
El despertar del pueblo en cuanto a sus derechos de salud es un reflejo de la necesidad de justicia y bienestar, pero también es una oportunidad para que la Iglesia sea un agente de cambio. Como cuerpo de Cristo, no podemos ignorar el sufrimiento de quienes no tienen acceso a una atención digna. Jesús nos enseñó a ser luz en medio de la oscuridad, y esto incluye ser una voz profética que clame por equidad en la salud
La Fe y la Sanidad en la Biblia
Desde el Antiguo Testamento, Dios se ha revelado como nuestro sanador:
«Yo soy Jehová tu sanador.» (Éxodo 15:26).
Jesús, durante su ministerio, sanó a los enfermos, mostrando que la sanidad es parte del Reino de Dios. Pero también destacó la importancia de la fe:
«Tu fe te ha sanado.» (Lucas 8:48).
Esto nos recuerda que, aunque la medicina y los avances científicos son importantes, nuestra confianza debe estar en el Señor, quien tiene el poder de sanar el cuerpo y el alma.
La Responsabilidad de la Iglesia
La Iglesia no solo debe predicar la fe, sino también ser un canal de bendición en el ámbito de la salud. ¿Cómo?
Orando por los enfermos y ministrando esperanza a quienes sufren.
Fomentando la educación en salud, enseñando sobre el autocuidado y la importancia de hábitos saludables.
Apoyando a los más vulnerables, ya sea con asistencia médica, campañas de salud o ayudando a quienes no pueden costear tratamientos.
Denunciando la injusticia, levantando la voz cuando el acceso a la salud es negado a los más necesitados. La Fe en Tiempos de Enfermedad
La enfermedad puede ser un tiempo de prueba, pero también de crecimiento espiritual. La fe nos sostiene en medio del dolor, recordándonos que Dios nunca nos abandona. Santiago 5:14-15 nos enseña que debemos acudir a la oración y a la intercesión de los ancianos de la Iglesia, confiando en que Dios obrará.
La salud del pueblo es responsabilidad de todos, y la Iglesia debe ser ejemplo de compasión, fe y acción. Si seguimos el ejemplo de Jesús, podremos marcar la diferencia y reflejar Su amor en cada corazón necesitado.
«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón…» (Lucas 4-18).