Una mentira puede traer consecuencias trágicas contra una persona, una sociedad y en este caso un país, como el dominicano, cuando el gobierno haitiano propaló la mentirosa y exagerada versión de que nuestras autoridades hayan repatriado o maltratado a haitianos indocumentados tras la finalización, el pasado 17 de junio, del Plan de Regulación de Extranjero.
Sin embargo, la entrega de documentos a los haitianos ha continuado a disgustos de ciertos sectores que no están de acuerdo con la campaña difamatoria en contra del país.
Las autoridades haitianas también nos tildaron de xenófobos, esclavistas y de abusar de los inmigrantes indocumentados que se encuentran aquí por millares, y de mantenerlos en una situación de apátridas.
Lamentablemente, de estas exageradas mentiras se hicieron eco el CARICOM, la OEA y otros organismos internacionales lo que podría perjudicar a nuestro país.
Pocas veces usa la Biblia un término más fuerte que éste para describir la reacción de Dios ante un comportamiento pecaminoso como es la mentira en todas sus vertientes. Dios aborrece la mentira. Es como decir que le revuelve el estómago; que lo enferma. Por esa razón Él no puede mantener una relación con una persona que miente y mucho menos con un país. “El Señor aborrece los labios mentirosos” (Proverbios 12:22).
Estoy seguro que Dios aborrece de esa forma la deshonestidad a causa de su consecuencia: porque destruye a las personas. Proverbios 15:4 dice: “La lengua que brinda consuelo es árbol de vida; la lengua insidiosa deprime el espíritu”.
Constantemente vemos a personas que tienen el corazón destrozado por las mentiras, los engaños y las verdades distorsionadas. En muchos de estos casos si retrocedes hasta la raíz de sus angustias descubrirás un rastro de deshonestidad. Tal vez haya comenzado con una leve distorsión de la verdad absoluta, pero con frecuencia ese primer paso deshonesto lleva a formas más profundas de engaño y a mentiras más descaradas.
A lo largo del camino, la persona deshonesta comienza a experimentar la inevitable decadencia de su relación con Dios y con los demás, ya sea en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en el vecindario o en la iglesia.
¿Has mentido últimamente? ¿Has dicho algunas inofensivas medias verdades? ¿Exageras la verdad? ¿Minimizas la verdad? ¿Confiesas un pecado que cometiste como si fuera menos grave? ¿Sugieres que no fue tan grave? ¿Alteras la verdad para dejar mal parado a alguien? ¿Recuerdas cómo te sentiste la última vez que dijiste una mentira? Algunos de nosotros sentimos una especie de náusea en el estómago o un pequeño cosquilleo en la nuca.
De todas maneras, uno aprende con el tiempo que mentir es un asunto sucio. Siempre lo será, porque fuimos creados a imagen de un Dios que dice la verdad. En el centro del carácter de Dios está la esencia de la pureza que le hace incapaz de engañar. Por esa parte de pureza que hay en nuestra propia esencia, el acto de mentir siempre nos resultará antinatural e incongruente. Siempre habrá esa sensación incómoda en nuestro estómago. No hemos sido creados para mentir.
Por lo tanto la única opción razonable para cualquiera de nosotros es dejar de mentir. Si alguna vez distorsionamos sutilmente la verdad (¿y quién no lo ha hecho?), debemos decir: ?Desde hoy en adelante me propongo de corazón, con la ayuda de Dios, hablar solamente la verdad, siempre y en cada situación, por el resto de mi vida?.