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La gracia nos enseñó a temer a Dios

Dios mantuvo a Faraón en pie y lo golpeó hasta que él y su ejército se ahogaron como una piedra, ¿por qué? ¿Por qué necesitamos leer sobre los juicios contra Coré o visitar las lápidas de aquellos que cayeron en el desierto? ¿Por qué incluir en las Escrituras historias como la de las dos osas que destrozaron a cuarenta y dos muchachos por burlarse de un profeta calvo? O, en los tiempos del nuevo pacto, ¿por qué Ananías y Safira cayeron muertos al instante? ¿Por qué un ángel del Señor derriba a Herodes y hace que su cuerpo se lo coman los gusanos? ¿Por qué las personas de la iglesia primitiva enferman, o incluso mueren, por hacer mal uso de la Cena del Señor? ¿No es para enseñarnos el temor de Dios?

Parece que el temor del Señor ha decaído en estos tiempos tan apologéticos. «Dios ciertamente no es alguien a quien temer», dicen algunos. «Lo que se entiende por temor es en realidad algo más parecido al respeto. No hay que temerle como a un león suelto en la sala de tu casa, sino acudir a Él como confidente, mejor amigo, oído que no juzga y está dispuesto a escuchar». Al intentar mantener el equilibrio entre las tensiones, a lo temible de Dios parece que siempre le toca la peor parte. El Cordero, con demasiada frecuencia, deshace al León.

Con esto, le robamos la adoración a Dios y nos robamos a nosotros mismos el regocijo. En el nuevo pacto, es una bendición temer al Dios vivo. La diferencia entre el antiguo pacto y el nuevo no es que ya no se deba temer a Dios, sino que ahora todos los miembros del pacto realmente lo temen. El temor santo sirve para nuestra perseverancia, imparte sabiduría a nuestras almas, asegura nuestra felicidad eterna; nadie llegará al cielo sin este temor.

Contemplemos, pues, cuatro hermosos fragmentos de Jeremías 32:38-41, una maravillosa introducción al extraño y espectacular temor de Dios para los cristianos de hoy.

Nuevos corazones para temer

Les daré un solo corazón y un solo camino, para que me teman siempre (Jr 32:39, énfasis añadido).

¿Cuál es el problema con el mundo actual? Las personas no aman a Dios y no lo temen, porque no tienen corazones nuevos que vivan para Su gloria y sean sensibles a Su poder. Un prójimo tras otro vive en abierta rebelión contra Su majestuosidad y no se avergüenza. No cesan en sus pecados suicidas, no buscan Su voluntad ni claman a Él por misericordia.

El temor santo sirve para nuestra perseverancia, imparte sabiduría a nuestras almas, asegura nuestra felicidad eterna; nadie llegará al cielo sin este temor

Esta es la historia del Antiguo Testamento. Somos testigos de cómo generación tras generación experimenta la miseria de un pueblo que tiene la ley de Dios en sus pergaminos, pero sin el temor de Dios en sus almas. Historia tras historia detalla la incapacidad de temblar ante la Palabra de Dios, como resultado de la maldición del pecado. Aunque se les instruyó repetidamente: «Al SEÑOR de los ejércitos es a quien ustedes deben tener por santo. / Sea Él su temor, / Y sea Él su terror» (Is 8:13), la mayoría no hacía tal cosa. Una y otra vez se repetían el mismo dolor y angustia porque no temían a Dios. Estaban demasiado cómodos, demasiado engreídos, demasiado despreocupados para ser de buen corazón.

Pero fíjate en la promesa del nuevo pacto: «Les daré un solo corazón y un solo camino». ¿Y para qué? «Para que me teman siempre» (Jr 32:39). Se les da un corazón nuevo dotado del temor de Dios. Y este temor no tendrá fecha de caducidad. Dios renueva a un pueblo para que le tema siempre.

Nuestro bien más grande y profundo

[…] para que me teman siempre, para bien de ellos y de sus hijos después de ellos (Jr 32:39, énfasis añadido).

Ahora bien, podemos pensar que este temor de Dios es una mala noticia. Quizá nuestra mente recuerde involuntariamente relaciones en las que el temor era una herramienta para el mal: el padre abusivo, el agresor en el patio de juegos, el jefe controlador. Usaban el temor para manipular, coaccionar, punzar hasta la sumisión. ¿Cómo puede ser una buena noticia temer a Dios por siempre?

Fíjate en la promesa: «para que me teman siempre, para bien de ellos y de sus hijos después de ellos». Oh, esto es diferente. Este temor sirve para el bien de Su pueblo, como cuando Gandalf se volvió alto y amenazante para convencer a Bilbo que renunciara al anillo que, de otro modo, lo destruiría. Dios pone Su voz más grave para persuadirnos a que nos alejemos del peligro. El corazón de este Rey obra a tu favor, para tu bien y, por consiguiente, te concede este temor de Él. ¿Acaso este propósito no hace toda la diferencia?

Dios nos disciplina por nuestro bien, para que podamos participar de Su santidad y vivir

Los hijos saben que no se debe tomar a la ligera a su buen padre. El Padre celestial azota a cada hijo que ama (He 12:6), no porque le encante castigar, sino porque le encanta salvar. Nos disciplina por nuestro bien, para que podamos participar de Su santidad y vivir (He 12:9-10). Siente lo suficiente de Su corazón como para confiar en Él: este Dios no nos niega la disciplina, pero tampoco negó a Su Hijo por nosotros.

Y fíjate que esta bendición del temor del nuevo pacto se extiende a la familia: «por su propio bien y de sus hijos después de ellos». El temor que Dios da al hombre bendice a los más cercanos a Él.

Por qué te despiertas siendo cristiano

Haré con ellos un pacto eterno, de que Yo no me apartaré de ellos para hacerles bien, e infundiré Mi temor en sus corazones para que no se aparten de Mí (Jr 32:40, énfasis añadido).

Una vez más, Israel recibió la ley de Dios escrita por el dedo mismo de Dios y entregada por ángeles; sin embargo, no pudieron cumplirla. Vieron a su Dios redimir con maravillas que el mundo nunca había presenciado, pero estas mismas personas murieron en el desierto por desconfianza. Dios fue inmerecidamente bueno con ellos y, aún así, sin explicación ni provocación, siguieron alejándose de Él. El Señor pregunta: «¿Qué injusticia hallaron en Mí sus padres, / Para que se alejaran de Mí / Y anduvieran tras lo vano y se hicieran vanos?» (Jr 2:5). Nuestro Antiguo Testamento nos muestra dónde estaríamos sin el temor de Dios.

Sin embargo, contempla la bendición: «Haré con ellos un pacto eterno, de que Yo no me apartaré de ellos para hacerles bien». Él jura no dejar de hacernos el bien; hace un pacto eterno con nosotros. Pero ¿qué pasa si nosotros nos alejamos de Él, como hizo Israel tantas veces? Aquí está la respuesta: «infundiré Mi temor en sus corazones para que no se aparten de Mí».

Es el temor de alejarnos de Dios lo que nos mantiene cerca de Él

¿Por qué te despertaste siendo cristiano esta mañana? Porque Dios puso en ti el temor de Sí mismo. Temes alejarte de Él, volver a la ciudad de la destrucción, ser hijo de Su ira, desagradar a tu Padre celestial, alejarte de la iglesia y demostrar que nunca has sido verdaderamente de Su pueblo. Crees en Dios cuando habla del infierno. Crees en Dios cuando habla del cielo. Y lo temes, no porque tiembles ante la expectativa de Su ira, como si no tuvieras una base para confiar en Él (Su amor perfecto en nosotros echa fuera este tipo de temor carente de fe, 1 Jn 4:18). Sin embargo, aunque ahora no temblamos ante el juicio venidero, seguimos creyendo que, si nos apartamos de Él o retrocedemos, esa será nuestra porción. Todavía no estamos en casa.

Entonces, ¿qué es el temor de Dios en este texto? Es un temor de alejarnos de Él que nos mantiene cerca de Él. El temor del nuevo pacto es adhesivo para que sigamos caminando felizmente con Jesús, nuestra vida y nuestro gozo.

Tememos el corazón de Él

Me regocijaré en ellos haciéndoles bien, y ciertamente los plantaré en esta tierra, con todo Mi corazón y con toda Mi alma (Jr 32:41).

Por lo tanto, el temor de Dios no es un miedo escalofriante, ni un esconderse debajo de la cama o encogerse en posición fetal ante un juez severo. Más bien, el temor de Dios es una comprensión sana de que, si te alejas de Dios, será la ruina eterna de tu alma, una ruina causada por Su propia mano.

Pero, santo, el tipo de Dios al que tememos marca la diferencia en nuestro temor hacia Él. «Para que no se aparten de Mí», dice Dios, pero ¿quién es ese «»? Leemos que Él quiere lo bueno para nosotros, pero ¿quién podría imaginar lo que viene después? «Me regocijaré en ellos haciéndoles bien, y ciertamente los plantaré en esta tierra, con todo Mi corazón y con toda Mi alma». Quédate sin palabras; quédate atónito. Este es el Dios al que tememos para siempre: Aquel que se deleita en hacerte el bien con todo Su corazón y con toda Su alma.

El temor de Dios es una comprensión sana de que, si te alejas de Dios, será la ruina eterna de tu alma

Él es el Dios cuya vara y cayado golpean y destruyen a Sus enemigos. Este Pastor aterroriza a leones, osos, lobos y ladrones. Sin embargo, debido a Su amor por ti al dar Su vida por ti, este mismo poder ahora te consuela y te mantiene cerca.

Él sigue siendo peligroso —no nos guiaría a través del valle de la muerte si no lo fuera—, pero ya no es peligroso para ti como lo era antes. Cristiano, ahora eres Su oveja, bajo el amor del Pastor. Él dice: «Los haré morar seguros» (Jr 32:37). Pero esto no lo domestica. Mientras le seas fiel, mientras sigas temiéndole, Su vara y Su cayado te mantendrán en el camino, te calmarán y te protegerán de todo lo que te amenace. Su amor aleja de ti Sus cualidades temibles, siempre y cuando permanezcas en Su amor.

A salvo de la tormenta

Hace años, en una amarga y peligrosa noche de invierno, observaba cómo los copos de nieve caían con delicadeza fuera de mi ventana. Me cautivaban, sin embargo, sabía que para algunos que estuvieran afuera esa noche, podrían ser mortales. Entonces escribí:

La ventana enmarca herramientas de tortura
Mientras acarician el suelo,
Por el fuego del amor soy encontrado;
¿Es esta la salvación?

Esto captura algo de la paradoja. No es que el peligro ya no exista: Dios es peligroso para aquellos que están afuera. Más bien, significa que Él nos ha vencido con Su amor, nos ha sentado dentro de Su fuego de gracia, y allí ya no esperamos perecer. «Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que viene a Mí, de ningún modo lo echaré fuera» (Jn 6:37). Pero sí tememos enfrentarnos a Él si abandonamos el refugio de Cristo.

Así que, lo tememos, pero este es el Dios al que tememos. El Dios que nos quiere en Su casa con Él. El Dios cuyo corazón anhela hacernos bien. El Dios que, para asegurarnos Su bendición, nos da un don indispensable: el temor de Él.

Fuente:
Greg Morse

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