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Evangelio urgente

Nunca sabremos si es el tiempo de Dios hasta que le ofrecemos nuestro tiempo. Es fácil decir que el mundo está en ruinas, pero difícil ponerse el traje de constructor para reedificarlo. El evangelio es la mejor vestimenta, la mejor herramienta, el mejor ladrillo. Lo veo con frecuencia en mis jornadas misioneras. Idólatras que se rinden a Cristo por el poder del Espíritu, adúlteros que recomponen sus matrimonios, ateos que abrazan la fe. El evangelio es poder de Dios (Ro 1.16), no nuestro poder. Nuestro deber es predicarlo. La prédica tiene su problema y es que no somos consecuentes con la fe que decimos tener. Muchos dicen que sienten pasión por los perdidos, pero eso no es suficiente. La pasión no es nada si no se lleva a la práctica, si no se traduce en compasión y finalmente en acción. Es un problema de fe práctica.

El primer dilema del cristiano es la fe. La primera pregunta de un cristiano que dispone su corazón para servir a Dios es: -Señor, ¿qué quieres de mí? ¿Cómo quieres usarme?- Puedes estar seguro que Dios se deleitará en responderte y se encargará de redimir el tiempo que necesitas para servirle, arreglará las agendas que concebiste y pondrá un diluvio de alegrías en tu corazón. Dios tiene un terreno sembrado a tu alrededor, pero está necesitado de obreros que sostengan la Biblia en una mano y en la otra el arado para hacer la cosecha. Fe y práctica; en ese orden.

Alguien dijo que somos agentes de esperanza en una sociedad posmoderna. Otro que “la esperanza es el oxígeno del alma”. Sabemos lo que somos, pero no lo practicamos; tenemos lo mejor y no lo compartimos. Imagínate rodeado de gente muriendo de hambre y tú en el medio de ellos portando conscientemente el mejor alimento para sus estómagos vacíos; pero tú estás inmóvil, pasivo, retraído, un tanto ensimismado, como ausente. Si no creemos que el evangelio tiene poder, seremos cómplices de muchas muertes. Este pensamiento parece aterrador y exagerado, pero el evangelio es claro y es necesario que entiendas esta realidad. Un corazón regenerado por el poder del evangelio, debe ser sensible a ayudar a Dios a regenerar otros corazones. Pablo decía: “… cuando predico el evangelio, no tengo de qué enorgullecerme, ya que estoy bajo la obligación de hacerlo. ¡Ay de mí si no predico el evangelio!” (1 Co 9.16 NVI).

Si somos verdaderamente “el pueblo de Dios” estamos comprometidos con Él. Compromiso es involucramiento. Saturar al mundo con el amor y los valores de Su Reino. En la medida que lo hagamos, que le ofrezcamos a Dios parte de nuestro tiempo, no sólo creceremos más, sino veremos más la gloria de Dios en nuestra vida cristiana. Hay que creer que “…el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo”. (1 Jn 4.4).

Tengo un gran amigo al que le he hablado muchas veces de Jesús, y aunque dice tener fe (intelectual) y entiende el mensaje, dice que el cristianismo no es significante para estos tiempos porque está desacreditado a causa de muchos falsos “cristianos que viven del cuento”. Aunque sé que Dios está trabajando en su corazón, me resulta difícil moverlo desde la fe intelectual hasta la fe salvadora en Cristo. Sé que es asunto del Espíritu Santo, no mío. Pero su argumento me es molesto porque sé que tiene mucho de verdad. El cristianismo será relevante en una sociedad en la medida que nosotros nos involucremos con integridad. Y el evangelio sigue siendo urgente, a pesar de nuestra pasividad y nuestros temores. Sólo hay que involucrarse, más allá del compromiso. Compromiso sin involucramiento es pura trova. El sentido de esta urgencia avienta el sentido del deber y este sentimiento nos lleva a decirle a Jesús. -¡Yo quiero ir, yo quiero estar donde tú estás!-

Te invito a montarte en el tren del evangelio; en la locomotora o en el último vagón, no importa sino tu deseo de oxigenar el alma de muchos con la esperanza (de Cristo). Quizás ahora mismo estás pensando en tantas personas sedientas que pueden saciar su sed con sólo una gota de agua viva. Has orado por ellas, pero ahora da un paso de fe. ¿No ves a los ángeles preparando ya la fiesta desde el cielo?

¡Dios bendiga su Palabra!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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