La luz fue el primer toque de Dios a un mundo en tinieblas. La voz de mando inaugural del milagro de la creación. La luz fue el testigo presencial de todo lo creado después de llenar todo el vacío de lo inexistente; hasta que el dedo de Dios tomó el barro en sus manos para diseñar al primer Adán.
Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la luz del mundo…” (Mt 5.14). Sin embargo, las tinieblas permanecen haciendo resistencia a la luz, se infiltran en la luz, se disfrazan de luz. Es incomprensible que las personas prefieran la oscuridad a la luz. Unas por desconocimiento de la luz, otras porque la oscuridad les sirve intencionalmente para ocultar sus actos pecaminosos y conductas de impiedad y la mayoría porque todavía no saben quién es la luz. ¿Y aquél que conoció la luz y se apartó de ella conscientemente para “disfrutar de los deleites” oscuros que supone una vida sin Dios?
En el paquete de la salvación en Cristo están incluidos también los fracasos, las frustraciones, los padecimientos y la aflicción. Si alguien promete prosperidad sin límites y cantos de sirena para tus oídos cuando abrazas el evangelio, no conoce al verdadero Dios. Ah, la gloria venidera será mucho mayor que todo pesar, que toda carga y desesperación porque la Luz venció al mundo. Jesús es esa luz: “Yo, la Luz, he venido al mundo, para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas. (Juan 12.46)
Cuando el mensaje de la Luz es ofrecido con la unción del Espíritu, de manera clara y contundente, no hay quien se resista a rechazarlo. Tenemos la autoridad que nos ha dado Dios en su hijo Cristo; ya nos somos de la noche ni de las tinieblas (1 Ts 5.5), ahora somos luz en el Señor y hay que andar como hijos de luz (Ef 5.8). Por cuanto no debe haber mayor satisfacción en el corazón de los hijos de Dios que anunciar la luz, proclamar la luz, vivir la luz. “…El que anda en la oscuridad no sabe adónde va”. (Juan 12.35). ¿Cómo siendo hijos de luz permitimos que tanta gente a nuestro alrededor ande en la oscuridad y tropiece una y otra vez inmersa en las tinieblas de sus propias vidas?
Si al pueblo que vive en tinieblas no le damos a conocer el amor de Dios, la misma oscuridad lo tragará. El apóstol Pablo le habla a los efesios del fruto que produce la luz. “Porque el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef 5.9, énfasis mío). Eso es justamente el evangelio: es bondad, y bondad es amor, misericordia, compasión. Es justicia; aplicación de lo justo, de la ley de la honestidad y la entereza para beneficio del hombre, aun siendo pecador, y es verdad, tan eterna como el mismo Dios.
La voz de Dios retruena en nuestra conciencia. “Así nos lo ha mandado el Señor: ‹Te he puesto por luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra.››” (Hch 13.47).
¡Dios bendiga su Palabra!