La humildad es una joya que debe cultivarse con esmero, como una rosa delicada, que requiere cuidado y atención. Es como un bebé recién nacido, que necesita ser protegido y amado para crecer con fuerza y pureza. Sentir la humildad en el corazón es tan esencial como sentir el calor o el frío en la piel: es una experiencia vital que nos conecta con Dios y con los demás.
Al comenzar este nuevo año, hagamos un compromiso espiritual: recuperar la revelación de predicar con humildad. Jesús, nuestro mayor ejemplo, nos enseñó esta virtud en Mateo 18:3-4, cuando declaró que debemos volvernos como niños para entrar en el Reino de los cielos. También, en Lucas 14:11 y 18:14, nos recordó que quien se humilla será exaltado.
Hoy, más que nunca, es necesario predicar a Cristo con humildad, pues vivimos en tiempos donde el orgullo y la arrogancia parecen haber desplazado esta virtud tan fundamental. Reflexionemos sobre Mateo 20:20-23, donde Jesús enseña que el mayor entre nosotros debe ser siervo de todos, y que el servicio humilde es la verdadera grandeza en el Reino de Dios.
Te invito a pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a cultivar una humildad sincera, predicando no desde el ego, sino desde un corazón rendido a Dios. Que nuestras palabras sean reflejo de la gracia divina y nuestras acciones una evidencia de Su amor.