
En ocasiones, no hacer nada y concentrar todo el ser en la fidelidad de Dios y la confiabilidad de sus promesas es el acto más poderoso y efectivo que jamás podríamos llevar a cabo. Isaías 30:15 declara: “En descanso y reposo seréis salvos; en quietud y confianza será vuestra fortaleza”. Por eso tenemos que pedirle al Señor: “Padre, dame discernimiento, para saber cuándo actuar y cuándo esperar, cuándo pelear y cuándo bajar la guardia, cuándo hablar y cuándo callar”. En la economía divina, hay tiempo para todo, y cada situación tiene su estrategia.
Muchas veces, la postura más poderosa de un hombre o una mujer de Dios es la quietud, el descanso. Cuántas veces la agonía y la angustia nos agotan física y emocionalmente. Muchas veces le he dicho al Señor, “Padre, no quiero vivir mi vida ministerial en agonía y angustia. Quiero laborar en reposo, anclado en ti, siempre renovándome como el águila, cobrando nuevas fuerzas aun en el vuelo, renovando mi visión mientras habito confiado, para poder seguir la batalla”.
Muchos siervos y siervas de Dios se queman en el curso de su trabajo para el Señor, y mientras pasan los años, más se debilitan. Yo creo que el hijo de Dios debe ser lo contrario—mientras más se mueve en el poder de Dios, mientras más maneja Su Palabra, y mientras más procesa los principios del Evangelio—más fuerte debe hacerse. Debe encontrar más quietud. Debe ser más económico y eficiente en el uso de sus energías. Y debe poder hacer mucho más, desgastándose menos, porque su motor espiritual debiera gastar menos combustible; su transmisión ministerial se debe haber hecho más eficiente.
Mucha de la energía que nosotros gastamos es por ansiedad y preocupación. No dormimos bien, gastamos energía mental preocupándonos y anticipando el desastre, y nos desangramos gota a gota, como una mujer con flujo de sangre: gota a gota se desangra y se debilita. Y así pasa frecuentemente con los hijos de Dios. Muchos de los decaimientos y colapsos emocionales del ministerio vienen por preocupación y ansiedad, no porque Dios quiere que así sea, o porque la naturaleza del trabajo lo haga inevitable. Cuando uno aprende a estar quieto en el Señor, esa postura se convierte en nuestro punto de poder.
¿Qué dice Isaías 26: 3? “Tú guardarás en perfecta paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”. De paso, la palabra “persevera” implica una afirme decisión de mantenerse enfocado en Dios a largo plazo. Esto no es necesariamente fácil o natural. La tendencia humana es a poner la mira en las circunstancias.
Cuando ponemos la mira en Dios, esto nos mantiene en quietud y armonía. El salmo 46:10 nos invita a encontrar ese punto de poderosa quietud meditando en el poder y el señorío de Dios: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Hay muchos otros textos que nos hablan del poder que reside en el cultivo perseverante de la quietud. Ya hemos visto las palabras de Isaías 30:15. Dice, “En descanso y reposo seréis salvos; en quietud y confianza será vuestra fortaleza”.
A veces lo mejor que podemos hacer en medio de una crisis es simplemente bajar las manos, resistir la tendencia a actuar compulsivamente, y concentrarnos deliberadamente en las promesas de Dios. Cuando hemos hecho todo lo que está de nuestra parte, entonces es tiempo de ponernos a un lado y concentrar la mirada en Él, esperando confiadamente la salvación que indudablemente vendrá. Esa postura de fe desata el poder divino y lo glorifica a Él por medio de nuestra confianza. Cuando la ansiedad y el temor amenazan con embargarnos y debilitarnos, tenemos que quitar la mirada de la tormenta y decir como el salmista David: “¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío”.
Hay algo en la quietud… no quietud como cualquier quietud; se trata de una quietud en Dios. Es una quietud en la cual el diablo podrá estar rugiendo alrededor de ti, las tormentas levantándose alrededor de tu vida. La gente te susurra que viene destrucción, y tú estás confiado y tranquilo en el Señor. Te aquietas y te centras en el fundamento que es Cristo, como un samurai espiritual. Te enfocas en la fidelidad de Dios y dejas que el mundo gire alrededor de ti, inaccesible a sus fluctuaciones; te olvidas de ti mismo y te metes en el centro de Dios, estable e inconmovible, y encuentras ese lugar impenetrable de refugio y de quietud. ¡Esa postura interior tiene un poder increíble!
Miremos a Jesús en la barca, la tormenta rugiendo alrededor de él. Parece que la barca se va a hundir. Los discípulos están locos de miedo y creen que la barca está a punto de naufragar. Y ahí está el Señor, durmiendo a pierna suelta. Los discípulos se acercan a Jesús y le reclaman: “Señor ¿No ves que nos estamos hundiendo? ¿Cómo te descuidas así? Y el Señor se despierta; mira alrededor de él. Por un momento, contempla la tormenta, el viento y el mar que rugen amenazantes, y luego dice, “Paz”. Eso es todo. Mateo declara escuetamente que, “levantándose, reprendió a los vientos y el mar; y se hizo grande bonanza”. Enseguida el mar se tornó como vidrio; se tranquilizó todo, y ellos se asombraron. Y el Señor les reprocha: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe”? Lucas declara que, “Atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Quién es este, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?”
¿Qué le permitía al Señor estar tranquilo en medio de la tormenta? El sabía quién él era. Se mantuvo enfocado en su naturaleza divina. El sabía que tenía una misión que cumplir, que él era Dios mismo, y que esa tormenta en última instancia no tenía ningún poder para amenazarlos. Mientras él estuviera en esa barca, absolutamente no se podía hundir, porque él estaba dentro de ella, parado confiadamente sobre su identidad como Hijo de Dios.
Y así tiene que ser en nuestra vida, amado hermano o hermana. Tenemos que decir, “Señor, ayúdame a encontrar paz en medio de la tormenta. Ayúdame a pararme sobre lo que tú has declarado, a callar las voces del miedo y estar quieto, mientras que miro hacia ti deliberadamente y recuerdo tu promesa de nunca dejarme ni desampararme. Permíteme mantenerme enfocado en mi identidad de hijo de Dios, precioso ante tus ojos, objeto de tu cuidado y protección”.
¿Y qué sucede? Cuando te paras sobre la palabra que Dios ha declarado, al encontrar el eje espiritual desde el cual emprender la batalla que tienes por delante, y entrar en ese estado de poderosa quietud, entonces tendrás ocasión de ver la salvación del Señor. Entonces, tarde o temprano vendrá la bendición a tu vida. Puede que se tome semanas, meses, años, pero verás la salvación de Jehová, y mientras tanto estarás tranquilo mientras esperas confiadamente en el Señor. La tormenta rugirá alrededor, pero tú tendrás paz espiritual, sabiendo que Dios ha prometido la victoria al final del proceso.