De lo bueno que Dios demanda de sus hijos hacemos sólo un poco; tomamos únicamente aquellos consejos de la biblia que nuestra mente finita percibe como necesidad. El consejo de andar humildemente con Dios, vestirse interiormente de humildad es un mensaje de toda la biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis. Pero nuestro amado Jesús lo repitió una y otra vez. Imitar a Cristo es revestirse de humildad y mansedumbre: “Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas” (Mt 11.29).
El mundo es altivo por naturaleza. El orgullo y la arrogancia son atributos tan comunes en la gente que cuando te encuentras a una persona humilde tal parece que hablas con un ser de otro planeta. Conozco a uno. Se llama Miguel. Su familia le abandonó y quedó solo con la única compañía de quien decía era su Salvador. Su casa se convertía de vez en vez en albergue de gente pobre y de ancianos ambulantes sin hogar que entraban a ella buscando pan y refugio y se marchaban al cabo predicando a Cristo. Brindó su casa a una asociación para edificar allí un templo. Quisieron darle dinero, pero Él prefirió donarla e irse a vivir a otro lugar. Visitaba su casa ya convertida en iglesia…en calidad de siervo. Repartió una buena porción de sus pertenencias entre las personas que visitaban la iglesia. Su bondad no tiene límites.
Miguel puede visitar cada día a un par de enfermos y estar al tanto de todos los que dicen tener problemas. Fue advertido varias veces en su trabajo por predicar el evangelio, pero Dios, en su gracia y soberanía, le dio la satisfacción de ver a las 6 personas de su departamento convertidas a Cristo. Su departamento fue bautizado como “la iglesia” y a Miguel, burlonamente, le pusieron el sobrenombre de “Mesías”. La historia es mucho más larga, pero finalmente Miguel “fue trasladado” a otro centro de trabajo de menor categoría “por necesidades” de su empresa. Él sigue siendo advertido y trasladado, pero Cristo le ha dado el gozo de fundar, allí adonde lo envían y con una humildad y mansedumbre pasmosas, otras “iglesias”. Vive humildemente, en lo espiritual y en lo material con una complacencia y alegría que contagian. “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino sólo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?” (Miqueas 6.8).
El Señor (nos) demanda humildad. Jesús no se deja conmover por las euforias, ni las emociones exteriores si no vienen del Espíritu y de un profundo quebrantamiento que rompe las resistencias y durezas de corazón para iniciar allí, en el corazón contrito (afligido, arrepentido), su obra regeneradora de gracia y salvación dando poder para extenderla a los demás por amor y temor de Dios, nunca por intereses personales solapados. “No hagan nada por egoísmo (rivalidad) o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás” (Fil 2.3-4).
El sentido de humillación que demanda Jesús, lleva implícita una alta expresión de obediencia a todo lo que demanda Dios. Humillarse a sí mismo no es solamente rebajarse a una condición de menor importancia, si no entregarle a Dios todo nuestro orgullo y arrogancia para que Él, en obediencia a su palabra, los transforme en utilidad y virtud para beneficio de otros. El cristiano que verdaderamente pone su vida y esperanza en Cristo, se humilla, es obediente y experimenta su propia muerte en la cruz. Dice el Señor: «La recompensa de la humildad y el temor del Señor son la riqueza, el honor y la vida” (Proverbios 22.4). Un simple recordatorio: el Señor siempre cumple sus promesas.
¡Dios te bendiga!