Desde el principio Tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas Tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados; Pero Tú eres el mismo, y tus años no se acabarán. Salmos 102:25
Cada día reclamamos saciar pero no satisfacer nuestros deseos del mundo, con afán nuestras fuerzas se limitan en obtener cuantas cosas queremos, y no logramos. Los años agotados persisten en apagar esos deseos porque naturalmente envejecemos, y sabemos que en calma el tiempo logra cortar dicha ambición, sin embargo, aun en el ocaso de nuestra carnalidad persistimos continuar en obtener cuantas cosas podamos amontonar.
El salmista escribe que somos lo mismo, nuestros años terminan, sin embargo, la eternidad de Dios es incalculable, todo se podrá destruir pero Él lo vuelve a rehacer, todo muere pero en Él resucitan. De modo que el Señor, no tiene prisa alguna, su inmutabilidad va en calma pues su eternidad le permite todo.
En otras palabras, la magnificencia y el poder de Dios son eterna, inquebrantable y sin variación. Nuestros caminos se cortan en un determinado tiempo, pero Jehová continua. ¿Que nos resta hacer? Debemos sembrar en nuestro corazón aquellas cosas que Él nos quiere mostrar; reposemos en esa necesidad inagotable de buscar ese camino que nos lleva a la morada santa en los cielos hecha por Cristo.., Dios te bendiga en amor y gracia para este día, Amén.