
Nuestro hijo mayor ha incrementado sus preguntas sobre el significado de las palabras, en la medida en que nos hemos envuelto en literaturas con vocabulario más complejo en la escuela en casa.
Al inicio, para que yo respondiera «rápido» a su pregunta, su propuesta era: «Mamá, búscalo en Google, desde tu celular». A pesar de que él no posee ningún aparato electrónico, tiene conocimiento de «qué» es Google, lo «rápido» que responde a cualquier pregunta y lo «variado» que es su material.
Sin embargo, nuestra solución, la cual no fue de mucho agrado para él, fue otra: «Toma el diccionario del librero, siéntate y busca el significado de la palabra allí. Ve letra por letra hasta encontrar la palabra que buscas».
El valor de lo complejo
Sabemos que nuestra propuesta le toma mucho más tiempo que la suya. Sin embargo, también comprendemos que este método le está enseñando a mantener su objetivo en mente (mientras va página por página), mejorar la concentración (ya que no tiene la distracción y estimulación de una pantalla), prolongar la gratificación, cultivar la paciencia (porque debe esperar a encontrar la respuesta) y a tomar la iniciativa para resolver un tema de distintas maneras y por sí mismo, en un mundo altamente tecnológico.
Nuestro deseo es que aprenda a sumergirse y deleitarse en esos viejos, robustos y hermosos diccionarios. ¿Por qué? Porque creemos que es bueno para la construcción del carácter y, en general, practicar lo que es bueno nos trae bien y glorifica a Dios. Además, sabemos que el desarrollo de estas cualidades son sumamente necesarias para caminar con el Señor, aunque él ahora no lo sepa.
En el proceso de disponer, dirigir y entrenar nuestros corazones diariamente hacia las cosas que Dios define como buenas somos edificados por y para Él
Por ejemplo, Hebreos 5:14 nos muestra la importancia de ejercitar «los sentidos»: «Pero el alimento sólido es para los adultos, los cuales por la práctica tienen los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal». Nota que el alimento robusto es recibido por quienes —por la práctica— han entrenado sus sentidos para discernir lo que agrada al Señor. En el proceso de disponer, dirigir y entrenar nuestros corazones diariamente hacia las cosas que Dios define como buenas, somos edificados por y para el Señor.
En otras palabras, tanto por conocimiento como por experiencia, podemos decir que lo fácil no siempre es sinónimo de «lo mejor». Elegir la opción más rápida o superficial no es necesariamente la decisión más sabia. Como creyentes, si queremos crecer y madurar en el Señor, no podemos tomar solo leche (He 5:13). Esto nos recuerda la importancia de abandonar la pereza, lo cómodo y, a veces, también lo fácil, a fin de capacitarnos en recibir el alimento sólido (el evangelio aplicado) que necesitamos para ser conformados a la imagen de Cristo.
El costo de lo que es “más fácil”
El mundo promueve una cultura y forma de vivir que nos arropa más de lo que nos gusta admitir. Teniendo a la tecnología como un elemento central en «cómo hacer vida», la sociedad exalta, promueve y procura aquello que es más cómodo, rápido e instantáneo. Desde las facilidades que adquirimos en nuestro hogar y trabajo, hasta los hábitos (intencionales o no) que implementamos, todo parece tener un mismo fin: hacer las cosas más fáciles.
«¡Pero esto no tiene nada de malo, Paola!», me puedes decir. Y sí, en un sentido puede que tengas razón. Sin embargo, considero que el costo que estamos pagando es más alto de lo que queremos reconocer: relaciones deterioradas —con el Señor y con el prójimo— y un alto nivel de distracción que está consumiendo la vida misma.
De esto, he sido testigo una y otra vez tanto fuera como dentro de mi consultorio: casos de ansiedad y depresión agravados severamente por el uso constante de las redes sociales y el celular («evito lo que tengo que hacer» y «simplemente me anestesio»); menos comunidad real, pero más presencia en línea («prefiero relaciones distantes que lidiar con el tú-a-tú»); luchas constantes con sus disciplinas espirituales (no logran orar o leer la Palabra por más de pocos minutos, o segundos, porque les parece difícil); aconsejados que necesitan ser entretenidos dentro y fuera de la iglesia porque «ya no pueden estar tranquilos», o porque, de lo contrario, dicen que Dios ya no les llena igual que antes.
Para que analices cómo estás al respecto, te invito a considerar:
¿Hacia dónde se inclina tu corazón cuando procuras «elegir lo que es fácil en tu día a día»? ¿Lo ves como un fin superior?
¿Cómo has privado tu cerebro de experiencias y tareas «necesarias», para estirar y cultivar la paciencia, perseverancia, dominio propio, enfoque, etc.?
¿Estás usando ese «tiempo que ahorras gracias a los sustitutos facilitadores» para buscar y deleitarte más en el Señor (como nos anima Salmos 37:4)?
¿En qué medida tu búsqueda de lo más fácil ha aumentado tu capacidad para apreciar y concentrarte en lo que es bueno, verdadero y hermoso? O bien, ¿de qué formas has visto crecer tu carácter en Cristo? ¿Sientes que tu mente está menos distraída?
Ejercitando nuestra alma
Lo cierto es que la forma en la que elegimos «hacer vida» afecta nuestra relación más importante: la relación con el Señor, y esto impacta absolutamente todo lo demás. Por eso te animo a ponderar en tu corazón la forma en la que vives. Estoy convencida de que necesitamos entrenar nuestro paladar para apreciar lo que es realmente bueno, y dicho entrenamiento no se logra por el camino fácil.
Te animo a que tomes decisiones que, aunque no luzcan ‘las más fáciles’, representen un estiramiento necesario para tu alma
Por eso te invito a que tomes decisiones que, aunque no luzcan «las más fáciles», representen un ejercicio necesario para tu alma. Esto con el fin de entrenarte en el saber elegir —en lo cotidiano— aquello que es bueno, hermoso y verdadero. De esta manera somos apuntados a la mayor representación del bien, la belleza y la verdad que existe, Cristo. Un ejercicio así no lucirá o se aplicará de la misma manera en cada persona. Por eso, cuán bueno es nuestro Padre que nos llama a acercarnos con confianza al trono de la gracia para recibir Su sabiduría y hallar gracia para la ayuda oportuna (He 4:16).
Por ejemplo, puedes proponerte buscar la receta en un libro en vez de Internet, usar un mapa físico, la cámara fotográfica en vez del celular, escribir en un cuaderno y no en una tablet, llamar a una hermana para preguntarle cómo está y no escribirle por Instagram, leer un libro en la fila en vez de hacer scrolling, leer la Biblia en físico y no por la app, guardar el celular mientras compartes con quienes amas o aprender a disfrutar una caminata al aire libre.
Aunque algunas acciones parecen cambios insignificantes y no vinculados al crecimiento espiritual, sin embargo, la suma de estas componen lo que llamamos vida. Cada decisión, hábito o acción que tomemos ayudará a formar, o no, nuestro carácter en Cristo y relación con el Señor.
No olvidemos que en medio de una sociedad que promueve lo rápido, superficial y fácil, nos encontramos viviendo delante de un Dios que nos llama (y capacita) para vivir de manera diferente: nos invita a un camino de meditación (Fil 4:8), alabanza (Sal 19:1), renovación (Ro 12:2), contemplación (Sal 66:5) y deleite en Él (Sal 1:2). Este es un llamado santo y digno de vivir.
¿Puedes verlo? El llamado a deleitarnos en el Señor no es algo «etéreo». Es práctico y necesitamos ser capacitados para ello, de forma tal que aprendamos a ver con asombro, reverencia y seriedad la gloria de Dios. Entrenemos nuestras almas hasta que juntos pronunciamos las palabras del salmista:
Oh Dios, Tú eres mi Dios; te buscaré con afán.
Mi alma tiene sed de Ti, mi carne te anhela
cual tierra seca y árida donde no hay agua.
Así te contemplaba en el santuario,
para ver Tu poder y Tu gloria.
Porque Tu misericordia es mejor que la vida,
Mis labios te alabarán.
Así te bendeciré mientras viva,
En Tu nombre alzaré mis manos (Sal 63:1-5).