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Fuimos creados para la gloria de Dios

En principio, debemos asumir que todo creyente anhela agradar a Dios con su vida. El problema radica en que no todos pensamos en cuáles áreas de nuestra vida queremos agradar al Señor. Por tanto, pensamos que haciendo un devocional, yendo a la iglesia, perteneciendo a un grupo pequeño y orando todos los días, ya hemos complacido a Dios. Sin embargo, el apóstol Pablo nos dice cómo y cuándo se supone que debemos agradar a Dios:

«Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa,
háganlo todo para la gloria de Dios»
(1 Corintios 10:31).

Si queremos aplicar este versículo a nuestras vidas, necesitamos comenzar por revisar nuestros pensamientos y nuestras intenciones porque ambas cosas motivan nuestras acciones. De ahí la necesidad de renovar nuestra mente. La mente es el centro de operaciones; actúa como lo hace la torre de control de un aeropuerto. Los controladores aéreos autorizan o no la salida y la llegada de los aviones. La mente hace algo similar al permitir o cerrar el paso a ideas o pensamientos que luego se hacen realidad. Por esta razón, el apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos dejó esta instrucción:

«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad»
(Filipenses 4:8).

Note cómo el versículo inicia con el concepto de «todo lo que es verdadero». Si no conocemos la verdad para luego vivir en esa misma verdad, jamás podremos vivir para la gloria de Dios. Cualquier desviación de la verdad deshonra a Dios. Desafortunadamente, nuestra inclinación natural es hacia lo que nos parece bien o peor aún, hacia lo que nos produce placer independientemente del daño que cause a otros. Recordemos que el Espíritu de Dios mora en cada creyente y, por consiguiente, si pensamos hacer algo que no haríamos en presencia de Cristo, entonces tampoco deberíamos hacerlo en presencia de Aquel que tomó Su lugar luego de Su ascenso a los cielos.

Vivir para la gloria de Dios no es solo evitar el pecado; más bien, el pecado es todo lo que no glorifica a Dios. Vivir para Su gloria es llevar a cabo Sus propósitos; es anhelar reflejar Su carácter o Sus virtudes a un mundo que no le conoce (1 Pedro 2:9). La mayoría de los hijos de Dios afirman que desean vivir para Su gloria, pero luego conocen poco de ese Dios y Sus propósitos para Sus criaturas. A modo de ilustración, permítame decirle que aunque tener éxito no es necesariamente “malo”, no es el propósito de su vida. Como médico, atender pacientes es mi responsabilidad, pero no es mi propósito de vida. El propósito de nuestra vida es aquella “cosa” para cual fuimos creados; es ese “algo” que le da sentido a nuestra existencia. Es esa motivación sin la cual, nuestra existencia carece de sentido. Si atender pacientes es mi propósito de vida como médico, el día que ya no pueda atenderlos debo morir porque mi existencia ya no tendría razón de ser y eso no es cierto.

En el versículo citado al inicio, Pablo usa como ilustración las cosas más básicas, naturales y legítimas que el ser humano hace de manera cotidiana, y dice que incluso estas cosas deben hacerse para la gloria de Dios. Con más razón, entonces, aquellas que permitimos entrar en nuestra mente, aquello que sale de nuestra boca, la manera en que nos comportamos o cómo usamos nuestro tiempo. De hecho, podemos usar nuestro tiempo para hacer cosas no pecaminosas en sí mismas y convertirlas en pecado cuando le dedicamos tantas horas a un hobby hasta interferir con el estudio de la Palabra y la comunión con Dios en todas sus dimensiones.

Por tanto, debemos ser cuidadosos y considerar no solo en qué usamos el tiempo, sino cómo lo usamos. Aunque obviamente no somos perfectos y pecamos a diario, se supone que todo lo que hagamos tenga la intención de agradar a Dios. Si realmente viviéramos de esa manera, no solo pecaríamos menos, sino que también viviríamos más satisfechos. En cambio, el creyente con frecuencia divide su vida en compartimentos. Decide agradar a Dios en ciertas áreas, las más obvias, mientras que en otras hace lo que mejor le parece, entendiendo que tiene la libertad de hacerlo. Recordemos que el apóstol Pablo también dijo: «Todo es lícito, pero no todo es de provecho. Todo es lícito, pero no todo edifica» (1 Corintios 10:23). La realidad es que cada vez que hacemos cosas que no glorifican a Dios, estamos pecando sin importar cuán benignas sean esas cosas. Y al mismo tiempo, estamos intercambiando el gozo y la satisfacción que trae todo lo relacionado con el mundo venidero por un gozo y una satisfacción que es meramente temporal.

Fuimos creados para la gloria de Dios; ese es nuestro propósito de vida. Abrazar ese propósito transformará la manera en que vivimos.

Fuente:
Dr. Miguel Núñez

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