Muchas personas han sido miembros de una congregación por muchos años, se congregan algunas veces todos los día, hablan con un vocabulario super cristiano, con frecuencia los escuchamos decir cuando les preguntan ¿cómo ha estado hermano?, y responden “En victoria, mejor se arruina”, casi siempre tienen una respuesta de gran espiritualidad, pero la realidad es otra. Entonces nos podemos preguntar: ¿Cómo está nuestra relación con Jesucristo? ¿Hemos sido tocados realmente por el Señor? ¿Lo conocemos realmente? ¿Hemos tomado su cruz y le seguimos?. El problema es que aún siendo cristianos nuestra relación con el Señor está muchas veces muy fría, o distante. ¿Qué sentimos realmente cuando escuchamos la palabra de Dios? ¿Nos emociona? ¿Tratamos de vivirla o puede más el orgullo? Muchas veces llegamos al templo para dar la impresión de que estamos cumpliendo verdaderamente lo que manda la Biblia, pero criticamos el sermón, o criticamos al predicador, porque creemos que nosotros sabemos más, que estamos mejor preparados del que está predicando, o simplemente, nos hemos enfriado tanto que ya no nos toca el corazón. ¿Pero por qué?
Ilustración: Un día llegué por primera vez a un culto de una iglesia dentro de un penal, y la verdad que vi y sentí desde el principio algo diferente, todos los internos adorando a ´Dios de pies y con un entusiasmo que me dejó asombrado, porque en la mayoría de iglesias casi todos “adoran” a Dios o cantan como si fueran autómatas, y algunos, se dan el lujo de no cantar cuando el ministro de alabanza no les cae bien.
I. ¿Qué tan cerca estamos de la cruz de Cristo?
Mateo 16:24 “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”.
La muerte de Cristo solamente será de valor para los que están dispuestos a morir al pecado y al yo. Haciendo justicia a los tiempos de los verbos en el original, el v. 24 podría parafrasearse así: “Si alguno quiere ser (contado como) un adherente mío, debe de una vez por todas despedirse del yo, aceptar decididamente el dolor, la vergüenza y la persecución por mi causa y por amor a mí, y entonces debe seguirme y continuar siguiéndome como mi discípulo”.
Negarse a sí mismo significa renunciar al viejo yo, el yo como es sin la gracia regeneradora. Una persona que se niega a sí misma renuncia a toda confianza en lo que es por naturaleza, y para su salvación depende de Dios solamente. Ya no trata de promover sus propios intereses predominantemente egoístas sino que se ha embebido completamente en la causa de promover la gloria de Dios en su propia vida y en toda vida, y también en toda esfera de esfuerzo. El mejor comentario sobre Mt. 16:24 es Gá. 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí; y la (vida) que ahora vivo en la carne, la vivo en fe, (la fe) que es en el Hijo de Dios, quien me amó y se dio a sí mismo por mí”. Negarse a sí mismo significa sujetarse a la disciplina de Cristo.
La expresión “tome su cruz” se refiere a la cruz que se sufre debido a la unión con Cristo. Uno “sigue” a Cristo confiando en él, siguiendo sus pisadas (1 P. 2:21), obedeciendo sus mandamientos por gratitud por la salvación obtenida por medio de él, y estando dispuesto aun a sufrir en su causa. Solamente entonces, cuando está dispuesto y preparado de hacer esto puede ser verdaderamente el discípulo de Cristo, un adherente suyo.
Entonces nos podemos hacer las siguientes preguntas:
¿Vamos en pos de Cristo’
¿Nos hemos negado a nosotros mismos, a nuestro orgullo, a nuestros propios deseos?
¿Hemos tomado su cruz?
¿Le seguimos?
¿Te gozas en su presencia?
¿Hablas con él?
¿Le buscas?
¿Le sirves?
¿Le amas?
¿Cumples sus mandamientos?
II. ¿Estamos dispuestos a hacer lo que Cristo nos advierte?
Mateo 16:25 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.
Continúa: 25. Porque todo el que quiera salvar su vida la perderá, pero todo el que pierda su vida por mi causa, la hallará. Esta es la gran paradoja de 10:39 y otros pasajes similares. Algunos sostienen que el reemplazo de “hallar” de la primera oración de 10:39 (“el que halle su vida la perderá”) 614 por “salvar” aquí en 16:25, hace que este pasaje sea más completo y más enérgico, como si, a distinción de solamente tratar de “encontrar” su vida, esto es, lograr lo que considera una vida más rica y feliz, el hombre descrito en 16:25 pone todos sus esfuerzos en “salvar”, esto es, “rescatar” su yo, y habiendo hecho eso, en aferrarse a él por todos los medios posibles. Es discutible si esta distinción se puede sostener. Considerando el hecho de que en ambos pasajes el antónimo es “perder”, podría bien ser que la diferencia entre “encontrar” y “salvar” sea muy leve. De todos modos, podemos estar seguros que en ambos casos la persona condenada es la persona egoísta, el individuo que está vuelto hacia sí mismo, y la persona elogiada es la que se desprende de sí misma, la que, por causa del amor que Cristo le mostró, ahora por su parte ama al Señor y a todos los que el Señor quiere que ame, y que, al hacer esto está dispuesto aun a sufrir la aflicción personal extrema y, si fuera necesario, aun la muerte. La vida de esa persona se verá maravillosamente enriquecida, dice Jesús.
III. ¿Estamos dispuestos a perder todo pero salvar nuestra alma?
Mateo 16:26 Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?
Jesús prosigue con un ferviente llamado a que sus discípulos siempre estén dispuestos de perder sus vidas por amor a la causa de Cristo: 26. Porque, ¿de qué le vale al hombre si gana todo el mundo y pierde su vida? o ¿qué dará el hombre a cambio de su vida? Por los vv. 25 y 26 es claro que aun cuando el v. 24 pone al hombre ante una decisión que él mismo debe hacer, y Dios no la hace por él. Sin embargo el Señor en su infinito y tierno amor estimula al hombre para que haga una elección correcta. Todo el que piensa solamente o
principalmente en su propio bienestar, comodidad, popularidad, prestigio, opulencia, etc., carece de amor, de abnegación. El amor es lo que hace que el alma se expanda, imparta riquezas, provecho, gozo, satisfacción. El amor por el Señor hace esto, y el amor a sus hijos, a sus causas, a su reino, en un sentido aun el amor al enemigo para que pueda ser salvo. Así que si una persona pudiera ganar todo el mundo—cuando Jesús dijo esto, ¿estaba pensando en la oferta que el diablo le hiciera? (4:8, 9)?—y en el proceso de hacerlo “perdería” (el derecho de poseer) su propia vida o alma, esto es, “se perdería él mismo” (Lc. 9:25), ¿qué bien o provecho le traería tal cambio, porque “¿qué dará un hombre a cambio de su vida?”
IV. Pero ¿Que necesitamos para estar cerca de la cruz de Cristo?
Filipenses 2:5-8 Hay, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de ciervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló asimismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Como podemos ver, nuestro Señor Jesucristo cumplió las tres condiciones necesarias para glorificar el Padre y esta relación se logra sólo a través de tres cosas: humildad, sumisión y obediencia. Como podemos ver Jesucristo se humilló, ¿podemos nosotros hacer lo mismo? Sólo teniendo una cercanía con Cristo podemos llegar a este nivel.
Entonces ahora contestémonos las preguntas que Dios me puso que escribiera en el pensamiento cristiano de la ilustración: ¿qué tan lejos estas de la cruz de Cristo? ¿Te has negado a ti mismo? ¿Le sigues? ¿Te gozas en su presencia? ¿Hablas con Él? (orar) ¿Le buscas? ¿Le sirves? ¿Le amas? ¿Cumples sus mandamientos? Y ¿cuántas cosas más necesitamos hacer para estar cerca de la cruz de Cristo?
V. Para cerrar: Si cumplimos Cristo nos promete:
Juan 6:37-40 nos lo dice claramente: Todo lo que el Padre me da, vendrá a mi; y el que mi viene, no le echó fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, si no la voluntad del que me envió. Y éste la voluntad del Padre, el que me envió: que todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad el que me ha enviado: que todo aquel que ve al hijo, y creen él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré y en el día postrero.
Obediencia y sumisión.
Si el Hijo de Dios, hecho carne se humilló, es obediente y se somete a su Padre. Así nosotros si queremos estar cerca de la cruz de Cristo tenemos que hacer lo mimo.
Dios los bendiga. Si leíste o escuchaste este sermón y crees que estas lejos de la cruz de Cristo y quieres estar cerca de Él, no lo dudes reconcíliese con Él. Pero si nunca lo has recibido, este es el momento para hacerlo. No estés ni un día más lejos de la cruz de Cristo. Porque Él te ama tanto que dio su vida por ti.