A través de todas las Escrituras, desde Génesis hasta Apocalipsis, vemos a Dios trabajar y hacer milagros financieros para su pueblo y para individuos en particular. Si a Dios no le importaran las finanzas, no invertiría tiempo haciéndonos saber, en Éxodo 16, que dio maná al pueblo por 40 años, y después carne. En 1 Reyes 17, nos dice que Elías multiplicó el aceite de la viuda; en 2 Reyes 4, Eliseo también lo hizo. En Mateo 14, te habla de que alimentó a 5,000; en Mateo 15, a 4,000; multiplicando. En Juan, se nos dice que el primer milagro de Cristo fue cambiar el agua en vino; ¿a quién salvó eso? ¿A quién sanó? ¿Quién fue libre? ¿Quién fue al cielo? ¿Para qué él cambió el agua en vino? Para que la fiesta continuara; fue un milagro de lujo.
Nadie puede decir: Señor, gracias porque cambiaste el agua en vino y soy salvo. Eso no te salva. Él lo hizo solo para que la celebración de una boda continuara. Y dice la Biblia que, después de eso, los discípulos creyeron en él. En Mateo 17, Pablo recibe el milagro de pagar los impuestos con la moneda que estaba en la boca de un pez. En Lucas 5, Pedro recibió una pesca milagrosa; y, cuando Cristo resucita, una vez más le da una pesca milagrosa. Este fue el último milagro de Jesús. Así que, a través de toda la Biblia, vemos la intervención de Dios en el área económica.
Tú tienes que tener cuidado con las finanzas, porque tu vida gira alrededor de eso. Y Dios quiere suplir tus necesidades, llevarte a un nivel de abundancia, de satisfacción, y que puedas vivir en la libertad a la que tú has sido llamado.
Definitivamente, Dios tiene el poder para libertar a su pueblo económicamente, pero tenemos una responsabilidad con las finanzas que recibimos de parte del Señor. Hay un balance; Dios quiere hacer milagros en tu vida, bendecirte, pero estas cosas que Dios pone en tus manos, tú tienes que ser responsable con ellas. En la medida en que experimentas en tu vida los milagros, tienes que ser responsable con lo que Dios te da. La viuda que va donde Eliseo, le dice: Tu siervo, mi esposo, ha muerto. El difunto fue un hombre que había sido educado por Eliseo, un creyente, un siervo de Dios. Y ella dijo que, cuando murió, les dejó endeudados de manera tal que ahora llegaron para llevarse a sus hijos. Aquel hombre servía bajo Eliseo; así que, tú puedes tener toda la unción de Dios, y si no sabes manejar responsablemente tu dinero, esclavizas hasta a tus hijos después de muerto. Porque la unción no te hace a ti exento de tu responsabilidad de cómo manejar las finanzas; tú puedes ser el más ungido y trabajador, y si no eres responsable, las botas y la pierdes.
Es tu responsabilidad honrar a Dios con tus finanzas; y hay 3 maneras de hacerlo:
En la manera en que produces finanzas. No hay tal cosa como robar, y diezmar para santificar lo robado. Tú honras a Dios, no tan solo con lo que das, sino con la manera en que produces finanzas. Tienes que hacer las cosas honradamente. Las finanzas que tú produces, tienen que llegar del trabajo, del sacrificio, del esfuerzo, de negocios apropiados, lícitos.
En la manera en que le sirves a Dios con tus finanzas. Esto, a través de los diezmos, las ofrendas, con el pago de tus impuestos. Cuando tú pagas tus impuestos correctamente, estás honrando a Dios. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
En la manera en que gastas tu dinero. Hay quien da a Dios el diezmo, y con el restante 90% hace lo que mejor le parezca; pero, tanto el diezmo como el 90%, son de Dios. Si tú diezmas, pero malgastas el restante 90%, no pretendas que el diezmo te funcione. El diezmo lo que te asegura es que, si inviertes bien el 90%, entonces ese 90% va a rendirte más que si no diezmaras. Por lo tanto, se le da a Dios el 10%, y le preguntas qué hacer con el 90%. El 90% no es para tú gastarlo en lo que mejor te parezca, porque la manera en que tú lo gastas, también honra a Dios. Comprarle un buen regalo a tu cónyuge, honra a Dios. Dios quiere que tú prosperes porque hay varias cosas que Él quiere que tú hagas; entre ellas, darle buenas cosas a tu familia; eso está en la Biblia. Si nosotros, siendo malos, sabemos dar buenas dádivas a nuestros hijos, cuánto más nuestro Padre que está en los cielos. La gente piensa que gastar en un buen regalo no es correcto; y no lo es, si va por encima de pagar el diezmo, la casa y tus ahorros; pero, si Dios te ha bendecido y te ha prosperado, es correcto dar buenos regalos a tus hijos, a tu cónyuge.
Uno de los problemas que tiene nuestra sociedad, especialmente los creyentes, es que nuestros hijos muchas veces lo único que oyen de nosotros es: No. Y entonces, cualquiera que afuera les diga “sí”, se los lleva enredados. El que se mete a vender droga, sabe que termina muerto o preso; pero lo hace porque no conoce otra manera de obtener lo que ese dinero “fácil” le puede dar. El resto de la sociedad, no le hemos enseñado cómo obtenerlo, o que se puede obtener siquiera de otra manera; y menos en la iglesia. No se trata de que le digas que sí a todo lo que tus hijos quieran, pero hay una diferencia entre el “no” porque no puedo, y el “no” porque no quiero. Si es porque tú no quieres, tiene que haber una razón por la que no quieres; pero cuando siempre es “no” porque no se puede, entonces siempre te van a resentir. Así que, procura que tu “no” sea porque no quieres, y que no quieras porque tengas otras prioridades, pero que tu “no” no sea porque no lo tengas. Cuando te sobre y lo tengas, no está mal que salgan de vacaciones, por ejemplo. Eso honra a Dios. Por supuesto, no se vive de regalos; hay que presupuestarse correctamente; pero Dios te quiere dar abundancia; y, si tú administras bien, Dios te puede dar de manera tal que, de tiempo en tiempo, vas a poder disfrutar con tu familia de unas buenas vacaciones, un buen descanso, un buen regalo. Ese gasto honra a Dios.
Así que, cuando tú gastas tu dinero, tienes que saber si lo que estás comprando honra a Dios o no. Tienes que salir de la mentalidad de que le das a Dios el diezmo y, con eso, lo demás ya está bien. No; todo lo que hagas con tu dinero tiene que honrar a Dios.