´´ Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza; hoy también os anuncio que os restauraré el doble.´´ (Zacarías 9:12).
Hay dos principios fundamentales en el alma del cristiano, que lo hacen el objeto especial de Dios. Esta son Fe y esperanza. Hay una marcada distinción, y a la vez una intima conexión, entre estos dos principios. La Fe toma lo que Dios ha dado; la esperanza espera lo que Dios ha prometido. La Fe descansa en santa tranquilidad en las declaraciones de Dios acerca del pasado; la esperanza mira hacia delante en activos anhelos acerca del futuro.
Fe es un recipiente; esperanza un expectante. Ahora, encontraremos que, en proporción al vigor de la Fe, será también el vigor de la esperanza. Si no estamos plenamente persuadidos que los que Dios ha prometido, El es poderoso también para cumplirlo, conoceremos poco del poder y energía de la esperanza. Si la Fe es valiente, la Esperanza será fluctuante.
Por el contrario, si la fe es fuerte, la esperanza también lo será; porque la Fe, mientras alimenta y fortalece la persuasión, imparte poder e intensidad a la espera. De este modo, el alma, en el feliz ejercicio de los principios arriba mencionados, es semejante a una planta ascendiendo que, va hundiendo sus raíces en el eterno registro de Dios, mientras produce y manifiesta frutos de una esperanza eterna, para recoger tenazmente la fiel promesa de Dios; y, podemos decir, mientras más profunda es la raíz, más fuerte son las ramas y el fruto. Esperanza contra esperanza.
Como dice un dicho popular la esperanza es lo último que se pierdes-.