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Instruye a tus hijos en el camino de Dios. Siguiendo el ejemplo de Deuteronomio 6:7

Cuando mis hijos eran pequeños imaginaba cómo serían de jóvenes. Mi mayor anhelo era verlos vivir una fe genuina que evidenciara que Jesús era el Dueño y Señor de sus vidas.

Entonces, con la sabiduría que solo Dios puede dar, la guía del Espíritu Santo y el ejemplo de hermanos en la fe, entendí esto: si bien sólo Dios tiene el poder de salvar, Él otorga a los padres la bendición de proclamar Su Palabra a sus hijos, con la esperanza de que un día ellos también le conozcan.

El modelo de Deuteronomio 6:7 es clave para comprender cómo llevar a cabo esta tarea. El texto dice: «Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (vv. 6-7).

Dios había dado al pueblo israelita la tarea primordial de escuchar y seguir Sus ordenanzas. Para esto, además de memorizar y proclamar sus palabras, el pueblo debía enseñarselas a sus hijos. Hay un principio de enseñanza implícito aquí: tener conversaciones teológicas con nuestros hijos puede encauzarlos al conocimiento de Dios.

Como docente, sé que hay un sin fin de estudios que comprueban que los estudiantes que participan en conversaciones académicas tienen un mejor entendimiento de lo aprendido y un mayor interés por aprender. Asimismo, al dedicar tiempo para charlar con nuestros hijos acerca de Dios, sin importar su edad, contribuiremos a que ellos desarrollen una comprensión más profunda de quién es Dios y cuál es Su obra redentora.

Así que te invito a considerar dos principios bíblicos, desde Deuteronomio 6:7, para tener conversaciones teológicas con nuestros hijos.

1) Hablar de Dios a nuestros hijos implica intencionalidad
Nota que Deuteronomio 6:7 dice «las enseñarás diligentemente a tus hijos» (énfasis añadido). «Enseñar diligentemente», significa literalmente «se las repetirás a tus hijos», donde el propósito del verbo «repetir» es el de enseñar incisivamente hasta dejar grabado o calcado lo aprendido.

Es de conocimiento común que para memorizar algo, uno debe repetirlo varias veces. Un investigador de la Universidad de Nueva York (NYU) atestigua: «La repetición es un desencadenante bien documentado de la formación de recuerdos: cuantas más veces se repite algo, mejor se recuerda». Entonces, si queremos «calcar» en nuestros hijos una idea correcta de Dios con Sus atributos y hechos poderosos, tenemos que hablar de Él constantemente, repetidamente, hasta que sea parte de su discernimiento.

Si bien no podemos tomar nuestra fe e implantarla físicamente en nuestros hijos, como a veces quisiéramos, sí tenemos la oportunidad de moldear su razonamiento al repetir la verdad bíblica cada vez que podamos. Esta repetición o enseñanza incisiva no ocurre por accidente. Debemos ser intencionales. Querer que nuestros hijos conozcan al Dios a quien servimos y adoramos requiere un deseo ferviente que nos mueva a dedicar tiempo y esfuerzo a esta labor.

El salmista dice: «En mi corazón he atesorado Tu palabra, / Para no pecar contra Ti» (Sal 119:11). El salmista sabía que no era suficiente con «no querer pecar», sino que además debía hacer algo deliberadamente para guardar su corazón del pecado. Querer que nuestros hijos conozcan a Dios sin decidirnos a explicarles sobre ese Dios es una ilusión.

En dependencia de Dios, hagamos nuestro el propósito de moldear sus pensamientos al hablarles continuamente del Dios todopoderoso.

2) Conversar sobre Dios con nuestros hijos es parte de la vida diaria
La segunda parte de Deuteronomio 6:7dice: «hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes». El modelo instituido aquí crea una imaginería de conversaciones que ocurren orgánicamente, como parte de la vida y en cualquier momento del día.

Si bien la tradición judía ha interpretado estas palabras como un mandato a recitar las enseñanzas prescritas literalmente varias veces al día, la mayoría de los eruditos de la Biblia concuerdan que esa no era la intención de la instrucción bíblica. La idea era tomar los mandamientos con seriedad y hacerlos el tema constante del pensamiento y la conversación, convirtiéndolos en un asunto del corazón y no simplemente de la memoria.

Uno de mis profesores del Instituto Bíblico Moody decía a menudo: «Todo es teología». Lo que trataba de infundirnos es que todo aspecto de la vida —todo en este mundo— se conecta a la verdad absoluta del Dios en quien creemos.

La vida puede llegar a ser tumultuosa y trepidante. Nos enfrentamos a situaciones alarmantes, tristes, trágicas, absurdas y demás. Como padres, queremos resguardar a nuestros hijos de información que consideramos inapropiada para su edad, pero al hacerlo a veces desaprovechamos momentos cruciales que apuntan a algún aspecto del carácter de Dios o sus propósitos redentores.

Por ejemplo, encontrarnos en una situación financiera precaria nos permite resaltar al Dios proveedor. Una enfermedad grave no solamente es una oportunidad para recordar la soberanía de Dios, sino que también debe ser una ocasión para mostrar confianza en que Él tiene el poder de sanar según Su voluntad. Ayudar a un indigente o a un necesitado nos motiva a modelar compasión, al mismo tiempo que nos permite apuntar a Aquél que es supremamente compasivo, misericordioso y generoso al grado de sacrificar a Su unigénito, Jesucristo, para remisión de nuestros pecados.

¿Y qué de situaciones relacionadas con un pecado? ¿Hablamos con sencillez con nuestros hijos sobre la realidad del pecadoy la gracia perdonadora y restaurativa de Dios? ¿Cómo abordamos sus luchas contra la ansiedad, la impureza, la envidia, los celos o la mentira? ¿Evitamos hablar del tema para no exacerbarlos o usamos la situación para exaltar el carácter del Dios que nos acompaña en cada lucha, y la obra del Espíritu Santo que nos consuela?

Hay muchas ocasiones para conversar con nuestros hijos sobre diversos temas en momentos del día. Hagamos buen uso de ellas. Fomentemos en ellos un amor y deslumbre por el Dios que salva, mientras acrecientan una reverencia por el Dios creador y sustentador de todas las cosas. Pero no nos equivoquemos. No podemos sembrar en nuestros hijos la idea de un Dios a quien no conocemos. Sigamos construyendo para nosotros un conocimiento insondable de Dios a través de Su Palabra. Luego hagamos el ejercicio de relacionar todo con Él, para asombrarnos ante Él y así conocerlo mejor, nosotros primeramente para, entonces, tratar de enseñarlo a nuestros hijos.

Siempre es tiempo para comenzar
Mi cónyuge y yo resolvimos establecer el hábito de orar y leer la Biblia con nuestros hijos antes de dormir, desde su edad preescolar. Esta es una práctica que admiramos y adoptamos de amigos que caminaron en sus zapatillas de padres antes que nosotros. Esos momentos en familia son de las memorias más entrañables de nuestros hijos. No solamente fue un tiempo para proclamar las maravillas de Dios, sino también para aclarar dudas, profundizar con preguntas de inducción y aplicación, visualizar y sumergirnos en los milagros históricos y conversar de ese Dios implacable y lleno de bondad.

Ahora nuestros hijos son unos jóvenes adultos que aman y sirven al Señor. Ya no oramos con ellos antes de dormir, pero seguimos utilizando diversas oportunidades para ahondar en temas teológicos. Hoy las conversaciones son más complejas, pero siguen teniendo el mismo propósito: seguir profundizando en el carácter de Dios y promover un temor reverente ante Él.

¿En qué etapa del crecimiento de tus hijos te encuentras? Indiscutiblemente, cada etapa tiene sus afanes. Los intereses de nuestros hijos, su habilidad para conversar, su pensamiento crítico, su capacidad de asombro y fascinación por las cosas creadas cambiarán con los años. Llegarán momentos —si no es que ya llegaron— en los que nos quedaremos perplejos ante la realidad de no saber qué hacer con ellos o cómo guiarlos. Es ahí que, en total rendición y reverencia ante la verdad de que Dios es Dios y nosotros no, que debemos buscar Su sabiduría y regresar a este principio básico: tengamos conversaciones teológicas con nuestros hijos con el fin de encaminarlos al conocimiento del Dios eterno que tiene el control de sus vidas.

No menospreciemos el efecto que una, o cientos de pequeñas conversaciones teológicas, pueden tener en nuestros hijos, incluso desde una edad temprana.

El apóstol Pablo declaró a los corintios las siguientes palabras en referencia a su trabajo entre ellos: «Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento» (1 Co 3:6). Como Pablo, nosotros también cumplimos con el privilegio otorgado por Dios de sembrar, e inclusive regar, la semilla de la Palabra en la vida de nuestros hijos. Nos queda confiar en que Dios dará el crecimiento.

 

Fuente:
MAGDALENA SILVA

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