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Hosanna: ¡Oh Señor, sálvanos ahora!

Celebramos la «entrada triunfal» del Señor en nuestra vida y Hosanna sigue sonando como grito de esperanza, búsqueda necesaria de salvación y bendición de lo alto. Decimos Hosanna y el corazón se llena de gratitud al recordar la antesala de la pasión

y el sufrimiento del que moriría en la cruz para cambiar los destinos del pecador sin esperanzas. Hosanna fue un clamor desesperado que extendió sus ecos con los martillazos de los clavos sobre el madero para que el mundo tuviera entrada a la salvación. ¡Qué pena que sólo exclamamos Hosanna por estos días!

Compartimos la mesa del Rey un día, y el próximo parecemos indigentes. La multitud que celebraba su entrada en Jerusalén y clamaba “bendito el que viene en el nombre del Señor” (Jn 12:13), cinco días más tarde gritaba ¡crucifícalo! ¿Alguna coincidencia con la realidad actual? El domingo pasado, de camino al templo, observaba a una multitud que regresaba de la misa con ramos de guano y de cocoteros tiernos. Algunos llevaban más de uno para repartir entre familiares. Acá, la “tradición” es colgar el ramo detrás de la puerta principal de la casa hasta que se sequen sus hojas, como si portara una bendición especial. Inevitablemente me preguntaba ¿y mañana lunes qué harán ellos? ¿Se olvidarán del domingo y retornarán a sus vidas vacías de Dios? Terminé la reflexión aplicándome la misma receta con la misma pregunta: ¿Qué haré yo mañana que sea digno del Señor y que no se circunscriba solamente a esta semana de pasión, muerte y resurrección?

Me sentí como Mefit-bosé, el hijo de Jonatán, lisiado, arrastrando los dos pies detrás de las muletas de la vergüenza. El Señor me dio otra gran lección y una hora más tarde me uní también al coro que gritaba ¡Hosanna, Hosanna! conmovido por la belleza de la alabanza.

Esta es una semana que debe invitarnos a la reflexión cristiana pero con las manos clavadas en el mismo madero del hijo de Dios. La sola reflexión no basta. Recordar por recordar tampoco. La gente quiere hechos y no palabras… y el Señor también. Necesitamos sentir el dolor del sacrificio en nuestros propios cuerpos, la lanza en nuestro costado, el vinagre en nuestros labios, la vergüenza del vituperio y las heridas de la corona de espinas para que el mundo crea que verdaderamente somos salvos y que aquella muerte nos trajo vida verdadera, removió los corazones endurecidos y nos dejó el asombroso beneficio de la gracia para derribar el pecado que nos destituía de la gloria de Dios.

Hosanna significa “¡Oh Señor, sálvanos ahora!” Tú y yo sabemos que el mundo necesita del Salvador, pero como van las cosas, parece que pasará todavía algún tiempo –si Cristo no regresa antes- “para que se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesús es el Señor”. ¿Y qué vamos a hacer al respecto? Pudiéramos orar y sería bueno hacerlo, mas creo que la voluntad de Dios apunta a que junto a la oración, demos el paso valiente de anunciar su Reino. ¿Acaso no decidimos ya cargar nuestra propia cruz y seguirlo? Mi oración es para que tu vida y la mía hagan una fusión con la de Cristo, imploren un Hosanna jubiloso a nuestro Dios por el mundo perdido y al mismo tiempo nos vistamos de obreros con los aperos del evangelio en este extenso huerto que tanto urge cosechar. ¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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