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La inseguridad puede conducir al error

¿Cuántas veces los creyentes, cuando nos reunimos socialmente con los incrédulos, sentimos la obligación de probar que somos tan sociables, alegres o audaces como ellos, o que no somos estereotípicos evangélicos almidonados? Frecuentemente, por medio de esa actitud revelamos nuestra inseguridad acerca de cómo somos percibidos por los de afuera, así como nuestra necesidad compulsiva de aprobación de parte de los demás.

Evidentemente, ese tipo de inseguridad era un tema recurrente en la psiquis del rey Josafat. Esa debilidad personal lo inclinaba a tomar decisiones arriesgadas y en última instancia contraproducentes. En una ocasión, Joram de Israel, un rey impío y uno de los sucesores del rey Acab, invitó a Josafat a participar con él en una campaña militar contra el reino de Moab. Interesantemente, la respuesta de Josafat es inmediata, y muy parecida a la que le había dado a Acab años atrás cuando este lo invitó a la campaña contra Ramot de Galaad: “Iré, porque yo soy como tú; mi pueblo como tu pueblo, y mis caballos como los tuyos” (2 Reyes 3:7). Es obvio que había en Josafat algo del hombre un tanto inseguro, ansioso por probar su hombría y su valor ante los demás.

RESERVAS DE MISERICORDIA

En ambos casos, la decisión de Josafat de ir impulsivamente a la guerra con hombres impíos resulta ser totalmente desastrosa. Su inseguridad esencial lo ciega a la imprudencia de sus decisiones. Surgen serias complicaciones durante ambos esfuerzos, y en ambos casos Josafat casi pierde la vida. Sólo la intervención misericordiosa de Dios, motivada por el corazón sincero y piadoso de Josafat, impidió que el rey de Judá perdiera la vida como consecuencia de esas decisiones descabelladas.

Las experiencias negativas del pasado a veces siembran en nosotros la semilla de la inseguridad. Un padre que no nos afirmó en la niñez, un fracaso matrimonial o financiero, un proyecto que no se consumó como esperábamos, puede marcarnos permanentemente, y lanzarnos al camino de la vida cojeando, con un gran vacío en el corazón y una poderosa hambre de aprobación gobernando nuestras decisiones.

Tenemos que ser honestos con nosotros mismos y pedirle introspección a Dios para discernir esas fallas secretas en nuestro carácter. Tenemos que buscar sanidad en la oración, la Palabra y el sano consejo de gente sabia. Tenemos, también, que vivir siempre vigilantes, atentos a esas fallas que posiblemente nos acompañarán toda nuestra vida, a fin de resistir esas tendencias siniestras cuando quieran deformar nuestro comportamiento, y llevarlas cautivas una y otra vez a la voluntad de Dios.

Fuente:
Apóstol Roberto Miranda

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