
El Señor nunca estará demasiado ocupado para atender a nuestra necesidad. Nunca nos dirá: oh, lo que tú me estás pidiendo es demasiado insignificante. Para Él no hay grande o pequeño.
Podemos venir a Él con todas nuestras necesidades, y nosotros mismos tenemos que ser gente de compasión. Tenemos que tratarnos unos a otros con esa misma misericordia.
Nuestras iglesias deben ser lugares de refugio, lugares de compasión, lugares de sanidad donde la gente pueda venir con cualquier situación o dilema, sea lo que sea.
La Iglesia de Jesucristo tiene que ser una comunidad compasiva, misericordiosa; que atienda al necesitado, que trate con la gente en sus quebraduras e imperfecciones con la misma misericordia con que Cristo trató a esa multitud que vimos en la meditación anterior.
El distintivo del pueblo de Dios debe ser la compasión y la gracia. Por eso el apóstol Pablo nos amonesta: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres”. Dice también en otro pasaje: “Hermanos, cuando alguno de vosotros fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”.
Al estar nosotros conscientes de nuestra propia humanidad podremos tratar a otros también con mucha compasión, con gran misericordia. Ese debe ser el distintivo de todo creyente y de toda comunidad de fe, la compasión y misericordia que Cristo mismo manifiesta.
Seamos gente de misericordia y de gracia, como nuestro Padre celestial.