Tomar la Cruz de Cristo implica una entrega total y una disposición a seguir sus enseñanzas con una convicción inquebrantable. No es un camino fácil; requiere de nosotros renunciar a nuestras propias ambiciones y deseos egoístas para abrazar una vida de servicio, humildad y amor. Negarnos a nosotros mismos es un acto de valentía y fe, un reconocimiento de que nuestra verdadera identidad y propósito se encuentran en Cristo y no en las cosas efímeras del mundo.
La corrupción, en todas sus formas, es una de las mayores amenazas a una vida cristiana auténtica. Participar en actos corruptos es traicionar los valores de justicia, integridad y amor que Jesús nos enseñó. Ser un seguidor radical de Cristo significa vivir en transparencia y honestidad, enfrentando y rechazar las tentaciones que nos alejan del camino de Dios. Es una llamada a ser luz en medio de la oscuridad, a ser ejemplo de rectitud y a demostrar que es posible vivir sin sucumbir a las presiones y corrupciones del mundo.
Cristianos y cristianas radicalmente seguidores de Cristo son aquellos que ponen a Jesús en el centro de sus vidas, libres de las ataduras del pecado. Ser cristocéntricos no es solo una etiqueta, sino una forma de vida que se refleja en cada pensamiento, palabra y acción. Es un compromiso constante de buscar la voluntad de Dios en todo momento, de amar al prójimo como a uno mismo y de ser instrumentos de paz y justicia en el mundo. Estos seguidores radicales transforman su entorno con el poder del amor de Cristo, viviendo una fe auténtica y sin concesiones. Gracia y Paz.