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Invitación a la fidelidad

Estos son tiempos difíciles, estériles desde el lado del compromiso verdadero. Pocos se comprometen a lo trascendente si no hay evidencia de que el compromiso esté acompañado del éxito, la extravagancia o el dinero. La vida se ha convertido en un peregrinaje existencial donde no hay motivaciones perdurables a menos que se vean claramente los beneficios.

Como nada es duradero, sino efímero, a todo se le pone fecha de caducidad. Lo que es hoy, ya no será mañana y por tanto no es necesario ser fiel. El amor al prójimo parece etéreo, insoluble, por conveniencias o para la ocasión. La gente no quiere ataduras que lo marginen de sus egoístas deseos y el alma noble del hombre y la mujer que desde el lado de la humildad siguen a Cristo, enluta cada día porque las convicciones y valores verdaderos parecen haber muerto definitivamente. ¿Podemos cambiar al mundo? ¡No! Sin embargo, sí podemos colaborar con Dios para transformarlo. Dios tiene un Plan A para hacerlo y no hay Plan B. Sin Dios en el centro de todas las cosas, las recetas del hombre para mejorar al mundo se quedan muy bajitas de sal y carentes de buenos ingredientes.

En estos días parece que el fuego ya no fragua, ni el agua refresca y ante las falsas promesas de seguridad y esperanza que ofertan los que todo lo tienen y nada tienen que perder, cruzarnos de brazo y no levantar la cruz de Cristo como estandarte de esperanza, es hacerle el juego al relativismo y a las inconsistencias imperantes, vestirnos de cómplices aun con la Biblia bajo el brazo y resignarnos a traer flores al funeral donde parece yacer la virtud del ser humano, es decir, la inclinación a hacer el bien a los demás desechando todo lo malo.

¿Será acaso que dudamos a veces que Dios está en el control? ¿Cuál es el consejo de Dios para estos tiempos? ¿Qué hacemos los cristianos para devolver con bien lo que el mundo hace mal? ¿Qué lugar le estamos dando a la misión de la iglesia en nuestra ciudad? ¿Por qué hay tan pocos avivamientos?

Falta la fe, la fidelidad. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo va a hacer? Toda la transcendencia de lo que somos y hacemos descansa en la fe. Dios quiere fidelidad a su Palabra, fidelidad por lo que Él es, fidelidad en gratitud por lo que ha hecho por nosotros y por lo que hará. Fidelidad conociendo nuestras limitaciones, abriéndonos al mundo con humildad y espíritu de abnegación por lo que creemos; reconociendo que sólo Dios puede revertir a su favor las circunstancias, confiando que el poder de su Espíritu no se compara a otra potencia ni en las regiones terrenales ni celestiales.

Si desfallecemos como cristianos ante el avance de la secularización de la sociedad, caemos en la letanía sin respuestas “a la carta”. En el banquete de la vida con Dios como refugio y esperanza, “la carta” – en sentido figurado- es y será siempre su Palabra consejera, instructiva, fiable. No hay otra opción. Sólo el Plan A de Dios para este mundo. Pero para hacer una buena contribución, también debemos oponernos a la teología de las guirnaldas y la palabrería, y abrazar la fe en términos de lealtad y constancia en lo que hacemos y mucho más, por lo que somos. Si el amor de Cristo no nos mueve del asiento, entonces no estamos siendo consecuentes como cuerpo de Cristo con la Palabra de Dios, ni tampoco aplicamos para ser el instrumento de difusión de las virtudes de su Evangelio y colaboradores para extender su Reino.

¿Queremos avivamiento?
Pidámosle a Dios que avive primero nuestra fe. Es imposible dar vida actuando como si estuviéramos muertos, o peor, dando la apariencia de vivir con vocación hacia el prójimo necesitado de Dios y por otro lado tomar la decisión de brincar el charco para satisfacer las ambiciones personales y servir a Dios donde Él no te necesita, ni te ha llamado. La fidelidad a Dios es vida. La perseverancia produce un genuino sentido espiritual del servicio a Dios, allí donde Él te ha llamado para su gloria. La tentación de la huida siempre puede venir, pero Dios premia a quien se mantiene fiel.

Y a los que han enfocado sus vidas desde la fe, y abrazan con firmeza la teología de la esperanza, (contraria a la teología de las guirnaldas, los “flashazos” y la verborrea), – ya sea en mi país, Cuba, o en otra geografía del planeta tierra-, un recordatorio: ¡Sé fiel, permanece, enraízate en tus consistencias hasta la muerte! ¡Dios no ha perdido el control!

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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