Los corazones humildes buscan la gracia y la obtienen. La humildad permite que la gracia fluya sobre nosotros abundantemente. Debemos ser agradecidos por la gracia y darle la gloria a Dios. Debemos ser humildes para que Dios nos exalte por Su gracia.
Los corazones humildes buscan la gracia, y, por tanto, la obtienen. Los corazones humildes se someten a las dulces influencias de la gracia, y, así, la gracia es prodigada sobre ellos más y más abundantemente. Los corazones humildes permanecen en los valles donde fluyen los arroyos de la gracia, y, así, beben de ellos. Los corazones humildes están agradecidos por la gracia y dan al Señor la gloria de ello, y, por esto, es consistente con Su honor que Él les proporcione gracia.
Vamos, querido lector, ocupa un lugar humilde. Sé pequeño en tu propia estimación, para que el Señor haga mucho de ti. Tal vez irrumpa el suspiro: «me temo que no soy humilde». Tal vez este sea el lenguaje de la verdadera humildad. Algunos están orgullosos de ser humildes, y este es uno de los peores tipos de orgullo. Nosotros somos criaturas necesitadas, desvalidas, indignas, merecedoras del infierno, y si no somos humildes, deberíamos serlo. Hemos de humillarnos por causa de nuestros pecados contra la humildad, y entonces el Señor nos dará a probar Su favor. La gracia nos hace humildes y la gracia encuentra una oportunidad en esta humildad para derramar mayor gracia. Hemos de descender para que podamos ascender. Hemos de ser pobres en espíritu para que Dios nos haga ricos. Seamos humildes para que no necesitemos ser humillados, para que seamos exaltados por la gracia de Dios.