Las historias que conté en las meditaciones anteriores de mi padre anciano y enfermo orando cada noche, y de José, también en la misma situación, repitiendo el salmo 23 tienen elementos comunes. Ambos creyeron en Dios en su niñez y juventud y después se jactaron de ser incrédulos.
Ellos profesaron ser ateos en la época más productiva, importante y significativa de sus vidas. Rechazaron todo sentimiento religioso y si alguien les hubiera dicho entonces que al final iban a experimentar esas manifestaciones de religiosidad tal vez se hubiesen ofendido. Se sentían fuertes, dueños de sí mismos, impulsando proyectos de vida a los que dedicaban con pasión todas sus fuerzas y capacidades.
El retorno, ya cerca de la muerte a sentimientos y prácticas cristianas, ¿fue en el caso de ellos solo un acto senil sin más implicaciones? ¿Era simplemente una regresión psicológica de la cual no estaban conscientes? Aun así, la regresión es un retroceso a estados psicológicos o formas de conducta anteriores, a causa de tensiones o conflictos no resueltos. Por lo tanto, me atrevo a asegurar que la experiencia de abandonar la fe y la relación con Dios fue muy traumática para ellos, aunque ambos lo disimularon muy bien durante mucho tiempo. Es posible que la decisión de abandonar la fe —tal vez impulsada por fuertes corrientes sociales que en esa época en Cuba se presentaron como absolutamente científicas— provocara en ellos un conflicto interior intenso que intentaron calmar encontrando razones para su conducta y a la vez reafirmando su incredulidad de manera radical, sin atreverse a confesar nunca su error cuando se dieron cuenta de su necesidad de Dios…
Aunque esta explicación psicológica de sus historias me satisface, personalmente creo que hay mucho más detrás de estas dos vidas y sus desenlaces. Es muy posible que en algún momento ellos comenzaran a sentir la necesidad de Dios otra vez, y creo que de alguna forma ambos lo manifestaron. Mi padre visitando nuestra casa pastoral, fortaleciendo su relación conmigo y escuchando a escondidas mis sermones desde la ventana de la casa pastoral. José, visitando asiduamente una iglesia, aunque no hiciera profesión pública de fe.
El respeto a la privacidad de ellos no me permite compartir otras claras indicaciones que ofrecieron de un cambio en sus maneras de pensar y actuar. Al final, cuando por ley de la vida cayeron todas las barreras que ellos mismos levantaron, tal vez producto del ambiente incrédulo en que sus vidas se desenvolvieron ya de adultos, afloró lo que estuvo bien guardado todo el tiempo en la intimidad y se manifestó de la única manera que ya en sus condiciones físicas era posible.
Hay razones que me animan a insistir en sus historias. Me temo que haya personas en su misma condición y deseo animarles que no esperen a tan tarde para iniciar el camino de regreso a Dios. Por otro lado, creo profundamente que la semilla del evangelio que se plante en un corazón puede dar fruto cuando menos lo esperamos. Detrás de un ateo o un creyente renegado puede haber un corazón como el de mi padre o el de José.
Entonces, ¿acaso no debiéramos orar por esas personas?
¡Dios les bendiga!