Al predicador Spurgeon le tocó hablar en una ocasión acerca de la gratitud, y escogió el presente pasaje. Cuando observó el texto vio en él una mina de riquezas muy poco explorada. Anticipó la dificultad de esa predicación, y también su pesar de no poder extraer todo el oro que se encuentra en esta preciosa veta. Colosenses 1:12-14
Sus palabras se elevaron aún más al concluir que le faltaba el poder para comprender y el tiempo para extenderse sobre “ese volumen de verdades que aquí se condensa en unas pocas frases cortas”. Y si ese hombre con la sabiduría hasta ser llamado el “príncipe de los predicadores” sintió esa impotencia de exponer y explicar este texto, imagínese cómo nos sentimos los demás frente a la grandeza y lo inagotable de un texto como este.
Hay muchos pasajes bíblicos acerca de la gratitud, y todos son extraordinarios para ser predicados, pero este ha llegado a ser el más completo de todos, porque en él vemos la obra de la salvación de Dios como en ningún otro a través de la obra de Cristo. Lo comprometedor de este texto es que, debido a la inexplicable obra de la salvación efectuada por el Dios Padre, sentimos una “santa obligación” de manifestar nuestro mayor gozo y nuestra más profunda gratitud a nuestro Padre, por su inexplicable regalo de amor hacia nosotros.
¿Se da cuenta que la exhortación de Pablo es para “dar gracias al Padre”? ¿Por qué no al Hijo al recordar los horrores de su sacrificio en la cruz para nuestra salvación? O, ¿por qué no dar gracias al Espíritu Santo al sentir nuestra dependencia de él para nuestras decisiones y fortaleza? Hay una Persona en la Trinidad a quien somos más propensos a olvidar al momento de nuestras alabanzas, y es el Dios Padre.
Bien podríamos pensar en el amor de Cristo y del Espíritu Santo, siendo más grandes que el del Padre, y así tener una idea extraña del Padre. Pero la verdad es otra. Si con alguien tenemos una deuda de gratitud es con el Padre. ¿Ha pensado por qué Pablo habla, por ejemplo, del “arrepentimiento para con Dios y la fe en el Señor Jesucristo?”.
El Padre nos amó primero, y desde la eternidad planeó nuestra salvación. El Padre es digno de la mayor alabanza como se la damos al Hijo o el Espíritu Santo. Y Pablo nos da las razones para agradecerle al Dios Padre cuando pensamos en el gozo de nuestra gratitud.
GRATITUD POR TENER A UN PADRE NUESTRO
“Dando Gracias Al Padre…”.
Este versículo es parte de la oración de Pablo a la iglesia, comenzando desde el versículo 9. Y el término usado para “ser agradecido” o para “dar gracias” es “eucharisteo”. La acción de gracias debería ser siempre nuestro estilo de vida. El creyente no está programado para dar gracias a Dios algunos días y otros no.
Cuando el creyente se siente en una situación apremiante, de alguna prueba repentina, debería allí mismo pararse y orar con gratitud al Padre, en el nombre del Señor Jesucristo y bajo el poder del Espíritu Santo, manteniendo su corazón lejos de cualquier queja con lo que pueda ofender al Padre quien ve su corazón.
El diablo tendrá siempre una puerta abierta en nuestras vidas para intervenir cuando activamos nuestro espíritu de queja, y al hacer eso nos olvidamos de ser agradecidos. Pero la acción de gracias dirigida por el Espíritu Santo le cierra la puerta a la obra del diablo y glorifica al Señor.
El mundo jamás había conocido a un dios a quien pudo llamar “Padre”, pero cuando Cristo vino nos mostró a ese Dios, quien a pesar de habitar en “luz inaccesible”, se hizo cercano al llamarlo Padre. Sí, él es un Padre de amor, perdón, provisión, y, sobre todo, de salvación. Seamos, pues, agradecidos.
“Nos Hizo Aptos Para Participar De La Herencia…”.
Como hemos dicho, cada parte de este texto es una joya inagotable. Lo primero que vemos en él es una bendición presente, no guardada para alguna época. Esto es algo real, una pertenencia de la cual echamos mano. Spurgeon, comentando este texto ha dicho: “El verdadero creyente es apto para el cielo; está preparado para ser partícipe de la herencia, y eso ahora, en este mismo momento…”.
Pero ¿qué significa esa declaración para nosotros? Por un lado, no se trata de ser un creyente perfecto, o libre de pecados. Nada más lejos de esto. Tampoco significa tener derecho a la salvación por nuestros propios méritos. Lo que sí merecemos según la Biblia es la ira de Dios y su eterno rechazo. Sin embargo, el texto nos dice que el Padre “nos hizo aptos”.
El significado de esta palabra es algo así como suficiente “para ser partícipes de la herencia de los santos en la luz”. En esta declaración hay algo asombroso. De por sí el haber llegado a ser salvos es un regalo inmerecido otorgado del Padre, por esta razón somos sus hijos, pero, además, somos parte de una herencia, y no cualquier herencia, sino la de “los santos en luz”. La herencia de muchos ni es “santa” ni es “en luz”.
GRATITUD POR HABER QUEDADO LIBRES
“Librado De La Potestad De Las Tinieblas…”.
No ha sido de cualquier lugar de donde el Señor nos ha librado. Cualquier poder esclavizador es malo, pero estar esclavizado bajo el poder de las tinieblas era vivir eternamente ciegos. El término usado por Pablo es militar y su significado literal es entrar en el terreno enemigo y arrebatar a alguien de ese dominio.
Imagínese rescatar a alguien de una cautividad cuyo fin sería la muerte. Otra versión traduce el texto así: “El Padre nos ha librado y atraído hacia sí mismo”. ¿Quiénes dominan el poder de las tinieblas de donde Dios el Padre nos ha librado? Puede imaginarse el poder y gobierno de la muerte desde el pecado del hombre.
Puede imaginarse que el poder del pecado comenzó desde el momento en que Adán y Eva desobedecieron a Dios. Pero, más aún, puede imaginarse el poder de Satanás, cuya asignación según la Biblia es la de “el príncipe de las tinieblas”.
Pues al pensar en nuestra gratitud a Dios el Padre, desde donde nos ha sacado, nada puede ser más digno de alabanza que esa gesta libertadora lograda por Él, hecha por la muerte de Cristo, como muerte sustitutoria, por tomar nuestro lugar, siendo castigado por nuestros pecados. ¡Esto debería hacernos dar gracias!
“Trasladado Al Reino De Su Amado Hijo”.
Cuando uno estudia este pasaje detenidamente trae a su mente la idea de una ubicación. El asunto es que hemos sido parte de dos reinos, pero mientras antes pertenecíamos al reino de las tinieblas, ahora lo somos de un reino de luz. Y para esto fue necesario que ocurriera un traslado.
No fue nada fácil esta tarea. En algunos rescates no todos salen ilesos, algunos mueren en el proceso. Pero en el caso de este traslado hubo una sola víctima, y ella fue el Señor Jesucristo. Y Pablo, para poner mayor fuerza a su descripción y argumento, habla de Cristo no como un mero Mesías en quien se cumplieron todas las profecías, sino de alguien a quien el Padre llama “amado Hijo”.
Entonces, ¿quién amó tanto a ese Hijo? Pues el Padre en quien dos ocasiones hizo notoria su declaración desde el cielo, diciendo: “Tú eres mi hijo amado en quien tengo complacencia”. El “Hijo del amor” sería la traducción de esta frase.
Y esta manera de llamar al Hijo nos recuerda el precio pagado por el Padre al entregarlo por nosotros. También nos recuerda que Su reino es un reino de amor, y también un reino de luz. La figura de Israel saliendo de Egipto (reino de las tinieblas) y luego la libertad, ilustra este concepto de Pablo.
GRATITUD POR LA OBRA REDENTORA
“En Quien Tenemos Redención Por Su Sangre”.
La palabra “redención” lleva consigo la idea de comprar. En la antigüedad la gente podía ir a un mercado y comprar un esclavo para llevarlo a su casa como cualquier otro producto. Los vendedores hacían las ofertas por ellos, y el mejor postor se los llevaba.
Permítame decirles que Jesucristo con su sangre nos ha comprado también. Él descendió al “mercado” de las tinieblas e hizo la compra, con la diferencia que el precio no fue ni oro o plata, sino su propia sangre. De esta manera, la palabra “redención” también significa “dejar a uno en libertad previo pago de un precio de rescate”.
Cristo con su muerte cumplió con las exigencias de la santa ley de Dios. Se dice que los griegos usaban el término redención cuando se pagaba dinero para recomprar y liberar a prisioneros de guerra o para liberar esclavos de sus amos. ¿Qué pasó entonces con nosotros? Que estábamos cautivos por Satanás y esclavos de nuestra naturaleza pecaminosa.
Pero mientras a los esclavos terrenales se les puede comprar la libertad, ningún dinero puede comprarnos la libertad de nuestro pecado. La sangre de Jesucristo es el único pago que puede redimirnos. Con Su muerte, Jesús pagó el precio para rescatarnos o redimirnos.
“Yo Sé Que Mi Redentor Vive” (Job 19:25-27).
Muchos años antes que Pablo confirmara una de las doctrinas más grandes de la Biblia, la de la redención, Job exclamó desde su más dolorosa condición física, estas palabras: “Yo sé que mi Redentor vive” (Job 19:25). Curiosamente en su profecía habló de su Redentor en mayúscula, como si estuviera reconociendo al único que pagaría el rescate por su condición.
Job por fe creyó en su rescate. Y fue él mismo quien previamente había dicho: “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré…” (Job 13:15). La redención es el acto mediante el cual alguien quien está en una condición desesperada (perdido, herido, cansado o atormentado) es rescatado de esa condición.
Como nuestro redentor vive, porque, aunque murió al tercer día se levantó, es ahora nuestra mayor garantía de victoria. Nadie más hizo posible nuestra redención sino aquel a quien el mismo Padre había escogido anticipadamente para esto.
Esto dice la Biblia acerca de ese Redentor profetizado y luego muriendo, derramando su propia sangre: “y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención (Hebreos 9:12).
GRATITUD POR EL PERDÓN DE LOS PECADOS
“… El Perdón De Los Pecados”.
La palabra griega aquí para perdón “aphesis” significa perdonar pecados como si nunca se hubieran cometido. El perdón cuando se combina con la redención como ocurre aquí, va más allá de una cancelación de la culpa de los pecados. El perdón del que aquí se habla incluye romper el control y el poder del pecado (véase Colosenses 2:13-15).
Una ilustración de esto lo tenemos con las palabras de Jesús a la mujer sorprendida en adulterio, quien después de haber quedado sola, sin que más nadie la acusara, el Señor le dijo: “Vete y no peques más”. Lo que estas palabras implican es eso: por cuanto has sido perdonada, ahora no tienes más razones para seguir pecando.
Un comentario respecto a este texto dice: “Nunca construyas tu predicación del perdón en el hecho de que Dios es nuestro Padre y Él perdonará porque nos ama… Es una tontería superficial decir que Dios nos perdona porque Él es amor. La única base por la cual Dios puede perdonarme es a través de la Cruz de mi Señor”.
No nos ganamos el perdón. Esto es un acto de la exclusiva gracia del cielo. El texto nos dice que en Cristo tenemos redención por su sangre y el perdón de pecado. Ninguno de nosotros merece ser amado por Dios y menos perdonado.
El Perdón Del Pecado Es Nuestra Mayor Gratitud.
Cuando entendamos el peso y el valor del perdón de nuestros pecados, seremos creyentes totalmente agradecidos. Una mujer pecadora entró en casa de Simón el fariseo, donde Jesús había sido invitado (Lucas 7:36-50), y estando allí derramó su corazón delante del Señor, y con sus muchas lágrimas enjugó los pies del Señor.
Ante esto, el fariseo criticó a Jesús por dejarse tocar por una mujer pecadora, y estas fueron las palabras de Jesús: “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.” (Lucas 7:47).
Nadie se gana el perdón; en todo caso, esto es un acto total de la gracia de Dios, por medio de Cristo; así lo expresa Pablo: “En él tenemos redención por su sangre, el perdón de nuestros pecados, según las riquezas de su gracia”. (Efesios 1:7-8). Si el saber que nuestros pecados han sido perdonados, no nos mantiene llenos de gratitud, es porque al final concluimos que no hemos sido perdonados. ¿Es esa su condición?
John MacArthur resumió lo expresado aquí en tres palabras: herencia, liberación y transferencia. Herencia, que nos hizo aptos para ser partícipes de la herencia de los santos en luz. Liberación, que nos has librado del poder de las tinieblas. Transferencia, y nos ha trasladado al reino de Su amado Hijo en quien tenemos redención, sí, el perdón de pecados.
El apóstol Pedro por su lado al considerar que somos “aptos” para ser parte de esa herencia de los “santos en luz”, lo dijo así: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable…” (1 Pedro 2:9). He aquí las más grandes razones para ser agradecidos.