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Formas en las que Dios nos libra de la hipocresía

«Oh, Señor, líbrame de la hipocresía» es una de las oraciones que nunca hice.

En una ocasión, cuando una buena amiga me mostró que lo que decía no era lo que realmente pensaba, tuve vergüenza pero no un genuino arrepentimiento, así que decidí ignorar su comentario. A nadie le gusta ver en sí mismo los pecados por los que juzga sin misericordia a otros, pues piensa que no los posee. Pero Dios, quien creó a los seres humanos y cuyos ojos observan los corazones de todos (Sal 33:13-15), utiliza diferentes recursos para liberarnos de toda mala hierba de pretensión.

En otra ocasión, cuando pensaba que mi experiencia y la enseñanza bíblica me hacían una cristiana espiritual y madura, Dios, en Su misericordia y paciencia, me mostró la sutil hipocresía de mi corazón. Ese tipo de hipocresía no se deja ver a simple vista y solo pudo ser revelada por medio de la exposición de la Palabra, por causa de amigos fieles y por el sufrimiento. Vi lo que no quería ver: era una persona orgullosa e impulsiva que necesita mucho del Salvador.

Estimado lector, admitir esto es vergonzoso para mí, pero si Cristo me trató con compasión al mostrarme mi fariseísmo, también puede hacerlo contigo. Por eso, aquí te dejo tres de las formas que Dios utiliza para develar lo que está oculto en nuestro corazón y llevarnos al arrepentimiento y a la humildad.

1. Dios utiliza la predicación de la Palabra para revelar nuestra hipocresía

La hipocresía declara: «La mentira es la mejor manera de protegerte, exaltarte y ser admirado». La Palabra afirma: «Los labios mentirosos son abominación al SEÑOR, / Pero los que obran fielmente son Su deleite» (Pr 12:22). La hipocresía busca presentar perfección de manera superficial para la alabanza propia, pero la Palabra desea presentar el corazón sin engaño y perfecto para la alabanza de Cristo (Col 1:28).

Con el fin de preservar el testimonio de nuestras almas y de Su iglesia, Cristo como amoroso médico inserta con precisión el bisturí de Su verdad en los corazones de Sus hijos amados. Así, erradica el doble ánimo, la corrupción y todos los ídolos que atesoramos, para eliminar la incoherencia entre lo que creemos, lo que decimos que creemos y lo que hacemos.

Una de las formas para ser conscientes de nuestra hipocresía remanente es exponernos semanalmente a los sermones de nuestra iglesia local

 

La Escritura es como una espada que va hasta lo más profundo de nuestras intenciones (He 4:12), aparentemente «fieles», y nos empuja a evaluar nuestro comportamiento y creencias bajo el estándar de Dios. De esta manera, Dios nos libera del autoengaño, aunque muchas veces esto nos genere vergüenza, y así redirecciona nuestro camino.

Antes que otros perciban nuestro doble ánimo, Dios ya conoce todos las cosas que hacemos que no tienen coherencia y, cuando se trata de la hipocresía, utiliza la Palabra predicada para advertirnos y corregirnos. Esto lo vemos cuando Isaías denunció la falsedad de Israel al honrar a Dios con sus labios pero con un corazón alejado de Él (Is 29:13) o en la interacción de Cristo con los fariseos de religiosidad hueca (Mt 23:27-28).

Una de las formas más efectivas para que seamos conscientes de nuestra hipocresía es exponernos cada semana a los sermones de nuestra iglesia local, a prédicas de hermanos fieles y a conversaciones saturadas de reflexión bíblica. La Palabra escuchada confronta nuestros corazones y, como un espejo, nos revela quienes somos al apelar a nuestra conciencia (He 4:12; Stg 1:23-24).

2. Dios utiliza a otras personas para confrontar nuestra hipocresía

A Su tiempo y a Su manera, Dios orquesta vínculos y amistades que son instrumentos para librarnos de la hipocresía. A mi mente vienen las palabras de un hermano en la fe: «Gaby, tus palabras importan. Si nos dijiste que saldrías con nosotros, pero después te invitan a otra actividad diferente y aceptas, entonces no tienes palabra ni consideración con otros». Nuestros padres, pastores, amigos cercanos, familiares, incluso extraños pueden animarnos y exhortarnos a ser íntegros con sus amorosas, y a veces fuertes, advertencias sobre nuestro carácter.

Necesitamos de otros para que, al ser confrontados tal como somos ante sus ojos, el Espíritu Santo nos guíe al arrepentimiento y al fruto de la humildad

 

Piensa en Pablo cuando confrontó a Pedro por su hipocresía al no querer comer con los gentiles (Gá 2:11-13). Lo que gobernaba a Pedro era el temor a lo que pudieran decir los judíos. Esta actitud de Pedro incluso llevó al compasivo Bernabé a pecar con hipocresía y a no andar conforme a lo que predicaban (v. 14).

Necesitamos de otros para que, al ser expuestos y confrontados tal como somos ante sus ojos, el Espíritu Santo nos guíe al arrepentimiento y al fruto de la humildad. Así que, cuando alguien nos confronte por nuestra hipocresía, debemos estar agradecidos porque es un regalo de misericordia que Dios nos permita ver lo que Él ve y resguarda nuestro testimonio del evangelio frente a otros (Sal 141:5).

3. Dios utiliza la aflicción para limpiarnos de la hipocresía

Dios permite que la aflicción y el sufrimiento cumplan uno de Sus propósitos más profundos: limpiarnos de la causa de la hipocresía, es decir, de la incredulidad y desconfianza en Él. Creo que esto lo hace con el fin de empujarnos a depender de Él como nuestro Padre (Sal 119:7; 2 Co 1:8-9).

Las situaciones dolorosas, aún más si son consecuencias de nuestro pecado, son uno de los tratamientos más efectivos para erradicar la hipocresía. Muchas veces, cuando no somos cautivados por la Palabra predicada o no escuchamos a nuestros amigos cercanos, Dios permite que seamos avergonzados y humillados por circunstancias que nos muestran la incongruencia entre lo que decimos y hacemos.

En la cruz sangrienta, el más íntegro de los hombres tomó nuestras mentiras y fariseísmo para otorgarnos Su perfecta humildad y justicia

 

En el sufrimiento tenemos una oportunidad para reconocer las veces que, en hipocresía, hemos abandonado la verdad y decidido obedecer a la vanidad y al temor de nuestro que corazón, el cual adora la aprobación de otros, la mentira y el doble ánimo. Un corazón así puede saber teóricamente sobre el amor a Dios, pero practicar poco este amor. Al mismo tiempo, en el sufrimiento, al probar las consecuencias dolorosas de nuestro pecado, la tierna mano de Dios lleva nuestra mirada desde nosotros hacia el cielo, para que nos demos cuenta de que Él nunca nos ha abandonado y de que, en Su misericordia, puede permitir que las consecuencias de nuestra hipocresía nos sacudan y nos humillen para probar nuestra necedad, de modo que no caigamos en el orgullo (Dt 8:2), sino que veamos con ojos llenos de gozo y lágrimas de asombro la mansedumbre y dulzura de Aquel que nos perdona y cambia.

Es una bendición que, en medio del sufrimiento, podamos ver cómo Dios nos limpia de aquello que creíamos no tener y produce en nosotros lo que solo aparentábamos poseer.

El pago de nuestra hipocresía fue una cruz victoriosa

Muchas veces tenemos una imagen muy positiva y limpia de nosotros mismos, comparada a la que Dios conoce. La realidad es que, sin el sello del Espíritu Santo ni Cristo como nuestro Mediador, nos veríamos como criaturas deformes y corrompidas.

Pedro, después de afirmar con osadía que nunca negaría a Jesús, y que incluso moriría con Él (Lc 22:33), rápidamente lo niega tres veces (Lc 22:54-60). Sus palabras fueron probadas por sus circunstancias y su hipocresía fue revelada.

La Biblia nos da una escena inesperada y conmovedora: «El Señor se volvió y miró a Pedro. Entonces Pedro recordó la palabra del Señor, de cómo le había dicho: “Antes que el gallo cante hoy, me negarás tres veces”. Y saliendo fuera, lloró amargamente» (Lc 22:61-62). La mirada del Señor que atraviesa el corazón, y que al mismo tiempo lo sana, nos recuerda que el pago de la hipocresía fue Su decisión de ir a una cruz sangrienta donde tomó nuestras mentiras y fariseísmo para otorgarnos Su perfecta integridad.

Tenemos victoria sobre la hipocresía al contemplar el perfecto Predicador morir por nuestra salvación y pagar el precio de nuestro fingimiento. Pero esto no se queda ahí. Cristo nos da el dominio propio y el poder por medio del Espíritu Santo (2 Ti 1:7), para abrazar la verdad y llegar a ser como Él, íntegro hasta el final sin importar las consecuencias.

Hoy te invito a que oremos: «Señor, líbranos de la hipocresía». Pidamos que el Señor, tomando palabras de la oración de Adam Clarke, nos perdone y los libre de los pecados «que cometí y olvidé; de aquellos de los que no me he arrepentido; de los que se han cometido en mi corazón, pero no se han puesto en práctica en mi vida; de los que cometí sin saber que eran pecados, pecados de ignorancia; y de los que he cometido en privado, por los que me avergonzaría si se hicieran públicos».

Fuente:
Gabriela Puente

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