Al recordar el 504 aniversario de la Reforma Protestante del siglo 16, es oportuno mencionar que a este movimiento de cambios lo caracterizaron aspectos de índole social, político, y cultural, mas enfocaré en estas líneas un aspecto resaltante del mismo, tan importante como los mencionados anteriormente.
La teología de Calvino nace y se desarrolla en medio de dos batallas diferentes, una contra la cautividad de las Escrituras a la Iglesia Católica Romana, y la otra contra el abandono de las Escrituras por parte la Reforma Radical. Para el reformador no existía separación entre el Espíritu Santo y la obra de cambio que producen las Sagradas Escrituras. Como estas que dan testimonio cuando refieren la frase en el libro de San Juan 14:26: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”.
Algo que debemos tener presente, es que la doctrina del Espíritu Santo no fue el gran punto central del debate entre el reformador y la Iglesia Católica Romana en aquel entonces, ni de su lucha contra los Reformadores radicales, Calvino habló del Espíritu Santo sólo cuando ese tema afectó asuntos críticos, tales como las doctrinas de la salvación, santificación, las Escrituras y los sacramentos.
Para Calvino, el Espíritu Santo venía a glorificar a Cristo y afirmar su Palabra. La Palabra de Dios era el vehículo por el cual el Espíritu Santo trabajaba, y a quien todas las cosas deben estar sujetas, por lo que la labor de la tercera persona de la Trinidad es abrir el entendimiento, renovar la voluntad de por medio de la palabra, que debe estar por encima de las extras-revelaciones que se producen en nuestros círculos cristianos.
A Juan Calvino se le etiquetó «El teólogo del Espíritu Santo» por el hecho de que fue el primero en sistematizar la enseñanza bíblica sobre el Espíritu Santo, sumados a los aspectos fundamentales de la gracia salvadora.
Además, integró la doctrina del Espíritu Santo en otros temas y áreas de la teología, tales como la regeneración, santificación, los medios de gracia, el conocimiento de Dios, entre otros.
También, el ginebrino rescató algunos aspectos de la doctrina del Espíritu Santo que se habían perdido en la teología medieval de la Iglesia Católica Romana, tal como la relación entre el Espíritu y la Palabra.
En definitiva, siempre habrá que reconocer que el espacio de la Palabra de Dios y el Espíritu Santo estarán unidos para siempre en el pensamiento del teólogo del Espíritu. Como lo afirma en su obra clásica Institución de la Religión Cristiana, en el apartado titulado “El testimonio interno del Espíritu Santo”, pág. 33, donde cita “porque, aunque Dios solo es suficiente de sí mismo en su palabra, con todo a esta palabra nunca se le dará crédito en el corazón de los hombres mientras no sea sellada con el testimonio interior del Espíritu”.
Al final de estas líneas no podemos dejar de referir el avivamiento de 1906 con la reunión de Azusa Street, Los Ángeles, sin dejar de mencionar el día de Pentecostés (Hch. 2:16-21; 1 Co. 7:29; 1 Jn. 2:18).
Quiérase o no, estén de acuerdo o en desacuerdo los grupos evangélicos, lo que si estamos conscientes es que vivimos la «era del Espíritu Santo» y que Calvino vivió antes de esta era. Los que creen esto aseveran que el Espíritu obró de forma más intensa y aun diferente que en la época de la Reforma. Y si de extensión hablamos de este movimiento llegaremos a la conclusión de que la maquinaria, la bujía inspiradora que expandió las “llamas de cambio, y renovación”, fue sin dudas la tercera personal de la Trinidad.
Las Escrituras enseñan que la Iglesia cristiana vive y está viviendo los últimos días, la dispensación del Espíritu desde la era apostólica. Al igual que Calvino vivía y enseñaba en la plena Era del Espíritu, así nosotros vivimos y luchamos hoy. En estos 504 años las enseñanzas de Calvino en cuanto a la obra del Espíritu Santo, son como un mapa que va indicando el sendero estrecho y sensato entre una vida de santidad y una mente puesta en las doctrinas de la gracia.