En la meditación anterior vimos cómo el rasgo de la inseguridad en el carácter del rey Josafat lo llevó a hacer decisiones desastrosas que casi destruyen su vida. En esas situaciones, en medio de las crisis que él mismo se había acarreado, Josafat buscó la ayuda divina; y Dios, en su bondad para con ese hombre que a pesar de su debilidad tenía un corazón recto y sincero para con El, lo libró del aprieto.
Es importante subrayar este hecho. Aunque nuestras malas decisiones— ya sea ocasionadas por pecado, ignorancia o debilidad—nos metan en serios apuros, Dios siempre tiene misericordia de nosotros si nos arrepentimos y clamamos a Él, sobre todo si nuestros errores se dan en el contexto de una vida que busca Su gloria y se sujeta a su voluntad.
Dios mira el corazón, no la perfección, del individuo. Si Dios nos tratara exclusivamente conforme a nuestras acciones, ¡ninguno de nosotros podría esperar nada de Él! Por eso el salmista pregunta retóricamente en el salmo 130:3: “Jehová, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse”? En su infinita misericordia, Dios mira lo íntimo del corazón. Nos trata, no estrictamente conforme a nuestras acciones, sino conforme a nuestras intenciones. En ocasiones, sin embargo, Dios no nos librará enteramente de las consecuencias negativas de nuestras decisiones erradas; pero si buscamos su rostro y nos arrepentimos, el usará aun lo negativo y pecaminoso en nuestras vidas para bendecirnos y fortalecernos.
En la primera campaña contra Ramot de Galaad, aunque Josafat fue librado por Dios de una muerte segura, de regreso a su casa fue confrontado en el camino por el profeta Jehú, quien lo amonestó con palabras severas: “¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová? Pues ha salido de la presencia de Jehová ira contra ti por esto. Pero se ha hallado en ti buenas cosas, por cuanto has quitado de la tierra las imágenes de Asera, y has dispuesto tu corazón para buscar a Dios” (II Cr 19:2 y 3). Significativamente, aun en medio de la corrección, la palabra profética trae aliento y consuelo al corazón de Josafat: Dios no ignora sus esfuerzos por derribar el culto a los dioses falsos en Judá, ni tampoco pasa por alto su corazón dispuesto a buscar a Dios con sinceridad.
Esa actitud humilde y generosa de parte del rey de Judá hacía que Dios tuviera misericordia de él una y otra vez, y que mitigara las consecuencias negativas de sus acciones desobedientes. Acab, un hombre impío y empedernido en el mal, no fue tan afortunado. En esa misma campaña en que Josafat casi pierde la vida, el rey de Israel perdió la suya a pesar de todas las precauciones tomadas, como consecuencia de una flecha lanzada al azar por un soldado enemigo (2 Crónicas 18:33). Josafat tenía reservas de misericordia para con Dios que amortiguaron sus decisiones erradas. Acab no poseía un beneficio similar. Al contrario, el juicio de Dios ya estaba declarado contra él. La flecha ciega que lo penetró “entre las junturas y el coselete”, y que le quitó la vida, representaba el ajusticiamiento de Dios por el asesinato de Nabot para arrebatarle su viña años atrás (ver 1 Reyes 21).
Para el individuo que ama a Dios y se preocupa por su gloria, hay inmensas reservas de misericordia en el día del error o la caída. Para el indiferente o rebelde sólo existe el juicio desnudo, sin amortiguadores de ningún tipo. En su relación con nosotros, Dios es increíblemente humilde, y pide muy poco. El profeta Miqueas lo expresa en palabras memorables: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8).