
La iglesia enamorada necesita conocer la soledad. En un mundo lleno de ruido y distracciones, la iglesia, como la amada de Cristo, debe aprender a encontrarse en la quietud de Su presencia. La soledad no es sinónimo de abandono, sino de preparación y consagración. Es en esos momentos de intimidad con Dios donde se forja una relación profunda y sincera con el Amado.
Jesús mismo se apartaba a lugares solitarios para orar y estar en comunión con el Padre. De igual manera, la iglesia necesita apartarse de la rutina del mundo para buscar su rostro, escuchar Su voz y ser renovada en su misión. La iglesia será la amada cuando se entregue totalmente a Cristo, cuando su prioridad sea estar con Él antes de cualquier otra cosa.
Pero esta soledad no es un fin en sí mismo. Es el combustible que enciende el corazón para anunciar el Evangelio con pasión y fervor. La iglesia está llamada a evangelizar, a proclamar las buenas nuevas de salvación, a llevar el mensaje de amor y redención a un mundo necesitado. No puede haber evangelización sin un corazón que primero haya sido transformado en la presencia de Dios.
La paz del Evangelio es el regalo precioso que recibimos y que debemos compartir. No es una paz pasajera ni superficial, sino una paz que sobrepasa todo entendimiento, que llena el alma y da descanso al espíritu. Quienes han conocido esa paz no pueden guardarla para sí mismos; están llamados a transmitirla, a contagiar al mundo con la certeza de que en Cristo hay esperanza, amor y vida eterna.
Que la iglesia aprenda a valorar la soledad con su Amado, para que luego, fortalecida, pueda salir a cumplir su misión con pasión y entrega. Sigamos anunciando, evangelizando y disfrutando la paz del Evangelio, porque en Él encontramos nuestro verdadero propósito. Gracias y Paz.