El Apóstol Pablo está aquí asignándole otra función esencial a Jesucristo. No solamente Jesucristo es la imagen misma del Padre, no solamente es el Creador de todo lo que existe, no solamente es el Sustentador de toda la creación sino que Jesucristo es la cabeza de la Iglesia.
Aquí Pablo está entrando en un lenguaje más espiritual y más humano, y más cercano a nosotros mismos y nuestra identidad como hijos de Dios y como miembros de la Iglesia de Jesucristo.
Está diciendo que el Padre ha asignado a Jesús como la cabeza queriendo decir que Jesucristo es quien dirige la Iglesia, Jesucristo es el cerebro de la Iglesia, Jesucristo es quien emite Sus directrices y Sus instrucciones a la Iglesia y que la Iglesia debe mirar a Él para recibir de Él todas Sus direcciones, y Sus planes y Sus proyectos. Él es el guía de la Iglesia.
Es interesante que esto también nos invita a pensar en Jesucristo y el Espíritu Santo teniendo una relación muy interesante porque ustedes recordarán que el Señor asigna al Espíritu Santo en el Evangelio según San Juan sobre todo en los capítulos 15 y 16, 14 por allí donde habla de que Dios enviaría un consolador y que ese consolador nos guiaría hacia toda la verdad, ese consolador sería nuestro instructor, sería nuestro animador, sería el que nos daría instrucciones día a día de cómo administrar las cosas de la Iglesia, Él es la fuente de toda revelación y todas estas cosas las llena el Espíritu Santo.
Pero aquí se nos está sugiriendo que como cabeza de la Iglesia Jesucristo también juega ese mismo rol de dirigir, de encabezar, de encausar y de darle Sus direcciones a la Iglesia. Entonces el Espíritu Santo y Jesús tienen una función muy similar en darle instrucciones y encabezar los procesos y las decisiones diarias, los programas, las misiones, las iniciativas, la administración de la Iglesia aquí en la historia.
Jesucristo es nuestra cabeza. A Él tenemos que ir para toda dirección. El Señor dijo que si permanecemos en Él llevaremos mucho fruto, que fuera de Él nada podemos hacer, que así como Él tiene una relación íntima indisoluble con el Padre y Él está siempre mirando hacia el Padre para que le de sus instrucciones, dice que Él no hace nada sin que primero el Padre le diga qué hacer y que Él sólo busca la gloria del Padre en esa misma manera nosotros tenemos que relacionarnos con Jesucristo.
Todo lo que hacemos, todo lo que aspiramos a hacer, las iniciativas que tomamos a favor del Reino de Dios, los mensajes que predicamos cuando evangelizamos, cuando vamos a hacer cualquier cosa en nuestra vida tenemos que ir a la cabeza como el cuerpo que sin el cerebro, sin la mente no puede hacer nada porque el cerebro es lo que dirige todas las partes del cuerpo y le da coherencia a todas las partes del cuerpo. Así mismo en Jesucristo la Iglesia encuentra su centro.
Por eso es que tenemos siempre que mirar hacia Él, siempre darle la gloria a Él, señalarlo a Él, hacer de Él el centro de nuestras meditaciones. Pablo se dice que era Cristo-céntrico queriendo decir que la Palabra Jesús nunca estaba muy lejos de los labios del apóstol Pablo y él siempre le daba la gloria a Él.
Y nosotros también tenemos que cultivar esa dependencia total de Jesús y en la medida en que nosotros nos mantenemos cerca de Él y que le damos toda la gloria, lo imitamos a Él, oramos a Él, reflejamos Su carácter, Sus cualidades en esa misma medida nosotros tendremos poder en nuestra vida y seremos efectivos. Nunca debemos comenzar un sólo día sin primero encomendar nuestra vida a Jesús, pensar en Él, cultivar Su imagen en nuestra mente, darle gloria a Él y exaltarlo porque en ese exaltar continuamente a Jesús y movernos en Él, y vivir en Él hay una fuente de gran poder y de gran vitalidad para los hijos de Dios.
Siempre miremos a Jesús. Dice la Biblia que tenemos que fijar los ojos, puestos los ojos en Jesús el autor y consumdor de nuestra fé. Ese poner los ojos en Jesús continuamente y recordar quién Él es es tremendamente poderoso y nos da vigor, es una fuente tremenda de vitalidad.
Dios nos bendiga y nunca olvidemos que Jesucristo es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia y es la cabeza de nuestra propia vida también, amén.