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Herencia incorruptible

He estado leyendo que en Las Vegas la llamada ‘Ciudad del juego’, los gerentes de hoteles han tenido que tomar la decisión de clausurar las ventanas para que no puedan ser abiertas, debido a que muchas personas, desesperadas por las pérdidas de juego, optan por quitarse la vida. ¡Pobres seres que no tienen nada más de que aferrarse cuando llega la prueba! Para muchos de ellos este es el resultado de una vida corrupta.

Los Hijos de Dios damos gracias porque nuestro padre es el dueño del oro y la plata, pero mucho más, es perfecto y no nos desampara no permite que nuestra descendencia mendigue (Sal 37.25), sus bodegas están siempre llenas de alimento para todo el que venga necesitado, sus manantiales brotan y mantienen hidratadas nuestras almas (Juan 6.35). Nada terrenal se le compara cuando de llenar el corazón de sus hijos se trata, nos llena con su amor, su consuelo, su esperanza y su seguridad.

Nuestro Dios imprime a nuestra vida la seguridad de que nunca estaremos solos, la certeza de que aunque todos en este mundo nos den la espalda, Él siempre estará a nuestro lado y esto no está mediado por dinero u otra posesión material, Él nos ama desnudos y desvalidos (Sal 102.17), hambrientos, sedientos y sucios (Isa 49.10), porque es precisamente en ese estado que devoramos todo cuanto Él nos da y comenzamos a sentirnos llenos de su plenitud.

Abundancia da Él a nuestra vida en Cristo Jesús, nos transfiere sus riquezas en Gloria (Fil 4.19), heredamos por testamento todas sus posesiones (1 Pedro 1.4).
Ser buenos mayordomos de esta herencia inalterable es nuestra obligación. Nuestro mandato es que prospere y se multiplique para que otros sean bendecidos a través de la abundancia que Él derrama desde los cielos.

Mi Dios no mengua su medida, mi Dios no abandona, Su fidelidad hace palidecer cualquier acción nuestra por igualarlo. Eternamente se escuchan sus palabras diciendo a sus hijos: “Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará” Deuteronómio 31.6

Fuente:
Milagros García Klibansky

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