Cristo no promete. Él es la promesa. Estar en Cristo es ser ya partícipe de su herencia venidera. No la merecemos, pero a Dios le plació justificarnos por su Hijo a través de la fe. Podemos descansar en Él y lo pasamos por alto; soportamos cargas y luchamos con nuestras propias fuerzas para deshacernos de ellas.
Cargas de amargura, cargas de desobediencia, cargas de necedad, cargas de tristeza. Arrastramos un tren de cargas. Lejos de poner a Cristo en el vagón-locomotora, intentamos ocupar su lugar. Y la carga se hace más pesada. Le damos participación a Cristo sólo en el plano religioso. Y la religión nada tiene que ver con nuestro parentesco y relación con Jesucristo.
Mucha oración, pero poca comunión espiritual; mucha Biblia, pero poca obediencia; mucha pasión, pero poco corazón; mucha predicación, pero testimonio sin evidencia consistente. El mundo religioso reclama promesas, la relación con Dios vive de ellas y confía en que Él es siempre fiel y cumple lo que ha prometido. No se puede vivir a retazos una vida cristiana. O estamos en Cristo o continuamos viviendo de los desechos del mundo y viéndonos como trapo de inmundicia. ¿Murió Cristo por mí para que yo llevara el pesado paquete de la religiosidad, o para salvación y liberación?
“Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera.” (Mt 11.30). Hay que creerlo. Podemos enyuntarnos con Él, amarrarnos a su yugo y dejar que Él se ocupe de las cargas. Su yugo no sólo es fácil. Es también un asiento de misericordias y un firmamento inmensamente grande de piedad y bondad. Es difícil experimentar la plenitud en Cristo con un velo religioso en nuestros ojos. La plenitud en Cristo es abundancia y seguridad, la religión jamás llenará la copa de la gracia que suplirá nuestras necesidades.
Cualquiera que sea tu carga, en Cristo la puedes depositar. Ninguna se resiste al perdón y a la misericordia de Dios. Ninguna es demasiado gravosa para el que soportó los clavos por obediencia y amor. No te esfuerces en tus luchas, la batalla no es contra carne y sangre (Efesios 6.12). Poniendo tu carga en Cristo, hallarás reposo; los temores se apaciguarán. Una sola lágrima de Jesús puede aliviar el dolor de tu Getsemaní. Los calvarios vienen a nuestras vidas para poder ver la gloria de Dios. Son necesarios. Necesarios para crecer en la fe; necesarios para apreciar el regalo incomparable de la gracia.
Dale a algún hermano un poquito de tus cargas. Hay ángeles a tu alrededor dispuestos a compartirlas porque son mensajeros de la misericordia de Dios. El amor mueve montañas. La Palabra exhorta: “…consérvense en el amor de Dios, esperando ansiosamente la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna” (Judas 21).
Reposa, descansa sobre Su hombro. El yugo del Señor compensará tus lamentos, tus miedos y sinsabores. Su amor cubre todo eso y mucho más. Medita en esta promesa de dimensión eterna: “Nunca te dejaré; jamás te abandonaré” (Hebreos 13.5b).
¡Dios te bendiga!