
Es una pregunta que arde en el corazón de quienes contemplamos, con dolor, el rumbo de toda las naciones En tiempos difíciles, en lugar de volvernos al Altísimo, nos sumergimos en días de fiesta, playas, ríos, alcohol y ruido. Nos entregamos a todo lo que tiene sabor a escapismo. Y luego, sin pudor, proclamamos que somos un pueblo piadoso, como si no tuviésemos parte en la decadencia que vemos.¿Hallará fe en la tierra nuestro Señor Jesucristo, si volviera en ese mismo instante?
¿Dónde está la fe que decimos tener?
Olvidamos que el mismo Dios que mostró compasión con Nínive, un pueblo entregado a la perversión, sigue esperando que el nuestro se arrepienta. Los ninivitas creyeron en el mensaje de Jonás, se humillaron, y clamaron al cielo… ¿Por qué no podemos hacer nosotros lo mismo?
Nos corresponde a los creyentes levantar la voz, recordar que sin Dios en el corazón, las guerras y las fiestas terminan pareciéndose: en ambas se pierden almas. Las armas destruyen cuerpos, pero el desenfreno y la indiferencia arruinan el alma. Las tamboras repiquetean como cañones que disparan a la esperanza.
Por eso, hoy rasgó las vestiduras en señal de duelo espiritual, y me visto de silicio clamando por misericordia. Porque hay un pueblo que, aunque se dice santo, ha adoptado una actitud de indiferencia frente a la osadía de quienes desafían abiertamente al Creador. Cuánta insensatez… ¡cuánta soberbia! Nos atrevemos a transformar lo sagrado en libertinaje, y luego nos lamentamos de las pérdidas que llegan.
¿Por qué no abrazar el madero santo de Jesús en nuestros corazones? ¿Por qué no pedir perdón por lo que hemos descuidado, por lo que hemos olvidado, por lo que dejamos de hacer? Es un acto sencillo, gratuito y profundamente poderoso. Ese acto siembra semillas de amor en un mundo sediento de misericordia.
Invoquemos, pues, el entendimiento divino. Pidamos cordura, sensatez y humildad para nuestra naciónes. Que no sigamos perdiendo almas por causa de la indiferencia. Que Dios nos conceda sabiduría celestial para vivir con propósito, con compasión y con temor reverente.Y que, por su gracia, aprendamos a amar como Él nos amó,
.»Y busqué entre ellos un hombre que hiciera vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí a favor de la tierra, para que yo no la destruyera; y no lo hallé. Ezequiel 22-30.