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Imitando a Cristo – La predicación del evangelio del Reino

¿Es el cristianismo pertinente en tiempos posmodernos? ¿Intentamos hacerlo relevante con nuestro compromiso de seguir a Cristo? ¿Pescamos hombres o nos detenemos a mirar al mundo como un gigantesco acuario repleto de seres humanos condenados a una eternidad sin Cristo?

¿Qué significa caminar con Jesús en un mundo donde la cultura se comporta indiferentemente ignorante acerca de Cristo y ofensivamente hostil a sus enseñanzas? ¿Cuáles son las convicciones que nos acreditan como cristianos para confirmar y compartir los valores del Reino? Tristemente todavía muchos (iglesias incluidas) ven y defiende el cristianismo sólo como dador de una perspectiva que adoctrina valores morales que el mundo no puede ofrecer. Yo le llamo a esto, santidad vestida de etiqueta o un cristianismo enfocado en el comportamiento y no en la trasformación de vidas por la gracia de Dios. Un tipo nuevo de fariseísmo.

Y como todavía no son muchos los que compulsan al cristiano nominal a mover sus pies y buscar anzuelo y carnada en el baúl de sus recuerdos, el cristianismo hoy es para muchos “allá afuera” totalmente irrelevante. La única manera bíblica de transformar la sociedad es llevando a la gente a los pies de Cristo, predicando el evangelio del Reino, un único evangelio, no sectario, no denominacional, sólo y exclusivamente, del Reino.

Iglesias evangélicas se levantan que anuncian que “ya son visibles las señales del fin de los tiempos”, y sólo alzan sus ojos al cielo como clamando misericordia, pero se olvidaron de “ir”, de “enviar”, de ser obedientes a la Gran Comisión (Mateo 28). La palabra de verdad dicha por Jesús se quedó en la mente y en los planes, pero sólo a nivel intelectual: “Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mt 24.14). Hay quienes se preocupan más por “la llegada del fin”, que por el evangelio.

Recientemente Dios me llevó hasta la lectura de un tremendo versículo: “Porque fragante aroma de Cristo somos para Dios entre los que se salvan…” (2 Co 2.15). Si sabemos que el adversario y dios de este mundo ha nublado la mente del hombre para que no vea la luz del evangelio de Cristo (2 Co 4.4) entonces ¿por qué no imitamos a Cristo buscando al perdido para ser transformado por el poder del Espíritu? ¿Por qué no nos comprometemos a diseminar ese fragante aroma con humildad para gloria del Dios viviente, Jesucristo nuestro Señor? La fe no es una consigna, sino involucramiento en la misión de Dios de transformar la vida de las personas en la sociedad, permearla inteligentemente con la Palabra, saturarla con un llamamiento a confiar en la única esperanza. Nadie puede dar testimonio de tal esperanza si no tiene a Cristo. Tener a Cristo es suficiente.

“El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio…” (Lc 4.18). ¿Y no es el Espíritu que ungió a Jesús el mismo que ha ungido a su pueblo? ¿O es que hay una unción especial para ser enviado a anunciar las buenas nuevas? Se trata de imitar a Cristo…a nadie más. El sigue siendo el centro de todo el universo y nadie más puede ocupar ese lugar.

Imitar a Cristo proclamando el evangelio del Reino es el inicio de toda esperanza de transformación de este mundo. El cristianismo es relevante por sí solo, por su mensaje de fe y esperanza en Cristo destinado a toda criatura. Pero hay un cristianismo por ahí que muestra un rostro conformista, cuidador del status quo, que dice -tengo fe y creo en Cristo, pero no tengo la menor idea de cómo Dios puede trabajar a través de mí-. Santificados por la palabra de verdad, estamos ungidos por el Espíritu para hacerlo, llamados a anunciar el glorioso evangelio igual que Cristo. ¡Imítale a Él!

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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