La oración es la respiración del creyente. Es el latido del corazón del espíritu – constante, subconsciente, la fundación misma de nuestra vida. Yo he aprendido que en la oración está el secreto de una vida próspera y bendecida.
Tenemos que sazonar todos los proyectos de nuestra vida en oración: Si tus hijos están teniendo problemas, dificultades, preséntaselos al Señor continuamente. Tus finanzas, báñalas en oración. Ora preventivamente, continuamente, para que el diablo no tenga oportunidad de arrebatarte la bendición de la cual gozas. No esperes a tener a los deudores a tu puerta para entonces comenzar a orar por provisión financiera.
Preséntale al Señor tu salud con lujo de detalle—cada hueso, cada órgano. Visualiza la bendición de Dios sobre cada parte específica de tu cuerpo. Búscate un libro de anatomía y apréndete todas las partes de tu cuerpo y señala cada una de ellas parte por parte, desde la vesícula hasta la espina dorsal, desde tu corazón hasta tus pulmones. Báñalo todo en oración y satúralo específicamente con la bendición de Dios.
A Dios le gustan las peticiones específicas, a Dios le gusta la gente que clama a Él continuamente. Si un padre sabe dar buenas cosas a sus hijos ¿cuánto más no le dará el Señor a los que claman a él día y noche? Pero tenemos que llenarnos de esa idea de que si yo clamo al Señor, Él me va a responder.
Y la Biblia está llena de promesas para los que oran. Juan 16:23 declara: «En aquél día no me preguntaréis nada» hablando de cuando Jesús se fuera al cielo y nosotros estuviéramos aquí en la tierra simplemente con el Espíritu Santo, que es lo que tenemos ahora. Dice: «En aquél día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en Mi Nombre, Él os lo dará.»
Y añade: «Hasta ahora nada habéis pedido en Mi Nombre», porque todavía tenían a Cristo físicamente con ellos y le hablaban directamente a Él. Luego los invita: «Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea cumplido.»
Si usted busca en una concordancia la palabra ‘pedir’ u ‘orar’, verá cuántas invitaciones hay de parte de Dios mismo a usted para que le pida al Señor. Si Dios le dice que pida, ¿por qué no pedir? ¿Por qué no aprovechar esa oportunidad que nos ofrece Dios mismo? ¿Por qué no crear un hábito de oración y de clamor en toda circunstancia?
No, de nuevo, oraciones meramente piadosas y religiosas, sino oraciones de guerra, oraciones que lleguen hasta el Trono mismo de Dios y que conmuevan el corazón del Señor.
Hay muchas, muchas afirmaciones de este principio de clamar al Señor en una forma efectiva. Todos esos textos enfatizan la necesidad de pedir como prerrequisito para recibir lo que necesitamos. Santiago en el capítulo 1 dice que pidamos con fe, nos anima a ejercer fe, a creer que si pedimos vamos a recibir lo que pedimos.
Fe es una actitud de confianza. Es algo que crece con el ejercicio. La fe es como un músculo. Si usted lo ejercita él crece, ¿Por qué crece? porque cuando usted ejerce aunque sea una mínima cantidad de fe usted va a ver aunque sea un pequeño resultado. Y cuando usted vea ese pequeño resultado, su fe va a crecer, y entonces se va a atrever a pedirle al Señor cosas más grandes y ambiciosas, y finalmente se atreverá a emprender cosas gigantescas y audaces.
Pero comience a ejercitar su fe. La fe, dice la Palabra, viene por el oír y el oír la Palabra del Señor. Crece a medida que meditamos en las promesas de las Escrituras, a medida que nuestra mente es saturada con los patrones y las enseñanzas de la Palabra de Dios. Es una actitud que se va cultivando. Crece mientras reemplazamos gradualmente las actitudes depresivas y tímidas por una actitud de esperanza y militancia en Dios. Y, según vaya creciendo tu fe, dios tendrá lugar para hacer cosas más grandes y hermosas en tu vida.