En Marcos 11-14, Jesús pronuncia una palabra que, a simple vista, parece dura: maldice la higuera que no dio fruto. Pero más allá del hecho físico, hay una enseñanza profunda sobre la fe y la perseverancia. La higuera representa apariencia sin sustancia; tenía hojas, pero no fruto. Así mismo, una fe sin perseverancia puede verse viva por fuera, pero estar vacía por dentro.
La fe que persevera no se limita a decir palabras bonitas o a hacer declaraciones momentáneas. Es una fe que espera, que confía, que se mantiene firme incluso cuando las circunstancias parecen no cambiar. Perseverar en la fe no significa simplemente “aguantar”, sino seguir avanzando con la certeza de que Dios cumple lo que promete, aunque la respuesta tarde.
Esta fe es la que forma nuestro carácter. La prueba prolongada pule nuestro interior, elimina la dependencia de lo visible y nos lleva a descansar en la fidelidad de Dios. Así, cada desafío que enfrentamos se convierte en una oportunidad para crecer en madurez espiritual.
Cuando la fe persevera, nace una firmeza que no se derrumba con el viento de la duda ni con el peso del temor. Nos convertimos en creyentes que no sólo resisten, sino que vencen. Porque como dice Romanos 8:37: “En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.”
Querido hermano, querida hermana, no permitas que las dificultades apaguen la llama de tu fe. Recuerda que cada momento de prueba es una oportunidad para afianzar tu confianza en Dios y para crecer en su amor. Permanece firme, porque la fe que persevera es la que Dios honra y usa para manifestar Su poder en nuestras vidas. ¡Ánimo! La victoria está cerca y, en Cristo, tú eres más que vencedor.