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Historia y Misión del Pueblo de Dios. De Adán y Eva a la Iglesia del Nuevo Testamento

El pueblo de Dios comenzó con Adán y Eva en el jardín del Edén. Él los creó a Su imagen, es decir que fueron creados en comunión con su Creador (Gn 1:27). Aunque se rebelaron contra Él, no los rechazó, sino que prometió mandarles un Redentor (3:16).

Más tarde, Dios llamó a Abraham de entre una familia de adoradores del sol y hace un pacto con él, prometiéndo ser su Dios, tanto para él como para sus descendientes (17:7). Dios prometió darle a Abraham una tierra para convertirlo en una gran nación y, por medio de él, bendecir a todos los pueblos (12:3). De Abraham nace Isaac y de Isaac nace Jacob, cuyo nombre Dios cambió a Israel y de quien Dios trajo las doce tribus de Su pueblo. El resto del Antiguo Testamento involucra el trato de Dios con estas doce tribus de Israel.

Por medio de diez grandes plagas y un éxodo dramático, Dios llamó a la nación de Israel a salir del cautiverio egipcio para que fuera Su pueblo. Les dio los Diez mandamientos, los reclamó como Su pueblo y les dio la tierra prometida, que ocuparon después de derrotar a los cananeos. Más tarde, Dios les dio a David como rey en Jerusalén y prometió convertir a los descendientes de David en una dinastía y establecer el trono de uno de ellos para siempre (2 S 7:14-16).

En Su misericordia, Dios envió profetas para advertir a Su pueblo del Antiguo Testamento sobre el juicio que vendría si no se arrepentía de sus pecados y se volvían al Señor. Sin embargo, se rebelaron repetidamente contra Él y Sus profetas. En respuesta, envió su juicio sobre el reino del norte —conformado por diez tribus— por medio de Asiria en 722 a. C., y al reino del sur de dos tribus, Judá y Benjamín, enviado al cautiverio en Babilonia en el 586 a. C. Por medio de los profetas, Dios también prometió proveer un libertador (Is 9:6-7; 52:13- 53:12).

Yahvé prometió restaurar a Su pueblo y llevarlo de vuelta a la tierra prometida desde el cautiverio babilónico, después de setenta años de exilio (Jr 25:11-12). Esto lo lleva a cabo bajo Esdras y Nehemías. El pueblo reconstruyó los muros de Jerusalén y construyó el Segundo Templo. El Antiguo Testamento termina en el libro de Malaquías con el pueblo de Dios que continúa alejándose de Él, pero también con la promesa de alguien que vendría a preparar el camino para el Mesías (Mal 3:1).

Después de cuatrocientos años, Dios envió a Su Hijo como el Mesías prometido, Siervo sufriente, Rey de Israel y Salvador del mundo. Jesús dejó claro el propósito de Su venida: «Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos» (Mr 10:45). Formó Su nueva comunidad (Mt 5—7). Eligió discípulos, pasó tiempo con ellos, les enseñó sobre el reino de Dios, expulsó demonios, hizo milagros y predijo Su muerte y resurrección. Después de resucitar, instruyó a sus discípulos a llevar el evangelio a todas las naciones para cumplir la promesa que le hizo a Abraham de bendecir a todos los pueblos (Mt 28:18-20).

Jesús envió a Su Espíritu el día de Pentecostés, quién forma la iglesia como el pueblo de Dios del Nuevo Testamento (Hch 2:1-13). El Espíritu empoderó a los discípulos para difundir el evangelio en el mundo (Hch 1:8). También empoderó a los apóstoles de Cristo y los guió a la verdad. Aún más, el Espíritu aún habita en la iglesia, la guía y le da a cada uno de sus miembros dones espirituales para servir a Dios y a los demás (Ef 2:19-22; 4:1-16).

La iglesia a menudo se describe en términos del Antiguo Testamento (Gá 6:16; Fil 3:3; 1 P 2:9-10), y hay tanto continuidad como discontinuidad entre el Israel del Antiguo Testamento y la iglesia. Por un lado, hay un solo pueblo de Dios del pacto, con raíces en el pacto abrahámico e Israel. Por otro lado, la iglesia es la comunidad del nuevo pacto de Jesús, nueva en Pentecostés.

La naturaleza de la iglesia
La iglesia universal y local
La palabra «iglesia» (gr. ekklesía) en el Nuevo Testamento se refiere a la iglesia en sus muchas manifestaciones. El término puede referirse a las iglesias que se reúnen en los hogares (1 Co 16:19; Flm 1-2), así como a las iglesias de la ciudad o metropolitanas (Hch 8:1; 20:17), en conjunto con las iglesias en una provincia romana específica (Hch 9:31; 1 Co 16:19), y en algunas ocasiones a la iglesia universal (Hch 15:22). Pero los usos más comunes del término pueden referirse a la iglesia universal o local.

La iglesia universal
A veces, «iglesia» se usa para describir lo que algunos llaman la iglesia universal, que habla de la unidad de todos los creyentes en todas partes, tanto vivos como muertos (Ef 1:22; 3:20-22; 5:27). La iglesia en este sentido no es idéntica a ninguna iglesia, denominación o asociación local. No es del todo visible para los seres humanos y se refiere al total de todos los creyentes de todos los lugares y de todos los tiempos.

La iglesia local
La mayoría de las veces en el NT, la «iglesia» se refiere a la iglesia local, la comunidad reunida del pueblo de Dios que se ha unido en pacto para adorar al Dios trino, amarse unos a otros y dar testimonio en el mundo (Hch 14:23; 16:5). Esta designación es el uso principal del término «iglesia»; la Biblia enfatiza a la iglesia como un grupo local de creyentes identificables comprometidos con Cristo y con los demás, trabajando juntos para glorificar a Dios y servir a su misión.

La iglesia local es el centro de comunión y adoración primario, y el medio principal que Dios usa para la evangelización, la formación de discípulos y el ministerio. La iglesia local es donde se enseña y predica la Palabra (2 Ti 3:16 — 4:2). La iglesia local es donde se practican las ordenanzas del bautismo y la Cena del Señor (Mt 28:18-20; 1 Co 11:23-26). Estas verdades son la razón por la que Pablo planta iglesias locales, nombra líderes para ellas, les envía delegados y les escribe epístolas. Las iglesias locales son importantes en su teología y son cruciales en su estrategia misionera. En la iglesia local, los creyentes comparten la vida juntos, crecen en madurez juntos, ministran, adoran y testifican juntos.

La iglesia como pueblo de Dios
Según el Antiguo Testamento, Israel era una comunidad mixta, compuesta por creyentes e incrédulos. En el Nuevo Testamento, la iglesia es el pueblo de Dios bajo el Nuevo Pacto. Si bien los evangélicos difieren en cuanto a cómo interpretar el pacto y definir cómo los hijos de los creyentes se relacionan con la membresía de la iglesia, hay un amplio acuerdo en que el Nuevo Testamento enfatiza que la iglesia es el pueblo de Dios. Jeremías predice la superioridad del Nuevo Pacto sobre el Antiguo. Debido a sus pecados e incredulidad, los israelitas a quienes Dios liberó de Egipto rompieron el antiguo pacto mosaico y murieron en el desierto. El Nuevo Pacto será mucho mayor porque se centrará en la obra de Dios. El Señor promete que Él será el Dios de su pueblo y que le pertenecerán. Escribirá Su Ley en sus corazones, lo conocerán y lo obedecerán (Jr 31:31 —34). Jesús enseña que su muerte ratifica el Nuevo Pacto (Lc 22:20), al igual que Pablo (1 Co 11:25). Aunque las Escrituras enseñan que hay un solo pueblo de Dios a través de los siglos, la muerte y resurrección de Jesús inaugura cambios para quienes lo conocen. Es el «mediador del Nuevo Pacto» y marca el comienzo de las promesas que hizo Jeremías.

La iglesia como pueblo de Dios se aclara por medio de las imágenes de la iglesia. La iglesia como pueblo de Dios también es el cuerpo de Cristo (Col 1:18), personas unidas a Cristo. La iglesia es la novia de Cristo (Ef 5:25-32), personas que son cada vez más santas en Cristo. La iglesia es el templo del Espíritu (1 Co 6:19-20; 2 Co 6:16; Ef 2:19-22), personas que son santas y habitadas por el Espíritu. La iglesia es la nueva humanidad (Ef 2:15; 4:13, 24), personas que están reconciliadas con Dios. La iglesia es la familia de Dios (Ro 8:15, 17; Gá 4:4-5; 1 Jn 3:1), personas que conocen a Dios como Padre y a los demás como hermanos y hermanas. Como pueblo de Dios, la iglesia le pertenece y, sorprendentemente, Él pertenece a la iglesia. Esta verdad se realiza plenamente sólo en los cielos nuevos y en la tierra nueva, después de que Dios resucite a los suyos de entre los muertos, los glorifique y habite entre ellos (Ap 21:1-4).

La iglesia y su misión
Jesús da la Gran Comisión a sus discípulos, convirtiéndose en las órdenes de marcha para la iglesia (Mt 28:18-20). Comienza afirmando que es el Hijo exaltado que es el Señor de todos, tanto en el cielo como en la tierra, y de todas las naciones (28:18; cp. Dn 7:14). La universalidad de la comisión es sorprendente; Jesús tiene toda la autoridad, dirige a los discípulos a hacer discípulos de todas las naciones, les instruye a enseñar todo lo que Él les ha mandado y les ordena que lo hagan «todos los días», hasta el fin del mundo.

La iglesia no solo tiene su origen en los propósitos eternos de Dios con sus raíces en Israel, su base en la obra salvadora de Cristo, su inauguración por el Espíritu Santo, su vida desde la unión con Cristo y su fin como gloria de Dios. La iglesia también es el escaparate de Dios para su plan eterno de llevar a cabo la reconciliación cósmica y destacar a Cristo como el punto focal de toda la historia. La iglesia debe mostrar no solo los propósitos de Dios, sino también de Dios mismo. En la iglesia y a través de ella, Dios muestra su gracia, sabiduría, amor, unidad y santidad (la carta a los Efesios lo enfatiza). Además, a medida que Dios se muestra, se glorifica a sí mismo. No es de extrañar que Pablo proclama: «Y a Aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén» (Ef 3:20-21).

 

Fuente:
Christopher Morgan

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