Todos los seres humanos anhelamos una vida llena de plenitud, de felicidad, de paz, de abundancia de bienes. Para desarrollarse como persona, el hombre necesita auto realizarse, encontrar sentido a su vida, satisfacer su necesidad de amar y ser amado. Cuando encontramos satisfacción a estas condiciones de necesidad inherentes a este mundo terrenal, sentimos que estamos logrando lo que anhelamos en lo profundo de nuestro ser.
Todo lo anterior, el hombre busca obtenerlo a través del desarrollo de sus dones, talentos, capacidades y habilidades naturales. Pero existe algo más, aparte del esfuerzo natural del hombre, porque no todo lo que buscamos conseguir, utilizando solo nuestros propios recursos, lo obtenemos. El medio, las circunstancias, el ambiente alrededor nuestro, en la mayoría de los casos, determina lo que somos, al igual que la herencia.
El camino para la bendición
Recibimos herencia de nuestros antepasados, hasta la tercera y cuarta generación: herencia de enfermedades (agudas y crónicas), de descomposición familiar (divorcio, esterilidad,…), de desviaciones sexuales (homosexualidad, lesbianismo, prostitución), adicciones (sexuales, vicios, juegos,…), de pobreza…
Las maldiciones, las enfermedades y la maldad pueden recibirse mediante la herencia generacional. Las bendiciones, el bien, la prosperidad, la abundancia, por otro lado, también pueden recibirse por herencia generacional.
Hay una herencia espiritual especial que es dada por Dios a aquellos que lo reciben como Padre, y reconocen a Jesucristo como su Salvador, como el único mediador entre Dios y los hombres, como la revelación de Dios, su manifestacióna los hombres. Dios se ha dado a conocer a través de Jesucristo. Y quienes aceptan esta verdad, reciben la herencia espiritual de ser hechos hijos de Dios. Su Palabra dice, Juan 1:12-13:” Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
Cuando se produce el nuevo nacimiento en nosotros, nacemos de nuevo por el Espíritu. El espíritu nuestro se conecta al de Dios y venimos a ser nueva criatura. Somos transformados de ser un niño de obscuridad a ser un niño de luz, al instante que recibimos a Jesús como nuestro Salvador. En nuestro espíritu, todas las cosas son hechos nuevas. Pero nuestra alma, nuestro ser (mente, emociones y voluntad) no cambia. Para que se produzca un cambio en nuestras vidas, tenemos que transformar nuestra alma, nuestro carácter, mediante la renovación de nuestra mente, de nuestro entendimiento. Esta transformación requiere que tomemos una parte activa en el proceso, hay que asumir nuestra parte. Abrimos, entonces, un nuevo camino, una nueva ruta, que nos dirige a la perfección, a la santidad, a la bendición: la vida nueva en Jesús.
Jesucristo es la única vía de conexión entre Dios y el hombre. El misterio de la cruz, el derramamiento de Su sangre como poder de expiación y redención y el poder de su resurrección son la garantía de que la gracia de Dios ha sido manifestada, que su amor ha sido derramado, que la vida verdadera está en nuestras manos. Cuando recibimos al Dios vivo y verdadero dado a conocer por medio de Jesucristo, abrimos las puertas que nos conducen a la bendición: vida eterna en los cielos y vida abundante en la tierra. El verdadero camino a la bendición es Jesucristo.
Preparando el terreno a la bendición
Para que Dios pueda bendecir la vida de una persona, hay que haber preparado el terreno para la bendición. Dios no bendice si no se remueven de nosotros todas aquellas cosas que impiden que Él tenga el derecho legal para realizar su obra en nosotros.
Dios nos creó libres por amor. Esa libertad nos capacita para decidir entre el bien y el mal, entre la bondad y la maldad, entre la bendición y la maldición. Isaías 28:23-26 dice:» Escuchen y oigan mi voz, presten atención y oigan mis palabras. ¿Acaso para sembrar se pasa arando el labrador todo el día, abriendo y rastrillando su tierra? ¿No allana su superficie y siembra eneldo y esparce comino, y siembra trigo en hileras, cebada en su debido lugar, y centeno dentro de sus límites? Porque su Dios le instruye y le enseña cómo hacerlo”.
La primera condición en la preparación de las condiciones para que Dios nos bendiga es aprender a escuchar y oír su voz, con atención. Dios nos habla de muchas maneras, pero el hombre no quiere escuchar. Dice Job 33:14-18:” Sin embargo, de una u otra manera nos habla Dios; pero el hombre no entiende. Por sueños, en visión nocturna. (…) Entonces revela al oído de los hombres, y les señala su consejo. Para quitar al hombre de su obra; y apartar del varón la soberbia. Para librar su alma del sepulcro. Y su vida, de que perezca a espada”.
Dios nos habla a través de sus santos, los profetas, de un amigo, de un hecho o circunstancia, en voz audible, en sueños, en visiones, a través de Su Palabra, por la acción del Espíritu Santo. Si queremos ser bendecidos, hay que aprender a escuchar la voz de Dios, hay que prestarle atención a su palabra.
Escuchar la voz de Dios es el primer paso hacia la dependencia de El. La dependencia de Dios abre las puertas de la gracia, es el paso correcto en el camino a la bendición.
Si queremos ser bendecidos, no podemos pasarnos arando todo el tiempo, cayendo y levantándonos, abriendo y rastrillando la tierra. Mucha gente no sale de un proceso, de un desierto, de una prueba, No podemos pasarnos todo el tiempo en pruebas. Las pruebas las pone Dios para que confiemos en El, para cambiar y fortalecer nuestro carácter, para producir el fruto de la paciencia en nosotros, para que nuestra alma se salve.
Ser probados y ser tentados no es lo mismo. La tentación la pone el Enemigo para que caigamos en sus garras. No podemos ceder a la tentación. Las pruebas las pone Dios para que seamos aprobados, para ser moldeados en el taller del Maestro en nuestro carácter, en nuestro ser interior; para refinarnos en nuestros pensamientos, actitudes, propósitos e intenciones. y cuando hayamos sido pasados por el fuego, sacar oro fino de nuestras vidas, y hacernos brillar en nuestro ser.
Cuando la bendición no ha llegado a nuestras vidas, debemos preguntarle al dador de todas las cosas, al creador del universo, qué terrones hay que remover en nosotros para que el terreno esté nivelado, para que la semilla de bendición sea sembrada. Preguntémonos hoy si necesitamos destruir los terrones de la envidia, el egoísmo, la avaricia, la ambición desmedida, la ira, el enojo, el orgullo, la soberbia, la vanagloria, la altivez, el amor al dinero, la lascivia y todo lo que representa obras de la carne.
Para sembrar una semilla de bendición, hay que allanar nuestra superficie, hay que estar alineados con Dios, hay que someterse por completo a su perfecta voluntad.
Para preparar el terreno a la bendición, hay que aprender a sembrar y esparcir como se hace con el eneldo y el comino, sembrar en hileras como se siembra el trigo, poner las cosas en su lugar como la cebada, poner límites a las obras de la carne como el centeno, para que entonces Dios nos instruya cómo hacer las cosas y obtener nuestra bendición.
- Semillas de bendición
Si queremos ser bendecidos hay que estar comprometidos. El compromiso es una estricta obediencia a los mandamientos y estatutos de Dios. El compromiso nace de una decisión, de una actitud del corazón de agradar y obedecer a Dios. No hay bendición sin compromiso. No hay bendición si no morimos al ego, a nuestro propio yo, si no clavamos nuestros propios clavos en la cruz.
Dios pudo haber venido a la tierra y no pasar por la cruz, probando por Su resurrección que era Dios, creador y dador de la vida. Pero pasó por una cruz para enseñarnos que no hay vida sin muerte, que para vivir hay que morir, que no hay bendición sin sacrificio, que hay que renunciar a nuestro propio yo, a los deseos y pasiones de la carne, a lo que el mundo ofrece, a hacer las cosas a nuestra manera, para disfrutar de la vida verdadera que solo el amor de Dios puede dar.
Dios anda buscando verdaderos hijos para transmitirle Su herencia de bendición. Los verdaderos hijos son adoradores, que adoran en espíritu y en verdad, que están dispuestos a hacer siempre su voluntad, a dejar de hacer las cosas a su manera, para hacerlas a la manera de Dios.
Cuando nuestro corazón está conectado al corazón del Padre, ¿qué no podemos obtener del Dios que fundó el universo y le dio vida? Si un padre terrenal le da a sus hijos lo que necesitan, ¿no nos dará nuestro Padre celestial lo que le pedimos?
Isaías 28:27 dice:” que el eneldo no se trilla con trigo, ni sobre el comino se pasa rueda de carreta, sino que con un palo se sacude el eneldo, y el comino con una vara”, en referencia a las instrucciones de Dios y su enseñanza al hombre de lo recto.
Hay circunstancias y debilidades que no se pueden mezclar con la santidad, no se puede pasar rueda de carreta sobre una semilla que puede ser destruida.
Hay semilla de bendición que Dios obtiene en nosotros con palo, pasándonos por procesos fuertes, pero nunca nos llevará más lejos ni nos pondrá una carga mayor de lo que podemos soportar.
Otras semillas, Dios la saca de nosotros mediante la vara de la corrección, disciplinándonos, haciendo que nos sometamos en obediencia a Él Dice el verso 28:” ¿Se tritura el grano? No, no lo tritura para siempre, y aunque haga pasar por el las ruedas de su carreta y los cascos de sus caballos, no los aplastará”.
Por más grande que sea nuestro proceso, por más extremas nuestras dificultades, por más desesperante nuestra situación, Dios no nos tritura para siempre. Y aunque parezca que está moliéndonos con ruedas de hierro de su carreta, y nos dé duro en nuestra cabeza, derribando fortalezas mentales, paradigmas en nuestra mente, nunca nos aplastará, sino que hay una semilla de bendición que está siendo sembrada en nuestra alma para que, a su tiempo, dé frutos de bendición: vida eterna en los cielos y vida abundante en la tierra.
“ También esto procede del SEÑOR de los ejércitos, que ha hecho maravilloso su consejo y grande su sabiduría».
Ing. Juan Betances