
La historia de la pesca milagrosa encierra una lección olvidada en nuestros días sobre cómo necesitamos asombrarnos ante la santidad de Dios (Lc 5:1-11).
En ella leemos que las multitudes se reúnen para escuchar la predicación de Jesús junto al lago de Genesaret. Él mira un par de barcas en la orilla, sube a la de un joven llamado Simón y desde allí puede enseñar a las personas porque pareciera que se le escuchaba mejor. Pero algo pasa cuando termina Su enseñanza.
De repente dirige Su atención hacia Simón, quien durante la noche anterior no había pescado nada junto a sus compañeros. Jesús le dice algo que parecía una locura: «Sal a la parte más profunda y echen sus redes para pescar» (v. 3).
¿Por qué eso parecía una locura? Porque las redes de pesca eran visibles para los peces durante el día. Por eso los pescadores hacían su trabajo de noche y lavaban las redes cada mañana. Jesús sabía esto, las multitudes sabían esto y Simón también lo sabía. Pero él y los demás obedecieron a Jesús y fueron sorprendidos:
Cuando lo hicieron, encerraron una gran cantidad de peces, de modo que sus redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros que estaban en la otra barca para que vinieran a ayudarlos. Y vinieron y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían (vv. 6-.7).
Los judíos sabían que solo una persona tiene la autoridad para gobernar los peces del mar, las aves del cielo y todo cuanto se mueve en la creación. Solo hay un ser que tiene la autoridad y el poder para hacer lo imposible para nosotros. Ese ser es santo.
Asombro ante la santidad de Dios
Piensa por un momento en lo que Simón no hizo cuando vio la obra que Jesús hizo con Su poder y autoridad. Como R. C. Sproul ha comentado antes, no le dijo: «Jesús, esta pesca está fenomenal; seamos socios y hagamos crecer este negocio». Si esto hubiera pasado hoy, Simón tampoco le diría algo como: «Guau, ¡qué maravilloso! Tomemos una selfie de este momento».
Simón no responde con trivialidades o buscando aprovecharse de Jesús para su beneficio meramente terrenal. En cambio, cae a los pies de Jesús.
En este momento Simón no entendía de manera completa que Jesús es el Dios del universo encarnado. Pero cuando está cara a cara con la autoridad y el poder de Jesús, no le queda de otra que reconocer que la presencia divina está en Él y por eso ahora lo llama «Señor» (v. 8).
¿Y qué pasó cuando Simón estuvo frente a esta realidad? Él es inundado por una consciencia de su propio pecado, su propio orgullo y suciedad moral en su corazón. Esto lo lleva a tener temor delante de Jesús porque él entiende las consecuencias de su pecado y que nada es más peligroso para un pecador que la santidad de Dios:
Al ver esto, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús, diciendo: «¡Apártate de mí, Señor, pues soy hombre pecador!». Porque el asombro se había apoderado de él y de todos sus compañeros, por la gran pesca que habían hecho; y lo mismo les sucedió también a Jacobo y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón (vv. 8-10).
En todo esto, ocurre algo interesante y que solemos pasar por alto en todo el relato: por primera vez en el Evangelio de Lucas se empieza a usar el nombre de Pedro para Simón. Pedro significa roca. Es un nombre que Jesús le dio a Pedro, y que se refiere a su rol como uno de los pilares de la iglesia como apóstol (Mt 16:18).
Solo cuando reconocemos la santidad del Señor es que podemos empezar a ser realmente útiles en el reino del Señor
Lo que este relato nos permite descubrir es como si Lucas nos estuviera diciendo: «Aquí es cuando Simón empieza a ser Pedro». Solo cuando reconocemos la santidad del Señor es que podemos empezar a ser realmente útiles en el reino del Señor.
¿Has temblado ante Dios?
Pedro no fue el único afectado, sino que también sus compañeros se llenaron de temor. Pero el relato se enfoca en Pedro como una muestra de cómo somos llamados a responder a Jesús. Por lo tanto, prestemos atención a lo que tenemos aquí.
El temor de Pedro es una respuesta correcta ante la santidad de Dios. Es lo que descubres en toda la Biblia. Cuando Moisés vio la zarza ardiente, se llenó de temor (Éx 3:6). Cuando Isaías tuvo su visión de la gloria de Dios, se llenó de temor y reconoció su pecado, y no su pecado en general, sino de manera específica porque dijo: «¡Ay de mí, que soy de labios inmundos!» (Is 6:5).
Es bueno que te preguntes: ¿Alguna vez has temblado por tu convicción de pecado y necesidad de salvación? ¿Recuerdas haber sentido un profundo asombro y temor ante el Dios santo? Si no recuerdas haber pasado por algo así y te consideras creyente, quisiera animarte a que consideres hacer una evaluación de la sinceridad de tu fe en Dios y reverencia ante Él. Es probable que tu conversión haya sido imaginaria.
Una de las razones por las que la iglesia de nuestros días ha trivializado a Jesús y no tiene un sentido de su propio pecado y de la necesidad constante de la gracia de Dios, es que no hemos tenido un encuentro con Su santidad. Así como un blanco perfecto hace relucir más cualquier mancha, de la misma forma la santidad de Dios saca a relucir nuestro pecado y nos muestra que dependemos totalmente de Él.
Si Dios es santo…
A diferencia de las multitudes que querían mantenerse cerca para usar el poder de Jesús para su beneficio —esperando simplemente milagros— y no temblaban ante Su presencia, Pedro le dice a Jesús: «apártate de mí». Es como si dijera: «No puedo pretender usarte, Señor, ni que estés conmigo, y mucho menos tratarte como a un potencial socio o solo alguien más en mi vida, pues tú eres Santo y yo soy pecador; no soy digno de estar ante Ti y que estés en esta barca».
Ahora, si estás en una relación correcta con Dios, la santidad de Dios es una buena noticia que fortalece nuestra confianza en Él. ¿Por qué? Porque significa que Dios siempre es puro y hace lo que es bueno y bello; significa que Él jamás te hará algo malo o permitirá algo en tu vida que te perjudique para siempre. Si Dios es santo y está por encima de todo, puedes estar seguro de que nada se escapa de Sus manos y todo lo obra para tu bien. ¡Estas son excelentes noticias si estás en paz con Dios!
Si Dios es santo y está por encima de todo, puedes estar seguro de que nada se escapa de Sus manos y todo lo obra para tu bien
Pero el hombre natural, enseña la Biblia a lo largo de sus páginas, no está en paz con Dios (Ro 3:10-18). Nos hemos rebelado en nuestro corazón contra Él al pretender darle la espalda viviendo en el mundo, o intentar manipularlo por medio de nuestra religiosidad en la iglesia para pretender que Él nos deba cosas («Señor, sirvo en la iglesia, ahora dame esto». «Señor, soy una buena persona, entonces dame esto otro»).
Todos hemos sido idólatras que hemos puesto otras cosas en el lugar que solo le corresponde al Dios que nos satisface, y que cuando buscamos a Dios, lo hacemos más por las cosas que puede darnos en vez de por lo que Él es.
Así que el veredicto de la santidad de Dios es bastante claro: Por nuestro orgullo y maldad, por despreciar a Dios, merecemos la condenación eterna (Ro 3:23). Cuando hemos tenido un encuentro real con Jesús, no podemos negar la realidad de nuestro pecado, al igual que Pedro no pudo negar su propia condición delante del Señor.
Entonces, ¿cómo podemos acercarnos y tener comunión con un Dios santo, a pesar de nuestras batallas constantes con las dudas?
De eso se trata el evangelio y son las mejores noticias en todo el mundo. Es la noticia que nos lleva a desear la santidad de Dios (en vez de querer apartarla de nosotros), caminar con humildad reconociendo Su perdón (en vez de abrazar el orgullo de nuestro pecado) y ser útiles en Su reino (en vez de vivir solo para nosotros).
Un encuentro con la santidad de Jesús lo cambia todo. ¿Te ha cambiado a ti?