un esclavo, trataba como Dios decía que había que tratarlo.  El que era esclavo de un judío recibía un trato muy diferente, que el que era un esclavo de un romano o de un egipcio.  La gente dice que la Biblia oprime a las mujeres, pero en el contexto cultural en que se escribió la Biblia, realmente lo que hacía era liberar a las mujeres y protegerlas, cuidarlas.  Cualquier mujer de aquel tiempo hubiera preferido vivir bajo las reglas de la Biblia que bajo las reglas de los egipcios.  Por eso es que Dios dice: mis juicios son justos.  Hay quien cuestiona por qué los hombres daban dotes para comprar a las mujeres, pero es que no lo hacían para eso, sino para que el padre de muchacha supiera que ese hombre tenía con qué mantener a su hija.  Porque un padre no iba a dejar que su hija se fuera de su casa donde tenía abundancia, donde tenía todo, para irse con algún tonto que no tuviera cómo sostenerla.  Por eso es que nosotros somos la novia del Cordero, y Cristo pagó el precio demostrando que nos puede mantener por el resto de la vida.

Fuente:
pastor Otoniel Font | Puerto Rico

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