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La Infinita Estima de Dios. Creación y Honor al Único Rey Eterno

Hoy se habla, incluso en círculos cristianos, de un concepto sobre el cual se ha escrito mucho, sobre todo en el área de la psicología secular: la autoestima. En la era del relativismo por excelencia, donde cada cual trata de insertarse en las filosofías y tendencias socioculturales humanistas (el humanismo endiosa al hombre y descarta la palabra de Dios), los cristianos debemos asumir posiciones firmes en nuestras convicciones basadas en la Biblia, nuestra regla de fe y práctica.

Cada cual se hace una imagen de uno mismo, puede ser una imagen buena o una imagen mala. Muchas veces las personas actúan y valoran la vida a partir de la imagen que se ha creado de sí mismo. Si la autoimagen es buena, lo más probable es que se abriguen sentimientos de orgullo, de autocomplacencia y satisfacción. Entonces uno se proyecta en la vida con la seguridad de ser uno mismo, sin sentir vergüenza de su propia imagen, sin temor aparente. Cuando la imagen de sí mismo es negativa, sucede lo contrario. La gente entonces se esconde del mundo, no lo afronta, se siente frustrada, inconforme. Es como si uno fuera incompatible con el mundo, y por eso no expresa lo que verdaderamente opera en su alma (pensamientos, sentimientos y deseos). La imagen y semejanza a Dios, no tiene que ver con las apariencias, sino con el alma. Tu alma se parece a la de Dios.

El Señor de los ejércitos tiene otra opinión para la estima. Si Él nos hizo conforme a su imagen y semejanza, entonces no soy poca cosa. No puedo ser mejor. La clave está en conocer mi verdadera identidad en Cristo. Como cristiano tenemos una sola identidad, hijos de Dios, y los hijos del Rey del Universo no son ciudadanos de segunda categoría, ni aquí, ni en el cielo. El cristiano debe aprender a valorarse conforme a la palabra de Dios. Lo que dice Dios de mí es más importante que lo que dice el mundo sobre mí. El mundo siempre me va a juzgar y a encasillar en un patrón humanista (no sirvo para nada, nadie me quiere como soy, soy un fracaso, mi vida no vale nada, no soy amado lo suficiente), pero cuando pienso que Jesús murió por mí, mis conceptos deben cambiar. Debo valer mucho para mi Dios para que Él enviara a su único hijo a morir en una cruz por mí. Según Dios soy su hijo amado, aceptado, redimido, bendecido, escogido, adoptado y perdonado (Efesios 1.3-8).

La autoestima humanista se enfoca en lo que yo pienso de mí, la identidad cristiana en lo que Dios piensa de mí. La autoestima aboga por el valor que yo me doy, la identidad por el valor que Dios me da. La autoestima afirma el “ego” – el orgullo y la autosuficiencia -, la identidad cristiana me lleva a darle muerte a mi “yo” para que Cristo viva en mí. El mundo te grita: ¡levanta tu autoestima!, Dios te dice: -¡pon tu estima por debajo de los demás! Mira a los demás como superiores a ti-. La autoestima te permite ser tolerante, indulgente, complaciente y pone maquillaje al pecado, la identidad en Cristo te lleva a ser radical con el pecado. La autoestima hace todo lo posible para que no te sientas culpable ante el pecado, la identidad cristiana reconoce la culpabilidad y nos da la posibilidad de confesar el pecado y arrepentirnos. La autoestima no se humilla, mientras que la identidad en Cristo nos impulsa a la humildad. La autoestima te lleva a ciclos permanentes de depresión-ansiedad, la identidad en Cristo induce a una actitud de agradecimiento. Por último, la autoestima humanista pretende ser como Dios porque trata de endiosar al hombre promoviendo que Dios no hace falta en tu vida. La identidad, por el contrario, nos reafirma como hijos de Dios.

No podemos caminar con Cristo, si no sabemos quiénes somos. No podemos ser partícipes de la crisis de identidad que viven la mayoría de las iglesias. La enseñanza de doctrinas bíblicas sirve de muy poco, si antes no hemos sido instruidos en lo que somos en Cristo y cómo Dios nos ve por la identidad que Él no otorgó con la muerte de Cristo. Eso resolvería muchos problemas para cristianos deprimidos, ansiosos, indulgentes, fluctuantes, pasivos, orgullosos, tibios, autosuficientes y endiosados –estos últimos son los que juzgan y contienden cuando son juzgados, los que implantan normas y exigen obediencia por su cumplimiento, los que intentan egoístamente controlar y manipular a otros, los que buscan alabanzas y aceptación de los demás -.

Tú tienes la mayor estima (aprecio, aceptación, valor) que se puede tener, otorgada desde el cielo y surtida por la sangre de tu Redentor. Así que ¡esfuérzate y sé valiente! (Dt. 31.23).

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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