Agradezco a mi Señor por el rol que ha dado al padre en el manejo del hogar; y más le alabo por la armonía que le impregna la madre cristiana temerosa de Dios. En la sinfonía del hogar cristiano al hombre le fue dada la batuta, pero es la mujer la que produce los arreglos de las notas que harán que la música sea armoniosa y afinada.
¿De qué vale la batuta en la orquesta si no hay un buen arreglo musical? ¡Nada te puede sustituir mamá, nada! Sólo Dios, y Él te puso en la viña del hogar para ser surtidora del vino de su gracia.
Si en un mundo en ruinas el hogar cristiano resplandece, es en buena medida por la entrega sacrificial de las madres que juegan su rol y, aunque sea vergonzoso decirlo, asumen el de la mayoría de los padres. Hoy, la inmensa multitud de padres cristianos son buenos padres, porque hay una mejor madre que trabaja detrás del telón y compensa o sobrepasa el amor y los desvelos que los padres no somos capaces de dar. A ellas les sobra lo que a nosotros nos falta. Ellas tienen un mejor sentido del trabajo en equipo.
El apóstol Pedro escribió un hermoso consejo para los padres de hogares cristianos: “… convivan de manera comprensiva con sus mujeres, como con un vaso más frágil, puesto que es mujer, dándole honor por ser heredera como ustedes de la gracia de la vida, para que sus oraciones no sean estorbadas” (1 P 3.7). ¿Cuántos damos honor a la compañera de nuestra vida? Dar honor es dignificar, respetar, valorar. Un gran pensador latinoamericano y universal dijo: Honrar, honra. Es decir, cuando honramos, somos también honrados y esa honra en nuestro caso, viene del Señor.
La Biblia está llena de historias de mujeres que primero fueron madres antes que todo lo demás: Sara, Ana, Rut, Rebeca, Raquel, Loida, Eunice, María, Noemí. Ellas vivieron también en su tiempo en un mundo en ruinas, pero cumplieron su rol en el plan de redención de nuestro Hacedor. El papel de las madres cristianas de hoy tiene mucho de redención (rescatar a los hijos de cualquier tipo de esclavitud – vicios, adicciones -a cambio de un precio).
La fe que vi en mi madre desde niño revivió la mía muchos años más tarde. Verla sentada durante horas frente a una cruz, murmurando aquellas largas oraciones por sus hijos y su familia, infundía respeto. En aquellos días lejanos de tanta pobreza material, mi madre clamaba en el desierto de las miserias al Dios de las riquezas espirituales y Él nunca nos faltó. ¡Nunca desestimes la oración de una madre porque los tratos del Señor son especiales para ella!
María, la madre terrenal de Jesús por voluntad de Dios, nos dejó un precioso y soberano consejo. Refiriéndose a sus discípulos de ayer y de hoy le dijo: Hagan todo lo que Él les diga. (Juan 2.5b). Mi oración es que las madres de hogares cristianos puedan dar hoy a sus hijos esta exhortación maravillosa para así defenderlos de los dardos que el maligno no va a cesar de lanzar y que, como coherederas de la gracia de Dios, sepan acompañar a sus varones en la lucha espiritual que también se libra en los hogares de un mundo perdido donde ellas deben brillar por derecho propio.
¡Dios las bendiga!