Articulos

La mesa está servida

Hay un vino nuevo para los que tienen sed de la Palabra, y más aun, para los que todavía andan perdidos en las falsas promesas de un mundo mejor sin Dios. Hay un vino recién fermentado que requiere de odres nuevos resistentes y firmes para que no se rompan y se desparrame. Dios laboreó la siembra en su inmensa viña, Cristo cosechó la vid en su corazón en obediencia a su Padre y como si fuera poco, pagó con su vida el precio completo de toda la labranza brindando jornal gratuito a los obreros sin merecerlo ninguno de ellos. Y el Espíritu, desde entonces, no se cansa de ofrecer tan grande beneficio a esta humanidad; son copas rebozadas de un mosto dulce, néctar del cielo, como maná enriquecido por la unción procurada en la unicidad armónica de toda la deidad. El ser creado, a pesar de esto, prefiere ignorar a su creador, pero El prefiere seguir guardando el mejor vino para el final de la fiesta.

Hay un hombre necesitado, que en su autosuficiencia busca la aceptación del mundo. Es experto en juzgar y en tratar de controlar a su prójimo creyendo tener tal autoridad. Dice sentirse pleno por su dedicación a la necedad, mas está vacío a causa de la impiedad. Dice haber encontrado felicidad y finalidad para su existencia, pero se consume en vida por el vicio de sus delirios amañados por el príncipe de las tinieblas, quien promete éxitos y tiempos de bonanza a costa de devorarle el alma. Sus odres son tan viejos como su alma, no pueden remendarse, están gastados y no resisten la frescura de la unción del Espíritu con su vino nuevo, con su nueva pureza, con la esperanza que trae consigo, en su textura, en su olor, en su estructura renovada de alientos y de nuevos sueños. Este hombre necesita nacer de nuevo.

Hay un plan divino para este mundo, pero ya nosotros conocimos la Verdad y el Espíritu anhela que botemos nuestros odres viejos para derramarse en cada uno de nosotros. No podemos recibir el vino nuevo en el odre de nuestra vieja naturaleza (el viejo odre), porque se dispersa y ya tal odre no existe; es como echarlo al vacío, a la nada. Y se pierde. Y aunque el Padre tiene viñedos que producen abundantemente ese vino en sus huertos celestiales, es necesario que lo recibamos en odre nuevo, porque de otra manera, se desperdicia sin remedios y hay mucha necesidad.

El odre nuevo (lo que ahora eres en Cristo como nueva criatura, tu nueva identidad como Hijo de Dios) necesita ese vino nuevo del Espíritu; lo anhela porque eres (somos) el templo donde mora el Espíritu, porque somos espirituales por el nuevo nacimiento y por el simple y milagroso hecho de haber recibido la gracia de la Salvación por fe.

¿Quieres este vino nuevo? ¡Bota tus odres viejos! Al fin y al cabo es lo único que debes hacer. No seas como los que piden cada día una unción fresca del Espíritu y todavía andan ceñidos con los viejos amarres de sus odres viejos y sus pecados capitales camuflados con vestiduras de santidad. ¡No! Dios te llama a la cordura como una vez me llamó a mí. Yo tenía sed y el Espíritu me la quitó y aunque mi carne sigue siendo enemiga de Dios, anhelo cada día ser más consciente del precio que pagó mi Redentor para ponerme en el sitial de honor que no merezco. Tú también estás en ese sitial. ¡No lo olvides!

Dios llama a los sedientos a sumergirse en sus aguas. No te cuesta nada, es gratis. No te pone condiciones, ni requiere trajes de etiquetas y lentejuelas brillantes para impresionarlo. Sólo te invita a beber de su vino, comer de su comida y sentarte a su mesa. Es gratis. El mundo ignora tan tremenda promesa. La mesa está servida y Él ya está sentado esperándote. ¿No te abre el apetito?

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba