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La duda, un obstáculo para recibir respuesta

La duda y el temor son los enemigos gemelos de la fe. A veces hasta usurpan el lugar de la fe, y aunque nos pongamos a orar, la oración que ofrecemos está llena de inquietud, angustia y quejas. Pedro falló en su caminata sobre el mar de Genesaret porque permitió que las olas al romper sobre él le quitaran el poder de su fe. Sacando sus ojos del Señor y mirando al agua amenazadora a su alrededor, comenzó a hundirse y a pedir socorro angustiosamente.

Las dudas nunca deben ser permitidas, ni tampoco podemos dejar que nuestra mente “elabore” temores a su antojo. Ningún hijo de Dios debe hacerse un mártir del miedo y de la duda. El albergar dudas acerca de Dios, no da crédito a la capacidad mental de ningún hombre, ni tampoco el tal puede esperar recibir consolación con una actitud semejante. Debemos quitar los ojos del yo, de nuestra propia debilidad e ineptitud; y permitir que ellos descansen solamente en el poder de Dios. “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene gran galardón” (Heb. 10:35). Una fe sencilla pero firme, vivida día por día, disipará todo temor y sombra de duda.

Fuente:
E. M. Bounds

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