No hay ninguna duda al respecto. El temor del Señor conduce a hábitos virtuosos, y estos previenen ese desperdicio de la vida que proviene del pecado y del vicio. El santo reposo que brota de la fe en el Señor Jesús ayuda grandemente también al hombre cuando está enfermo. Todo médico se alegra de tener un paciente cuya mente esté completamente tranquila. La preocupación mata, pero la confianza en Dios es como una medicina que sana.
Por lo tanto, tenemos todos los preparativos para una larga vida, y si realmente es para nuestro bien, veremos una buena ancianidad, y llegaremos a nuestras tumbas como mieses recogidas en su estación. No hemos de estar sobrecogidos con una súbita expectación de muerte en el momento en que nos duela un dedo, sino más bien hemos de esperar que tengamos que trabajar a lo largo de una considerable longitud de días.
Y, ¿qué importa que seamos llamados pronto a la esfera superior? Ciertamente no habría nada que deplorar en un llamado así, sino que todo sería más bien un goce. Vivos o muertos pertenecemos al Señor. Si vivimos, Jesús estará con nosotros; si morimos, nosotros estaremos con Jesús. La verdadera prolongación de la vida consiste en vivir mientras vivimos, sin perder el tiempo, sino usando cada hora para los propósitos más elevados. Que así sea en este día.