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La Ciencia y Dios. Armonía en la Búsqueda de la Verdad

Si no entiendes cómo funciona algo, no te preocupes: simplemente ríndete y di que Dios lo hizo. ¿No sabes cómo funciona el impulso nervioso? ¡Bien! ¿No entiendes cómo se almacenan los recuerdos en el cerebro? ¡Excelente! ¿Es la fotosíntesis un proceso desconcertantemente complejo? ¡Maravilloso! Por favor, no te pongas a trabajar en el problema, simplemente ríndete y apela a Dios.

Ese pensamiento refleja lo que muchos ateos piensan acerca de la forma en que los cristianos atribuyen a Dios la creación de la complejidad que vemos en el mundo.

Ciertamente, como escribió el apóstol Pablo, «el mundo no conoció a Dios por medio de su propia sabiduría»; el Señor desecha el «entendimiento de los inteligentes» de este siglo (1 Co 1:18-21). Y es que, a pesar de lo que los ateos más prominentes del mundo proclamen, el Dios de la Biblia no es una «deidad natural», no es alguien a quien los cristianos simplemente usamos para explicar los fenómenos que no entendemos.

En ese sentido, el Dios de la Biblia no es un «dios de las brechas». Sin embargo, Él sí es un «Dios de las brechas» en el sentido de que Él es Dios de todas las cosas. «Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas» (Ap 4:11). Los cristianos creemos que Dios está detrás de todo lo que podemos ver y detrás de todo lo que no podemos ver; Él es el autor de las cosas que comprendemos detalladamente y de las cosas que nos confunden profundamente.

Entender la creación no elimina al Creador
Es por eso que afirmaciones como «la ciencia ha probado que Dios no existe» son tan desconcertantes. Cuando piensas un poco en ellas, descubres que no tienen sentido alguno. Cualquier mecánico decente, por ejemplo, entiende cómo funciona un automóvil, pero no se atrevería a negar que el automóvil fue diseñado por alguien. Incluso si el mecánico visitara la fábrica donde se ensambla el vehículo y viera un montón de brazos hidráulicos juntando las piezas, no se quedaría diciendo: «Wow, esta fábrica creó el automóvil». Es claro que alguien construyó la fábrica y diseñó el proceso a través del cuál el automóvil fue construido.

De manera similar, los avances en la ciencia de la embriología nos han llevado a entender cada vez más claramente cómo es que los seres humanos nos desarrollamos desde ser un cigoto hasta estar listos para nacer. Con todo, los creyentes seguimos cantando con el salmista: «Tú creaste las delicadas partes internas de mi cuerpo y me entretejiste en el vientre de mi madre» (Sal 139:13, NTV). No lo hacemos desde la ignorancia —como si pensáramos que los bebés aparecen de la nada en el vientre de sus madres— sino maravillados por la sabiduría del Dios que diseñó todos los procesos biológicos que hacen posible la reproducción humana.

Entender cómo funciona algo, entonces, no es razón para creer que nadie diseñó ese algo. Eso aplica para el entendimiento de los procesos a través de los cuales las cosas llegaron a ser. Ser capaces de describir el proceso de manera precisa no significa que el proceso no tenga un autor. Entender cómo funciona la creación nunca anula la existencia de un Creador. Los cristianos deberían gozarse explorando la naturaleza y «rellenando» las brechas en el entendimiento humano (utilizo las comillas porque las brechas jamás son llenadas completamente, ya que cada descubrimiento hace que surjan decenas de nuevas preguntas). Dios puede ser glorificado a través de eurekas y de gemidos de confusión.

El Creador detrás de la creación
Cuando los cristianos en las ciencias no entienden algo, la respuesta apropiada no es decir: «Oh, bueno, Dios tuvo algo que ver en esto» y dejar de experimentar. Sabemos que Dios tiene Su mano en este fenómeno… ¡Dios tiene todo el universo en Sus manos! Él es «quien sostiene todas las cosas por la palabra de Su poder» (He 1:3). Lo que queremos entender es cómo. Así que perseveramos.

Aunque la mayoría de los creyentes —los que no se dedica a las ciencias— podrían estar perfectamente satisfechos diciendo «Dios lo hizo» cuando miran los cielos que cuentan la gloria del Señor (Sal 19:1), el científico —por devoto cristiano que sea— nunca se conformará con esa afirmación. ¡Es claro que Dios hizo los cielos! Pero como científico cristiano, la pregunta que está intentando responder es cómo lo hizo o de qué manera mantiene Su creación por el poder de Su palabra. Podría ser que consigamos respuestas o puede que no. Incluso si no lo hacemos, la respuesta podría ser descubierta un siglo más tarde. Y Dios continuará siendo tan digno de nuestra alabanza como lo es ahora.

La Biblia declara que la sabiduría y el poder de Dios se manifiestan a través de sus obras. Eso aplica tanto a las obras que entendemos como a las que no. Lo más gracioso de todo es que las cosas que entendemos, inevitablemente revelan cosas que no entendemos todavía. ¿No suena eso como que estamos buscando a un Dios de infinita sabiduría y poder?

El Dios de todo entendimiento, Creador del universo, nos invita a conocerle a través de Jesús (Jn 17:3). En Él, tenemos libre acceso para deleitarnos en Sus maravillas. Así, si estás en Cristo, estudia Sus obras con gozo y sin temor. La ciencia no ha refutado —ni jamás podrá refutar— la existencia de Dios.

 

Fuente:
ANA ÁVILA

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