
Dicen que plantar una iglesia es como construir un avión mientras vuela. En medio de tantas decisiones —local, programas, presupuesto— surge la pregunta: ¿deben las misiones esperar o son esenciales desde el principio?
La respuesta es clara: las misiones no son opcionales, son parte del ADN de la iglesia. Aquí hay seis maneras prácticas para que incluso una iglesia recién nacida pueda involucrarse en la obra misionera:
1. Educa con visión global
Predica la Biblia mostrando el corazón misionero de Dios. Enseña lo que Él está haciendo en lugares como China, Irán o India, y explica la necesidad de orar por pueblos no alcanzados.
2. Enfócate en una colaboración limitada
No intentes abarcar todo. Elige un misionero, un ministerio o un grupo específico, ora por ellos, apóyalos y crea una relación cercana.
3. Da antes de tener de sobra
No esperes a crecer para apoyar misiones. Aparta un porcentaje en el presupuesto desde el inicio, aunque sea pequeño, y aumenta con el tiempo.
4. Ama con generosidad
Aunque no siempre puedas dar dinero, sí puedes dar ánimo. Invita a misioneros a compartir, acompáñalos con oración y hospitalidad. Un gesto pequeño puede darles gran fuerza.
5. Ora con fe y valentía
Incluye siempre las misiones en tus oraciones. Ora por más de lo que piden los misioneros y sé consciente: Dios puede llamar a miembros de tu propia iglesia.
6. Envía, aunque duela
Dios puede llevar a tus mejores líderes para Su obra en otro lugar. Aunque cueste, envía con gozo, confiando en que Su misión avanza.
Conclusión
Las iglesias nuevas sí pueden y deben hacer misiones. No se trata de esperar a tener un templo propio, un presupuesto estable o un número grande de miembros. Se trata de obedecer desde el principio al mandato de Jesús: “y seréis mis testigos… hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8).
Cuando una iglesia comienza con el corazón en las naciones, no solo crece en número, sino también en madurez espiritual. Una congregación que ora, da, ama y envía, aprende a vivir desprendida de sí misma y centrada en Cristo. Esa es la clase de iglesia que Dios multiplica.
La misión puede doler, porque a veces significa soltar recursos, tiempo e incluso a las personas más valiosas. Pero lo que parece pérdida aquí es ganancia en la eternidad: más adoradores para el Cordero. En mil años, nadie lamentará lo que entregó por amor a las misiones, porque todo habrá valido la pena.
Por eso, plantar una iglesia no es sólo levantar una obra local, sino participar en el plan global de Dios. Una iglesia nueva puede ser pequeña en números, pero grande en visión. Y esa visión es que Cristo sea adorado hasta los confines de la tierra.