La fe no es una creencia abstracta en la Palabra de Dios, ni tampoco un simple consentimiento o entendimiento de la voluntad, ni tampoco una aceptación pasiva de los hechos. La fe es una operación de Dios, una iluminación divina, una energía santa implantada por la Palabra de Dios y el Espíritu Santo dentro del alma humana: un principio divino y espiritual que proviene de lo sobrenatural y hace que una cosa sea aprehensible por medio de las facultades del tiempo y los sentidos.
La fe está consciente de Dios en forma permanente. Trata directamente con el Señor Jesucristo y ve en Él al Salvador; trata con la Palabra de Dios y se apropia de sus verdades. Trata con el Espíritu de Dios y es vigorizada e inspirada por Su fuego santo. Dios es el gran objetivo de la fe; puesto que ella descansa sobre Su Palabra. La fe no es un algo sin objetivo, sino una mirada del alma hacia Dios y un descansar en Sus promesas. Así como el amor y la esperanza siempre tienen un objetivo, también lo tiene la fe. No es creer en cualquier cosa, sino en Dios, en el Dios perfecto y Omnipotente, descansando en Su bendita Persona y confiando en Su Palabra.