Con todo yo me alegraré en el SEÑOR, me regocijaré en el Dios de mi salvación.
Habacuc 3:18
Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia (perseverancia). Romanos 5:3
La tribulación nos enseña a tener paciencia, lo cual es una virtud valiosa. Aunque la tribulación en sí misma suele generar impaciencia, incredulidad y rebelión, la gracia de Dios puede transformarla en paciencia. Debemos permitir que nuestras tribulaciones nos fortalezcan y nos acerquen a Dios.
Esta es una promesa en su esencia aunque no lo sea en su forma. Tenemos necesidad de paciencia, y aquí vemos la forma de obtenerla. Es sólo mediante la práctica que aprendemos a tener paciencia, de la misma manera que nadando los hombres aprenden a nadar. No podrían aprender ese arte en tierra firme, ni podríamos aprender paciencia sin tribulación.
¿Acaso no vale la pena sufrir tribulación con el objeto de alcanzar esa hermosa ecuanimidad de mente que quietamente se somete en todo a la voluntad de Dios?
Sin embargo, nuestro texto expresa un hecho singular, que no es de conformidad a la naturaleza, sino que es sobrenatural. La tribulación en sí y por sí obra petulancia, incredulidad y rebelión. Es únicamente por la sagrada alquimia de la gracia que es llevada a obrar paciencia en nosotros. No trillamos el grano para aplacar el polvo: sin embargo, el flagelo de la tribulación hace esto sobre la era de Dios. No sacudimos a un hombre para darle descanso, y sin embargo, así trata el Señor a sus hijos. Ciertamente esto no corresponde a la manera humana de hacer las cosas, sino que redunda grandemente para gloria de nuestro infinitamente sabio Dios.
¡Oh que la gracia me conceda que mis tribulaciones me bendigan! ¿Por qué habría de querer detener su agraciada influencia? Señor, yo te pido que quites mi aflicción, pero te suplico diez veces más que quites mi impaciencia. Precioso Señor Jesús, con Tu cruz graba la imagen de Tu paciencia en mi corazón.