El pecado es un estado espiritual de rebelión en contra del carácter moral de Dios, en contra de lo correcto de Dios, de la santidad de Dios. Hay 4 términos teológicos y/o bíblicos que nos ayudan a entender mejor el concepto de pecado.
“4 Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.” 1 Juan 3:4
En primer lugar, está lo que se conoce como pecado de comisión; actos que, conociendo que están mal, los hacemos comoquiera. Tú sabes que estás mal, que lo que vas a hacer está mal, y libre y voluntariamente lo haces, comentes la falta. Por otro lado, los pecados de omisión son aquellos que tú comentes, pero sin saber que estás fallando. El peligro de esto es que vivas en un error toda tu vida, creyendo que estás bien, cuando realmente estás mal. Abraham, por 13 años, pensó que Ismael era el hijo de la promesa. Y es triste vivir 13 años pensando que lo que tienes es lo que Dios tenía para ti, cuando realmente es el resultado de un error tuyo. Abraham atrasó 13 años más lo que Dios le había dicho; no lo hizo con consciencia, pensando que si Dios no se lo daba con Sarah, pues él lo tendría con la sirvienta; cometió un error sin saber las consecuencias, asumiendo que estaba bien porque aquello era lo que decía la cultura. Pero aquello no era lo que Dios quería. Así que está el pecado de comisión, el que cometes a sabiendas; y el de omisión, en el que se te tiene que hacer presente o consciente de que estás mal, para poderlo corregir.
En la Biblia, una de las definiciones de la palabra pecado es fallar la marca, y viene de un término de arquería; disparaste la flecha, debiste dar en el blanco, pero no lo hiciste. En otras palabras, se considera pecado en la Biblia aquellas cosas donde fallas en alcanzar la excelencia del carácter que Dios quiere que tú alcances; te quedas por debajo de lo que Dios quería que tú hicieras. Pecado no es meramente, entonces, para Dios, adulterio o fornicación; pecado es cuando te quedas por debajo de todo lo que tienes que ser. Y el Espíritu Santo te ayuda a alcanzar la marca, a que no falles más porque, por tus propias fuerzas, tú no puedes; pero el Espíritu Santo te puede llevar a ser todo lo que Dios quiere que tú seas. Si tratas de llegar a la marca, sin él, no vas a llegar.
Y cuarto, el no vivir por fe; lo que no es de fe, es pecado, dice la Biblia. Cuando se dice que es pecado no vivir por fe no se trata de que no tengas fe para tener una empresa; eso no es pecado, esa no es la fe que habla ahí. Se refiere a cuando tú no vives por fe en tu relación con Dios y en quien tú eres en Cristo Jesús. Dios no te va a juzgar porque no tengas fe para una casa o un carro. Estos versos hablan de la justificación por fe; que tú tengas siempre, por fe, presente que tú eres justificado por Dios, y no por tus obras. Esa es la fe que tú tienes que tener. Por eso es que el Espíritu Santo trae a tu vida el Espíritu de Fe, porque sabe que muchas veces tú no vas a tener fe, entonces te inyecta fe para que creas por algo en particular. Esto es importante para que no haya culpa y condenación en tu vida y nunca te sientas mal; el día que tú no tengas fe y el Señor quiera que tú hagas algo, el mismo Espíritu Santo va a proveer la fe que tú necesitas para actuar y caminar. Es como el arranque que le dio a Pedro: Si eres tú, di que yo vaya; y caminó sobre las aguas. Cuando Pedro comenzó a predicar, dice la Biblia que lo hizo con denuedo; la gente se preguntaba cómo hablaba así, si era un inculto; el Espíritu Santo lo tomó y lo impulsó en aquel momento. Así que, cuando la palabra habla de que es pecado el no vivir por fe, se refiere a tu relación con Dios. Que nada en tu mente se interponga; tú eres justificado por fe.
Hay 3 cosas básicas que hace el Espíritu Santo en relación a la salvación: Te convence de pecado, te hace nacer de nuevo por el Espíritu, y eres renovado por el Espíritu de Dios.
“7 Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. 9 De pecado, por cuanto no creen en mí; 10 de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; 11 y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.” Juan 16:7-11
En muchas ocasiones, cuando Jesús habló, no dejó a la interpretación lo que quiso decir. Por ejemplo, la parábola del sembrador, la explicó. Y muchas veces, en cuanto a estos versos, la gente usa la mitad del verso, usan una sola frase, no les gusta oír la explicación que él da. El Espíritu no convence al creyente de pecado, sino al mundo; si ya tú eres cristiano, tú no necesitas ser convencido de pecado, porque ya tú creíste. A quien Él tiene que convencer de pecado es al que no ha creído. A ti ya te convenció de que tú necesitabas arrepentirte, que tú necesitabas de Él, que Él te podía ayudar; una predicación te tocó y creíste. De lo que sí todo cristiano tiene que ser constantemente convencido es de las otras 2 cosas: De justicia y de juicio. Ese término justicia se refiere a estar bien con Dios, no a justicia de la ley. Jesús les daba la seguridad a los discípulos de que ellos estaban bien con el Padre, pero Jesús se iba, así que necesitaban al Espíritu Santo que les convenciera todos los días, no de pecado, sino de que estaban bien con el Padre, a pesar de sus errores humanos. Tú necesitas estar convencido de esto: Tú estás en buenos términos con Dios.
La parte emocional necesita convicción de que, por el mero hecho de haber pedido perdón y habérsete extendido, eres perdonado. No tienes que hacer más para recibir el perdón. Porque la justicia del mundo dice que, si la haces, la pagas; pero la justicia de Dios no es así: Tú la hiciste, y Él la pagó, y tú eres perdonado. Y tú necesitas convencerte de eso. Tú la haces, Él ya la pagó, y has sido perdonado por la sangre de Cristo.